Sábado, 23 de abril de 2011 | Hoy
Por Miriam Cairo
El ron fue bebido.
La Bella Durmiente se despierta al lado de papá Goriot. Y papá Goriot la reprende severamente. La Bella se tapa la delicada boca de dragón delicado con la pequeña mano jamás bordadora y ahoga un regüeldo alcohólico impropio para una durmiente de su estirpe.
La Bella es daltónica y no puede distinguir los chistes verdes del humor negro. La broma de su resaca ahora es distinta, porque el recuerdo es apenas una parte del todo, y aquel todo a su vez, había sido una parte de la unidad divisible en partes del todo. (El ron fue bebido en todas sus partes).
La Bella Durmiente tiene un mordisco en el seno derecho y un picotazo en el seno izquierdo. Papá Goriot no sabe de ninguno de los dos dolores que son la materialización de dos recuerdos.
Los palmípedos no vuelan. Los palmípedos no rompen el chaleco de fuerza, pero una buena durmiente, bella y aburrida, infinitamente bella e infinitamente aburrida puede beberse todo el ron chorreado de las alas de un pingüino de ocasión. Puede hacer muchas cosas a espaldas de su progenitor.
Papá Goriot había tenido todos los cuidados con las agujas, las saetas, los husos y las devanaderas, para que la hija no diera el mal paso de la punzada en la carne, pero no pensó en el pico esmerilado del pingüino emperador.
Mientras la Bella revuelve el café cargado que le había preparado papá Goriot, observa que tiene el anillo de oro en el dedo índice de la mano izquierda en señal de que algo no debía ser olvidado. Bebe el café hurgando en la memoria, sin recordar, justamente, que la había perdido.
La bella Aurora existe en todos sus espacios. Papá Goriot no conoce la paramnesia, ni el mal de Capgras, ni el síndrome de Cotard, y sigue con la perorata del ron. Justamente él, que no tiene idea de que es un rey que ha estado cien años dormido.
Aurora, restringida por las pautas narrativas de ser siempre protagonista del mismo cuento, saca los pies del plato, saca la cabeza del marco y por mano de otro escribe una carta al señor legislador de la ley de estupefacientes: "Es preciso conocer la auténtica nada deshilachada, la nada que ya no tiene órgano", vaya uno a saber con qué propósito.
La Bella Durmiente ha bebido mucho. Duerme cien años y despierta en otro tiempo. Duerme diez minutos y despierta en otro tiempo. No es como para vanagloriarse. Minúscula se despierta tarde en la mañana, con sus ojos catalépticos. Miniatura estimulada. En la cama hay una pluma de pingüino emperador, que le recuerda que ha perdido la memoria.
El tic tac llama al orden. Papá Goriot pone sobre la parrilla el ángel que estará listo para el almuerzo. Lo alimentó con harina de maíz durante quince días para depurarlo y mejorar la textura y el dulzor de su carne. Vienen los invitados a celebrar la reedición de la obra. Aurora no está de acuerdo con la versión de Walt Disney ni con que se invite a Perrault porque le negó el don que más aprecia. Pero papá Goriot muestra un solapado chauvinismo: sólo por ser francés, el misógino puede sentarse a la mesa.
Las hadas ayudaron a pelar el ángel en agua hirviendo. Lo aderezan en las brasas con mostaza de oro y una lluvia de pimienta. Las hadas cantan cantos encantadores. Cantan hoy todavía como antaño y como mañana, con la longevidad del espacio y la vitalidad del tiempo. Sus sueños son reales, sus secretos son secretos.
Aurora no es vegetariana. Pero el ángel le parece un menú indecente. La Bella se queja, mientras papá Goriot anda, corre grita porque Aurora se sale del relato. Sin embargo, adentro del cuento se mueve todo el universo. Están allí todos los sitios a dónde pudiera escapar. Las hadas le dicen al padre, "dejala que desvaríe, muy lejos no se va a ir".
El ron fue bebido en todas sus partes. Las hadas quieren hacer una salsa de ron pero se ha acabado. Podrían exprimir los senos de Aurora, pero no se deja. El molino de viento gira en sentido contrario al viento. Las agujas del reloj giran en sentido contrario a los granos de arena de los relojes de arena. Los cuadrantes lunares y solares invierten con toda intensidad su recorrido. Los astros se salen de sus órbitas. La Bella Durmiente reconoce al ángel adobado en el asador. Lo recuerda pensativo en la jaula del zoológico, comiendo lombrices junto a un gallo rojo y un músico verde.
Las hadas asadoras cocinan el ángel vuelta y vuelta. Sazonan el lado bueno y el lado malo en la cocción. El ángel envejece y comienza a morir dorado y crocante. Con sus plumas se renovarán las almohadas de la Durmiente.
Aurora vuelve a taparse la delicada boca de dragón delicado con la pequeña mano jamás bordadora y ahoga el regüeldo alcohólico, mientras Perrault se la come con los ojos. Pero Aurora ni se entera porque se ha localizado en la frente el agujero negro del ron. Otra vez se desorienta y se pone irritable. No quiere hablar con Perrault ni con los hermanos Grimm, ni con Julia Kristeva, ni con las hadas. No quiere atender nada de lo que la rodea. Aurora está a punto de decir algo inconveniente y antes de que ocurra, papá Goriot vuelve a llevarla a la cama. (Se entiende ahora la carta dirigida al señor legislador de la ley de estupefacientes).
Y ya que los comensales no tienen otra cosa que hacer, hacen cálculo de probabilidades y apuestan. Tiran una moneda al aire, y juegan a que si sale cara, la Bella Durmiente se despertará de la catalepsia el lunes y ahí se acabará la historia. Pero si sale cruz, también se despertará el lunes pero para volver a dormirse hasta el martes. La mayoría cree que a cada opción le corresponde un cincuenta por ciento de probabilidades, pero Adam Elga viene a complicar las cosas y crea un puzzle difícil de resolver, hasta llegar a la conclusión de que Aurora tiene un sesenta y seis coma sesenta y seis por ciento de probabilidades de que despierte en martes. La Bella, para contradecir a Perrault, hace uso de su propia estrategia y se coloca el anillo de oro en el dedo índice de la mano derecha para recordar que ha perdido la memoria.
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