Sábado, 7 de mayo de 2011 | Hoy
Por Miriam Cairo
I.
Hay días raros. Rarísimos. Como si fueran reales. Días que tienen un adentro y un afuera. Días en que los ángeles persiguen a los dragones por las azoteas de los edificios, y los dragones mandan mensajes de texto al hombre araña que no responde porque está haciendo terapia de pareja con la tarántula de sus sueños.
II.
Hay días sádicos. Días en los que una escribe como si estuviera viviendo. Una dice lámpara. Dice cuerpo. Dice sobresalto. Una dice "quiero nadar desnuda en tu sangre" y el crimen ocurre con toda su potencia.
III.
Hay días esmerilados como el de ayer, sin ir más lejos. Días en que mientras una lee un cuento de Saer se da cuenta de que la muerte es algo que al ser humano le sienta bien. Al muerto le sienta bien. Y que la vida le sienta bien a los que viven. Pero al que escribe sólo le sientan bien los vidrios esmerilados, las lluvias y otras peripecias.
IV.
Hay días julianos en los que el cuervo del tiempo es una cuenta continua. Días en que soy un cuerpo celeste en medio de otros eventos estelares. Y el hombre con el que estoy de pronto es capaz de mover su mano izquierda, imperceptiblemente, como el movimiento de una estrella, y separa el día de la noche. Sólo eso.
V.
Hay días kafkianos en los que una, mientras más afuera se siente del mundo, más adentro está. Profundo asombro. Respiración como asfixia. Silencio en eco. Otra es alguien que también es yo. Otra es la malabarista manca que ha decidido escribir con la mano que le falta.
VI.
Hay días falsos que se imponen como si fueran verdaderos. Al lunes le sigue el martes como un cordero sumiso. Y el martes cree en sí mismo a tal punto que su propia mentira se vuelve verdad. Si una mira los calendarios encuentra que es martes. Si una pregunta qué día es hoy cualquier persona es capaz de contestar, "martes". Hay días con verdades irrefutables. Pese a todo, una se reserva el derecho al vicio y la blasfemia.
VII.
Hay días físicos en los que la ley de gravedad se cumple a rajatabla. Una siente que apoya los pies en el suelo y cree en todos los objetos que caen. El cabello cae lentamente desde la cabeza, y también los párpados, y los hombros y la lengua caen hasta más abajo de la noche. Caen hasta no poder más porque hay una ley que se respeta.
VIII.
Hay días homéricos en los que el mundo nos retiene. Días en que otros viven para que una escriba. Y una escribe, envuelta en su propia piel, a toda costa atada a los anhelos desmedidos. Las piernas entablan una relación filial con la cintura, con la garganta y con los senos, pero no se mueven porque una, que quisiera vivir, no puede.
IX.
Hay días breves que pasan como la sombra de un pájaro. Los vendedores hacen cuentas apresuradamente. Los compradores desembolsan dinero apresuradamente. Los que miran y no compran ni venden, miran todo apresuradamente, porque ese día lleno de desigualdades pasa breve, pesado y oscuro como la sombra de un pájaro.
X.
Hay días amontillados en los que la felicidad no ocurre para siempre. Días en los que a una la llaman por su nombre de pila. Una toma de la pila de los nombres su nombre. Lo parte en dos. Separa las dos sílabas asimétricas y no ocurre nada extraordinario.
Ultimo
Hay días dantescos en las que una decide sentir más fuerte la crueldad del mundo. La siente propia. Una es un monstruo que se devora a sí misma, cruelmente, atrozmente. Con el mismo apetito mata a un hombre que es una misma. Una entra en su casa y le descerraja un tiro en el hombro y otro en el pecho y el hombre muere. Una mata en nombre de la paz. Una mata porque no tiene un poeta que la guíe. Hay días en que una es el monstruo de occidente desgarrando a oriente.
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