Viernes, 24 de junio de 2011 | Hoy
Por Bea Suárez
"Habría que meterse el uno en el otro
como los pétalos en torno a los estambres:
tanto está lo desmesurado en todas partes,
y se amontona y contra nosotros se lanza.
Pero, mientras nos apretamos uno contra otro,
para no ver cómo se acerca por todas partes,
puede surgir de ti, puede surgir de mí:
pues nuestras almas viven de traición".
Rainer Maria Rilke
Albada oriental. Selección de poemas.
Hace años paso diariamente por esa esquina de la ciudad.
Me resulta clave por varias razones. Funcionó allí hasta hace poco un bar, en el otrora centro clandestino de detenciones y torturas durante la última dictadura militar, sede de policías de aquél momento (sin redes para sostener patria alguna).
También está la Facultad de Derecho que se quemó hace unos años, fue reconstruida, restaurada. Observé el arreglo paso a paso, techos y una cúpula color azul Francia consumida en partes por un fuego que ciertas bombas de estruendo dejaron, entre extravíos y disgustos.
Cada vez que arribo en bicicleta, recargada de humo y urbe, ruidosos colectivos y enormes convenciones de palomas, advierto la presencia de unos bultos tapados prolijamente con nylon negro, papeles intranquilos (por vientos que no atajan los plátanos de plaza San Martín) utensillos varios, botellas y perros. Debajo de todo eso vive una señora cuyo nombre desconozco. Algunos dirán "en situación de calle", yo pensaría más bien a cielo abierto, rodeada de paquetes y provechosas horas céntricas sin altillo.
Esta señora barre la vereda, saca las estrelladas hojas secas, lee con anteojos, se sienta cómodamente a experimentar quien sabe qué diarios, remite a una gran soledad interior que (al menos a mi) me inspira respeto.
Hay una mínima concordancia entre ella y yo, las dos leemos y vivimos rodeadas de nuestros bártulos. Muchas nochecitas pienso en qué comerá, pero también la veo comer. Charlar, muy poco.
Ahora se vino el invierno y no logro dejar de pensar en ella, en que hace un grado de temperatura, dónde se bañará. Me viene un deseo de aclarar su posición respecto a la gente, a los transeúntes comunes como yo que perdemos a Dios con alguna intermitencia.
Pero no atino a ir, a llevarle pollo o una campera, es como si entre las dos hubiérase instalado una higiénica distancia llena de dignidad y tiempo que corre.
Por momentos es pura perturbación en mi cabeza, deja incluso de ser una extraña, pienso en los de Red Solidaria que van a esa esquina todas las noches a las 20, a proteger, dar de comer, los siento mil veces mejor que yo, mejor gente, yo, que solamente escribo y no voy a dar una mano o decorosa valentía municipal aunque sea.
Es la esquina donde me siento muy pobre de espíritu, donde estos versos se me hacen un verso, una tragedia y pienso que el amor entre seres humanos es quizás lo mas difícil. Con todo mi ser, en esto, me considero una principiante, y la señora una elegida que sabe vivir con una bolsa, con una simple bolsa encima.
(No me vengan con el sistema, la expulsión, los dejados afuera, quiero escribir como una especie de verdad catártica este viernes. Déjenme).
De súbito estalla la esquina como estalla una guerra, el aire se envenena de pobreza extrema, una que no puedo gobernar (ni yo, ni Binner o Alfonsín).
La señora, su carrito de alambres a modo de ropero o alacena, la plaza, la noche, las capotas militares que habrán merodeado la zona mas de una vez, unos abogados cualesquiera, hacen de ese lugar un punto donde reflexionar sobre la furia y la libertad. A la vez.
Es de esperar que me ponga las pilas y vaya de una corrida a dar abrigo y carne, me deje de poesía y contratapas.
Porque hasta ahora es ella la que me ha dado, me ha brindado su modo de vivir para que yo logre hilar estas, mis pobres frases.
El pernicioso invierno ha de investigar el porqué de ciertos intercambios.
He recibido mas de lo que di, eso siento mientras mi estufa está al mango.
Exploro mis sentires según la circunstancia de otro, otra.
No quiero dormir al borde de mi misma, frente al sepulcro de la muchacha joven que he sido, sin darme cuenta, sin que la sangre me haga bulla estas noches de junio.
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