Miércoles, 7 de septiembre de 2011 | Hoy
Por Eugenio Previgliano
Ahora voy sentado atrás en una 4x4, al lado de Miriam Cairo, pero antes he estado sentado en un avión, muchas horas, y también he estado hablando con los alumnos de la Universidad Andina, acompañando a Cairo y a Patricio Raffo y escuchando las ponencias del Primer Encuentro de Escritores de Babahoyo, en la Universidad Técnica de Babahoyo, junto a mas de mil personas. Miro, mientras tanto, el rico y diverso paisaje de los manglares: veo bananos, veo caña, veo maíz, veo arroz; donde mire veo cultivos y si no veo cultivos veo el ganado, unas vacas que no miran la carretera, ocupadas como están en pastar y rumiar. En lotes más pequeños y con pendiente, que aquí en Santa Fe serían marginales, guachos e incultos, veo, como he visto en Misiones, como he visto en pueblos de la amazonia brasilera, como he visto en México, pequeños cultivos de yuca, o de mandioca, y cuando me advierten, me señalan y me explican, veo también el cacaotero y esa especie de calabacín que cría como fruto. Cuando me vuelven a avisar veo también los granos de cacao secándose al sol sobre el pavimento y se discute un poco a bordo sobre la desgracia de esta técnica, ya que el bitumen, según me informan, contamina el sabor del cacao.
Lo que siempre veo, mire por donde mire, es agua. El paisaje -recuerdo- se llama "manglares", y la provincia se llama Los Ríos. El nombre es muy oportuno, a cada paso hay un río.
En la ciudad de Baba, que dista de Guayaquil quizás unos cien kilómetros, nos volvemos a encontrar con los otros once escritores que junto a su comitiva nos acompañan en esta breve gira y entramos a la Municipalidad preguntándonos por un regimiento de Húsares que el cantón de Baba habría enviado a la batalla de Pichincha.
Imagínate -me dice Carlos- Baba era el refugio de las oligarquías guayaquilenses que cuando atacaban los piratas venían a refugiarse aquí. Quiero saber los nombres de esos húsares, dice. Descalzos andaban los esclavos, agrega, ¿irían los señoritos a combatir a Pichincha vestidos de Húsares? -pregunta- ¿Cuántos? -insiste mientras Jaime sonríe insidiosamente.
Yo lo escucho en estas especulaciones históricas, pero no alcanzo ni a imaginarme un solo húsar porque ya estamos en marcha hacia el solar de la Beata y al llegar nos invitarán con queso casero, se acercarán algunos campesinos a conversar un instante y nos harán una breve narración, junto al vicealcalde, sobre la beata que fundó en el páramo un famoso convento, muy venerado.
Habrá muchas fotos de esto; pero esto no lo cuento porque llevamos apuro para llegar a Palenque, donde nos esperan a almorzar, y hay niñas y niños de la escuela de Palenque esperando por nuestra palabra. En Palenque brindaremos con chicha, tomaremos caldo con yuca y seco de pollo, después de conversar con el alcalde y con el jefe de policía sobre novedades y tradiciones de esta comunidad.
En Palenque, me entero, hay un programa importante de preservación de humedales, con la colaboración de agencias internacionales, y los campesinos cultivan la tierra en pequeñas parcelas y trabajan para la compañía bananera; en la sonrisa de los niños se nota que es una tierra de esperanza y el sol, con brillar tanto, no alcanza a opacar el brillo de este hermoso y pequeño pueblo.
El clima es húmedo pero como es invierno en la costa, no llueve, y la comida es deliciosa y el comer es rápido, grato y conversado. A pie serán dos cuadras hasta la casa de Nicolás Infante. Aquí mismito -me dice Wilman Ordoñez- es que empezó la revolución liberal; Eloy Alfaro -me agrega Lus Carlos Mussó- primero lideró el alzamiento en esta zona y luego en toda la costa, pero yo no quepo en mí mismo ni en mi corbata porque esto me lo cuentan estos dos jóvenes intelectuales bajo la mirada de Jaime Galarza, venerable estudioso del petróleo y Carlos Calderón Chico, notable historiador también, en el mismísimo lugar donde esto pasó y aún funciona un pequeño comercio, mientras toda la familia se va acomodando para posar con los visitantes para las fotos.
La casa de Nicolás Infante, que es a quien hemos venido a homenajear, me recuerda, como todas las casas de la provincia de Los Ríos a las viejas casas de Manaos: la planta baja soporta, con seis o nueve columnas de más de tres metros de alto, el peso de la planta alta; a veces están todas hechas de maderas nobles, como la de Infante, pero las mas modernas son de hormigón, hierro y mampostería. Al segundo día, al cabo de atravesar arroyos, ríos y canales, me doy cuenta de que esta construcción, como la de Manaos, se debe al agua, que ausente durante esta época, muy probablemente discurra por todo lugar que no haya sido previamente trabajado en la temporada húmeda. En Babahoyo, me dirá Alejandro dos días después, no hay inundaciones a causa de las obras de contención que encauzan el agua y la dejan fuera de la ciudad.
En Pueblo Viejo, sin embargo, el alcalde Carlos Ortega Bárzola le entrega las llaves de la ciudad a la vestal del erotismo escrito, a Miriam Cairo, pero no será sino hasta bien entrada la noche que llegue la oportunidad de la noche bohemia. Tocaré el piano, acompañaré con la guitarra a todos los que -triste y cordial como legítimo argentino o exultante ecuatoriano tropical- entonen boleros y tangos; y al retirarme, agradeceré a Gary Esparza su hospitalidad. Al otro día hablaré frente a un auditorio colmado exponiendo mis breves consideraciones, pero cuando me vaya de Los Ríos, llevaré en mí todo lo que estas gentes me han dado y sé que algo mío quedará entre ellos, y sin embargo el tiempo seguirá andando: ¿Habrá un cielo eterno/ donde Julio Jaramillo/ cante cada noche mejor?
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