rosario

Jueves, 8 de septiembre de 2011

CONTRATAPA

Inmigrantes

 Por Jorge Isaías

Yendo por el camino hacia la chacra del Beto Delmachio o la Capilla de Carmelo Mosso vivía en aquél entonces don Abraham Salí, a quien todos llamaban el "Turco sucio", en una casita frente al gringo Agustinelli, que luego compró "Pichón" Bucelli.

El "Turco sucio" vivía allí solo, y al parecer no tenía familia. Jamás supe de qué vivía, pero su calva relumbraba por la tardes mientras recorría un pequeño maizal, buscando no sé qué cosas. Tan abstraído andaba. Tal vez pensara en su lejana tierra que dejara un día.

Andaba siempre vestido de bombachas claras, una camiseta de frisa que nosotros llamábamos "Las cuatro estaciones" porque no se la sacaba en todo el año. Mal afeitado, siempre de alpargatas y un piolín un poco grueso era pasado debajo del abdomen voluminoso para sostener esa bombacha criolla que había adoptado para siempre. Esa bombacha cuya mugre la convertía en un color indefinido, y se podría decir sin exagerar que el color era el del tiempo: quiero decir, del tiempo que el agua y el jabón no habían actuado en ella.

El Turco Salí era uno de esos hombres que a mi infancia despreocupada agregaba siempre la incógnita que se me presentaba apenas me enteraba de su existencia. Eran numerosos los hombres solos, que nadie sabía si tenían familia ni de dónde venían, y en un caso como el de don Abraham, encima inmigrante, agregaba un plus de aventura a estos infortunados que terminaban muriendo solos, en un país que de todos modos había sido generoso con ellos, que venían perseguidos por el hambre y tal vez en algunos casos por las persecuciones políticas y aún las guerras que producían diásporas pues a ello se le agregaba la falta de trabajo y aún el mero y simple yantar.

Todas estas cavilaciones es probable que surgieran de mi aprensión de ver a la gente de mi familia sufriendo la tierra, pero al menos teníamos padre, madre, hermanos, primos, abuelos y tíos conocidos, y hacíamos vida de familia de inmigrantes con grandes comilonas jubilosas aunque de vez en cuando alguien se ponía melancólico con el alcohol y cantaba una canción ultramarina, que ninguno de los primos entendíamos porque lo hacían en un dialecto, muy dulzón, pero desconocido para nosotros, que ellos nunca se ocuparon de enseñarnos. Sí nos trasmitieron las costumbres, ya que nunca se desprendieron de ellas.

Mis cuatro abuelos llegaron del otro lado del mar con dos destinos unidos: analfabetos y campesinos. De los cuatro la única que aprendió a leer en castellano y a escribir fue la madre de mi padre, la dulce y activa nona Laura, quien había aprendido mirando el cuaderno de sus hijos, cuando alguna maestra andaba por las chacras en tareas alfabetizadoras, no oficiales, por supuesto. Por allí se juntaban algunos arrendatarios, chacareros, inmigrantes y muy pobres con montones de hijos y le pagaban a alguna mujer práctica (no creo que haya sido maestra normal diplomada) y pasaba un temporada en cada chacra, donde le pagarían algún magro salario.

Allí, los que aún estaban en edad de aprender eran sometidos al aprendizaje de "las primeras letras" como se les decía a los sufrimientos del idioma y las cuatro operaciones.

Ninguno de mis tíos, ni mi padre cursó la escuela primaria, salvo mi tía menor, Teresa, que en edad justa fue beneficiada con el traslado al pueblo de mis abuelos.

De parte materna mis tíos y mi madre tuvieron más suerte, porque a la edad escolar estaban en una chacra muy cercana al pueblo. Entonces iban a caballo y volvían en poco tiempo. Después ayudaban en el campo, a trabajar. Mi madre no terminó porque el hermano de mi abuela, que era viudo y dueño de la chacra, opinó que "como era mujer no lo necesitaba". Viejo hijo de puta, decía mi padre a mi madre. ¿Para trabajar a la par de los hombres no eras mujer?"

Bueno estas son las cosas. Así fueron.

Hablando con el poeta Arnaldo Calveyra ﷓-a quien conté esta anécdota-﷓ de cómo una mujer analfabeta puede dejar de serlo con sólo proponérselo, sin ayuda. La nona Laura era muy inteligente, y hoy lamento por qué no me interioricé más de esta historia. Me consta que escribía porque siempre me mandaba cartas en mis primeros tiempos en Rosario. Una vez me contó mi madre que andaba con mi primer libro publicado y con no poco orgullo lo mostraba diciendo: -﷓"Este libro lo escribió mi nieto. ¿Usted sabe que el escribe 'de memoria'? ¡Y claro! Si para eso es poeta".

Si ustedes creen que yo sé porque empecé con el "Turco" Salí y terminé con mi abuela que se alfabetizó sola, es decir el por qué de esta digresión, se equivocan. Solo la reflexión de pensar adónde habría llegado una mujer inteligente en otro contexto, en otra clase social, con otras armas.

Y ahora me queda el recuerdo de verla cuando venía las siestas del domingo a tomar mate con mi madre, con unas monedas en el bolsillo de su tapado oscuro, y yo salía a la calle a esperarla, porque era "matinée" segura su presencia, y cuando divisaba su figura menuda, allá lejos, corría espantando torcazas que picoteaban granos en el centro de la ancha calle solitaria o chocaba con nubes de mariposas en verano cuando el tiempo tenía exactamente mi edad y la desmesura de los sueños que sin cesar alimento desde entonces.

Compartir: 

Twitter

 
ROSARIO12
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.