Viernes, 7 de octubre de 2011 | Hoy
Por Aimé Peira
1. Rabbit Habits. Contar de tu terquedad innecesaria y lamentar tu cadencia brutal que hace que todo lo que hagas salga espeluznantemente bien, puede sonar, acertadamente, irónico. Pero resulta que hay historias inconclusas merodeando por ahí. Empujan los burletes y se filtran en mis manos, en mis palabras, en mis pensamientos.
Podrías haber cambiado el hábito de sacarte los pelos muertos y las pelusas que se enmarañan en tu cabeza con el cepillo para perros, por usar un poquito de crema enjuague. Y dejar que los conejos sean en otras manos. Ya te veo, comiendo un cucurucho con orejas.
Eras como el monstruo de circo de los Man man, con tus hábitos de conejo, tu lengua vulgar, con zapatillas de lona que luce el animal. Podría verte comiendo lechuga y berenjena, maravillándome con un truco berreta aprendido en la tv, avergonzándome con chocolate barato, pero orinando en viruta o en piedra, manteniendo al menos un rabbit habit. Que es lo que más me gusta de vos. I'm an animal lover.
Mientras sigas sin acodarte de la última peli que viste en el cine, doblada porque no tenías los lentes, repaso nuestro Werewolf on the Hood of yer heartbreak, y paseo tirurirureantemente en el camioncito de helados que de chico soñabas con asaltar. A mí también me gustaba la crema del cielo. Pero sabemos que el cielo se puso trágico. Se llenó de animales como yo.
Y se filtran. Cuando te daba zanahorias y te hacía dormir en el patio me respetabas. A veces querías remolacha, y le pedía al verdulero que me guardara lo que se pusiera feo. Con mis propias manos armé tu casa, no me importa quién la pintó. Edifiqué todo el sentimiento que encontraste dentro. Te gustaba que yo también usara zapatillas. Nos pasábamos las tardes atándonos los cordones. Tomando helado. Hablando de comida. Pero nunca nos cocinamos nada. Sólo te daba zanahoria, y parecías feliz.
Acepté no volver a mencionar al peluquero. Te rascaba la melena de león sacando mis garras, y aún así no lograba tocarte. Si me hubieras dejado acariciarte quizás me retractaba un poco, o al menos me organizaba.
Es que se filtran tantos sucesos en los que nunca sucedía nada. Por debajo de la puerta pasan, estrangulándose pero pasan, y quedan aún con fuerzas para atacarme. Son tus historias inconclusas y tus relatos imaginarios. Así que te los devuelvo, más o menos organizados, no sé. Pero te ataco, y siempre lo haré.
Mezclando lo peor de ambas esencias te reformaste. Extrañando tu brutal cadencia me pierdo. Nada se mueve como vos, nadie me mira igual. Y extrañando tu miedo a perderte en la vejez me sonrío de tu terquedad innecesaria.
Pero la zanahoria quedó podrida, te comiste el cucurucho con orejas. Decidiste ser bestia. Volverás a cautivar con un truco berreta de chocolate barato. Lo triste es que soy una animal lover.
2. Where the wild things are. Comían sapos en la misma zanja todos los domingos, preparaban roquefort casero y se lamían los ojos para ver mejor el mundo. Los niños de aquel entonces eran diferentes. El vasto territorio era suyo. No se los protegía de ningún adulto. Vivían libres, como leones. Dominaban su entorno.
En las casas, vacías, la tierra se juntaba en todos los rincones con brotes de soja que llegaban volando desde los sembrados que rodeaban al viejo pueblo. Quedaban el olor a Hilux nueva en todos los garajes, aritos de fantasía que las gringas nunca encontraban, cancanes rotas que las pibas tiraban detrás de sus camas, horribles revistas porno pasadísimas de moda, con modelos peludas estranguladas por sus propias bombachas. El gringo nuevo disfrutaría porno online en la ciudad.
Retratos casi no había, y los niños no recordaban ni sus nombres. Seguido, una vez por mes, a veces dos veces, se renombraban. En su esencia, en el fondo, sabían que lo mejor era renovarse, transformarse. Había que hacer todo al revés: ser diferentes. No podían caer en el mismo error que las generaciones estúpidas. Estos chicos, restos de operarios industriales, de prostitutas, de amas de casa, de canillitas, de trabajadores, escoria de la urbe, expulsión del déficit habitacional, eran exentos de iva según los datos oficiales, según su dni. Un sello rojo lo delataba.
Y si llovía levantaban el culito apuntando al cielo, para que se lavara solito. Ellos no lavaban culos con las manos. No caerían otra vez en el error de llenarse las manos de mierda. Cuando la lluvia paraba, con los culitos limpios, salían a cazar bichos. Los ponían en frascos, y jugaban a competir quién aguantaba más tiempo sin comérselos.
Todos los amaneceres le tiraban besos al sol, dándole los buenos días. Y en cada anochecer contaban historias, parecidas a las primeras historias, o distintas a todas.
Y se dice que el pasado siempre fue mejor.
3. The monsters song. El conejo de Liniers no sólo conoce a Kevin. Lo encontré escondido en la melena del árbol temeroso de la canción de los monstruos. En el planeta de monstruos es otra tierna figura de papel. En este planeta es una tierna figura de papel. Seamos animales, and we'll taste victory, I know.
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