Sáb 08.10.2011
rosario

CONTRATAPA

¿SE MUERE DE ESO?

› Por Miriam Cairo

En esta rodaja de longitud del planeta el disco se ha acabado. El baile terminó. ¿Se muere de eso?

Las nubes femeninas tienen hijos tormentosos. Es un momento difícil, como para salir huyendo.

Tu mano escribe, en sueños, palabras que nadie dice. Ensaya un proceso de fragmentación geométrica, una escritura que se zurce a sí misma y se contempla. Sólo se necesita tu corazón para entenderlo.

No escuchás otra cosa. Cuando parece que oyeras algo, no escuchás nada. Ni las risas, ni los motores de los autos, ni las hojas que caen del árbol, ni el traqueteo de los tacones en la vereda, ni el golpeteo de la lengua en el placer. No estás acostado, no lográs hacerlo. Una cama no es siempre una cama. Se puede morir de eso.

Los edificios ya no tienen forma de edificios. Sobre ellos hay una nube negra y no se parecen a nada conocido. Los edificios dejan en sombras todo lo de abajo. Es posible que recuerdes tu miedo. Como te acordás de la piel y de la suavidad dorada que todavía no has tocado. Es extraño el recuerdo. Cada día te sorprende más esa capacidad de recordar todo lo que sucederá en el futuro. Se puede vivir por eso.

Dejás que las palabras lleguen por iniciativa propia. El sexo como una daga que busca muerte y no encuentra. La daga lustrosa no se atreve a matar. Tiembla oscura y sola. Te quedás bocarriba en la cama y soñás fracciones de segundos cortados hasta el infinito por el puñal infinito.

Aunque parece que oyeras no escuchás que alguien recita versos de Machado. Versos que ya han sido repetidos y no volverán a aparecer por propio impulso. No escuchás pero sabés que hay tantos versos como personas existen. Versos pequeños como un dolor en el corazón. Versos que han transmutado la realidad.

Desde donde estás, la única banda sonora es la del silencio. La calle tiene comportamientos nocturnos. Con cualquier pretexto dejás entrar en tu recuerdo el fuerte aroma de la noche recalentada por la luna. Los que habitan en esa calle, en esa casa, en ese recuerdo, tienen algo difícil de evitar.

Estiradas sombras contra un furor posible. No se puede hacer nada sino dejar que el cuchillo se hunda cada vez más en su recuerdo. No es tu culpa que desees la muerte y la vida al mismo tiempo, en la misma franja horaria, en esa rodaja del planeta. El amor podría comenzar allí: en estiradas sombras contra un furor posible.

Cerrás los ojos como un ciego. Estás solo en tu imagen. Con tus manos de escribir palabras que ya nadie escribe sostenés el músculo que tiembla. Alrededor del hueso ese sueño que se llama nosotros tiembla. Habrías podido no nombrar el mundo, ni soñar el sueño, ni extender los brazos bajo una media luna. Incluso habrías podido no dar pasos en una pista de baile pero la música del recuerdo es continua, de único flujo, es la inmensidad. Y el corazón está tan abierto que se escucha el roce continuo de la ciudad contra la ventana, justo ahora que estás tendido en la cama bocarriba.

En este preciso instante, sobre esa faz de la tierra decidís no eternizarte solo en este planeta que gira solo. Te ponés de pie como un árbol y caminás por toda la habitación dando un paso hacia la luz y otro hacia la sombra, con el puñal desnudo deseoso de matar y morir.

No existe ninguna razón para excluirte de muchas cosas inciertas que están por venir.

Luego, de repente, vuelven los ruidos de la calle a mezclarse con esa música americana y con la suavidad y con la desesperación de la felicidad de la carne que sueña. Poco a poco se convierte en algo como una sinfonía, y a la vez en un canto personal, hecho a la viva imagen de una intemperie.

Tal como siguen las cosas, todas las películas que has visto no te sirven de nada. Todos los libros que leíste no te sirven de nada. Todas las canciones que escuchaste no te sirven de nada. Ese adjetivo donde crecía hierba no sirve de nada. El puñal desea matar y morir con los ojos abiertos. Se puede morir de eso. Morir hasta la delgadez atómica y juntar el polvo de los huesos, lejos de la ciudad siempre invisible, siempre exterior. Sólo se necesita tu corazón para entenderlo.

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