Domingo, 13 de noviembre de 2011 | Hoy
CONTRATAPA › FOTOGRAFIANDO LA ZONA
Por Adrián Abonizio
* Bar el Diablito por la bajada. Viernes, luna roja y redonda entre las boyas del río. Olor a gatos y tabaco. !Yo lo que tengo es un exceso de vida. Eso es lo que me pasa!. Grita, da golpecitos espontáneos sobre su falda. !No se maten, vivan!, vuelve a gritar sobre el alto volumen. No se dejen morir, dice señalando la raya que ornamenta la mesa roja con vidrio encima. !No preciso de nada, soy un exceso de vida!. Y se va, como expulsado por un molinete astral. Ha escrito, dicen, una obra monumental que lo dejó maltrecho; horas y horas tipeando para luego largarla como una botella al mar y ahí anda, con su original perdido y sin copia. Muy pocos la han leído, pero aseguran era potente. Todos lo quieren, todos lo aceptan, todos le temen.
* Era la tía del campo, Eulalia. Torpe y empeñosa como una burra. Pocas palabras y ausencia de astucia o de filosofía. Cumplía en yugar y no se preguntaba nada. Cuando la interrogaban sobre algo, giraba las palmas al cielo y respondía. Ah, yo no sé. Yonosé, le quedó de mote. Cuando se iba a morir pidió ser confesada. El cura Santiago, un jovencito más tonto que ella se llegó a su lecho y ceremoniosamente le pidió su última voluntad. Fue su momento mayor. Morir un poco menos, padre.
* Eran muy pobres, llegó Carnaval y se comentó que los bailes de Náutico estaban buenos. Resolvió ir junto con varios amigos. No tenía ropa de salir. Su madre, de una corrida fue hasta la tienda La Sorpresa y empeñándose, le trajo una chomba de nylon con dibujitos. Conoció a una chica, se dieron unos besitos en la playa y al otro día quedaron en verse. Olvidado de la emergencia a nadie avisó le lavaran la única ropa decente. En vano intentó remojarla ya sobre el crepúsculo. Esperó en la terraza en vano mirando como la remera parecía hacer fuerza para secarse.
* Por las mismas razones que sorprendiera a Papá Noel besándose en una fiesta navideña con Laurita, la casada, es que descreyó de los santos, las fechas patrias y los dichos de la maestra. Hizo, además, otro descubrimiento del mundo adulto, crápula y sostenido: No sólo los perros de raza tienen el paladar negro. El que los seguía, sin laya ni origen más que brotar un día de la nada; una tarde se lo permitió mirar. Lo tenía oscuro, ondulado. Con manchitas rosas al final. Su padre no había sido campeón de nada como ostentaba la copita sobre el aparador y su mamá usaba corpiños armados que le aguzaban los pechos. Los de su hermana rebalsaban de copos de algodón. Y la grasa de carro, macerada en una noche y puesta sobre sus incipientes pelitos genitales, no los harían crecer de golpe. Empezó a sangrar, módica, prolijamente, los ahorros familiares, ocultos en una carterita del placard y a fin de año se compró un loro al que le enseñó a repetir !Mentiroso! !Mentiroso!. Cuando aseguró que se lo habían regalado, el pajarito empezó a chillar la palabrita aprendida. !Mentiroso! !Mentiroso!. Y no paró hasta que el pibe confesó.
* El torturador es llamado a declarar pero aduciendo problemas de salud participa por teleconferencia. Está postrado. Lo que más le disgusta es que lo vean caído y no asistir personalmente. Tienen muchas cosas que decir personalmente: !No puede acordarse de todos, es inhumano recordar! ¿Cómo va a saberlo todo? Si al menos hubiese llevado un orden, un cuadernito, algo; se los mostraría. No tiene nada que ocultar.
* Ella es de una belleza sostenida en un esqueleto magro y práctico: nada hay que sobresalga pero hay que saber mirar para descubrir que hay debajo, lejos de la luz sonante y triunfalista de las tetas y culos que adornan el arbolito de los Deseos Inconclusos y que cotizan su peso en oro. El la sostiene del talle como si regresara con un saco de la tintorería. Nada dice, pero siente una alegría profunda y sana como un pozo de agua dulce hallado en medio de un páramo. Sabe que esta belleza que porta a su lado, distraída, sin vidriera es solo para entendidos. Mejor, mejor, se dice; encontré algo que muy pocos ven. Que suerte, mejor, mejor, mejor.
* A sus espaldas siente el clásico chasquido con que el carrero azuza a su caballito. El hace caminatas con extranjeros. Los lleva por la ciudad y les habla en idioma coloquial. Están en el Parque Independencia. Ellos caminan por la vereda, él por la banquina recogiendo trozitos de eucaliptus para mostrarles. Se aparta y le hacen sombra una pila triangular de bolsas, dos negras y una gigantesca y gris. El que maneja es un ratón fibroso, a su lado una nena y una joven madre dándole de mamar a un crío. Pasan como si volvieran de un infierno aceitoso, bruñido, oliendo a bostas y cortaderas. Barro y viento. El se sube el cierre y cuando amengua el ruido de la cuadriga, explica, con vergüenza: Carnaval, clowns, actores que practican. !Ahh!, suena el coro foráneo. Realismo puro, larga un yoni en su acento chapucero. Y él, por vez primera, no sabe si lo están cargando.
* Ella lo odia con una rabia abisal: Nadie lo sabe, a nadie se lo ha confesado; nunca lo habló más que con los caballos que pasan recreándose en la pista. Ella ha sido vulnerada, incomprendida, castigada. Es muy particular: Capaz se soportar el veneno de una mamba por meses con tal de no molestar al Banco de Sueros Antiofídicos. Una cena familiar con las tripas dadas vueltas con tal de no protagonizar entredichos. Un sexo anodino por miedo a los golpes. Pero el día final viene llegando. Lo sabe porque cuando en el ensordecedor atronar de las patas de los caballitos ella aprovecha para gritar su rencor, ellos ahora voltean la cabeza, la miran, solo la miran como diciéndole. No grités más, vos sabes lo que tenés que hacer. Por eso se ha comprado una yeguita de plata que lleva colgando como talismán en su corpiño y ahorra peso tras peso en secreto para irse al sur. Falta poco y, oh, sagrada paradoja, su paciencia crece y se expande como la felicidad que intuye. Cuando pasa por la pista arroja velados besos a sus caballitos.
* "Los taxistas son una especie carnívora en expansión. Sus orígenes inciertos pueden remontarse a que el rey de la manada impuso sobre el resto su marca: Desprecio por sus congéneres, el mal gusto y la soberbia armada con un volante". Lee con placer pues ve escrito sus confirmaciones. Toma uno al azar por Mitre, pero el conductor resulta amable, hay olor a pino y conduce con elegancia. Se desdice y se siente un traidor por partida doble: Su padre fue un taxista empedernido. Y él lo es también.
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