Miércoles, 30 de noviembre de 2011 | Hoy
Por Miguel Roig *
La figura de las princesas se va desplazando en la cultura popular desde el mito original de la princesa y el dragón, tal vez iniciado con la joven Andrómeda desnuda y atada a una roca a merced de un monstruo que batiría Perseo, a la serie de películas de Sissí, creadas a partir de la biografía de Isabel de Baviera a mediados del siglo pasado hasta llegar a la figura de Diana de Gales cuya vida fue narrada por los medios de comunicación en los albores del reality show. De la pasividad original que se leía en el mito, donde la belleza era la condición primordial para dar pie al rescate viril, se pasó a una figura que cobraba perfil propio intentando imponer su criterio en la corte, hasta recalar finalmente en la figura de la princesa de Gales que directamente abandona el palacio y se va a un set de televisión para denunciar un engaño: la vida está en otra parte, fuera de Buckingham. Una década después, Letizia Ortiz Rocasolano, una joven periodista española, emprende el camino inverso al de Diana Spencer, abandonando el estudio del telediario desde donde ejercía su profesión para instalarse en palacio.
Si alguien intenta leer su movimiento desde el mito puede aventurar que el príncipe Felipe la ha librado de una rutina laboral vista como una suerte de encadenamiento contemporáneo, pero desde la otra perspectiva, la que esbozó la princesa de Gales, tal vez sea Letizia Ortiz quien llega a palacio para librar a Felipe de Borbón de las cadenas que lo sujetan a la pasividad. En un ajedrez imaginario, el príncipe de Asturias hoy no es más que un peón de la monarquía a la sombra de la figura del rey, y su táctica consiste en llegar ileso al otro lado del tablero para conseguir la movilidad necesaria y poder así dar juego. En ese sentido, la primera decisión fue anunciar su boda con Letizia Ortiz y sustentar la decisión en un intangible de apreciable valor: el amor.
Se supone que el amor es inherente a cualquier pareja que decide iniciar su relación, por lo tanto, en el anuncio de una boda de Estado, donde se da a conocer a quien probablemente sea la próxima reina de España, se espera otro tipo de mensaje. Diana de Gales, en el set de la BBC de Londres, dio como una de las razones de su decisión la ausencia de amor en la relación con el príncipe Carlos de Inglaterra y la audiencia mediática le dio la razón. ¿Es entonces el amor un elemento esencial que permite iniciar el acopio de capital simbólico? Es probable y por lo tanto habrá que revisar qué significa hoy el amor para el cuerpo social y qué valor se le asigna en una realidad líquida que erosiona certezas. Puede que, bajo el imperio de la individualidad, el amor sea una suerte de producto de difícil acceso y alta apreciación; quien accede a él se prestigia.
Refiriéndose a la novela moderna, el escritor Rafael Reig opina que lo que se espera de ésta es que cuente precisamente lo que no sale en las novelas clásicas. Si la novela clásica termina con la boda de los protagonistas, la novela moderna empieza con ese final, a partir del desenlace. Teniendo esto en cuenta podemos pensar que Letizia Ortiz es la protagonista de una novela moderna. La historia que nos relata comienza el día del anuncio de la relación y de la inmediata boda cuando el príncipe Felipe declara sin ambages "lo enamorado que estoy de Letizia". Aceptando entonces el amor como el primer aporte social al capital simbólico de la pareja que -tal vez- reine en España, se espera ahora que el relato avance y veamos la capacidad narrativa de Felipe de Borbón y si Letizia Ortiz, como aseguran los buenos novelistas, es un personaje que se escapa o no de las manos de su autor.
El rey Juan Carlos ha demostrado una gran plasticidad como narrador ya que, emergiendo de una restauración dirigida por el general Francisco Franco, ha sido capaz de ponerse al frente de una monarquía parlamentaria cuyo eje narrativo fue la Transición, que le justifica como la garantía de la vertebración de España y del sistema mismo, hecho que puso en escena durante los acontecimientos del 23F. El genial creativo y realizador británico Paul Arden sostenía que si después del 11S en lugar de declarar guerras por doquier se hubiera construido una mezquita gigante en la Zona Cero de Manhattan hoy la historia sería muy distinta. La resolución de este conflicto por el absurdo que propone Arden es pertinente por todas las consecuencias que aún acarrea y por las que todavía están al llegar, pero, ¿no es acaso un símbolo parecido al de la mezquita de Arden el relato que el rey Juan Carlos perfiló en su día? ¿No es una suerte de templo para una seudoreligión de la concordia entre las fuerzas opuestas que se encontraron en el final del franquismo? Se trata de símbolos, claro está, meros símbolos. Pero son los bienes que forman el capital simbólico, patrimonio sin el cual es impensable que los príncipes de Asturias puedan escribir su relato.
De momento, es el amor el símbolo que alienta y da sentido a su historia, pero el amor es apenas el comienzo de la misma. Queda toda la lectura por delante y poco sabemos aún de su heroína, Letizia Ortiz. Hasta ahora sólo podemos vislumbrar que es el personaje de una novela moderna y lo que más nos interesa de la misma es lo que aún no está escrito.
* Fragmento del libro Las dudas de Hamlet (Leticia Ortiz y la transformación de la monarquía española) de Miguel Roig, que se presentó la semana pasada en Madrid.
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