Sábado, 7 de enero de 2012 | Hoy
Por Miriam Cairo
Almuerzo con mi amiga melancólica. "Ya me decidí. Me voy a Egipto", dice, mientras levanta la copa. La sorpresa me impulsa al brindis pero me desconcierta. "Voy a hacer un crucero por el Nilo, para encontrarme". Estas palabras en boca de cualquier otra me traerían un sonido de baratijas, pero que mi amiga melancólica, de una melancolía estoica, programe un viaje por el Nilo, con egiptólogo incluido, para explorarse, me coloca otra vez en esas cuestiones del afuera y el adentro, con sus vasos comunicantes. El verano pasado, para alejarse de su amante, cruzó a caballo la cordillera. Volvió con el corazón confuso, pero con más amor por la montaña y por los caballos. Por añadidura se trajo un cáncer de mama. En los meses sucesivos hizo quimio con las lágrimas del amante. Le extirparon el tumor y ahora se va a Egipto, con su hermosa peluca sostenida por un lazo celeste y un seno menos.
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Después de varias noches de juerga regresan las musas con sus arriba y sus abajo. Van y vienen con encajes, con sahumerios, con sus colchones, sus jaulas y sus peces. Descompuestas por la resaca se declaran hartas de la cadena de amor y vino espumante, de gladiolos y cáscaras de naranja. Están hartas de los fulanos y demás cosas frágiles. Las musas lujuriosas, medio dormidas, piensan en trapecios que saltan y se multiplican en sus cerebros bajo tormentas eléctricas. Las musas toman envión y se columpian desde Venecia hasta el Sena, desde allí hasta el río Hudson, desde el Hudson hasta la bahía de Samborombón que está a punto de dar a luz a un hermoso niño gitano. Y esa voluptuosidad de columpio es la piedra angular. El resto no tiene la menor importancia.
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Mi amiga dragona usa el whisky como analgésico. Estaría más feliz en cualquier otra parte, pero no sabe a dónde ir. Jamás le sugeriría el Nilo. Le llevo acrílicos para sacarla del dramatismo del óleo pero vuelve a pintar, en colores brillantes, el mismo ropero en el que se quedó encerrada mientras jugaba a las escondidas en la infancia. Enero es un mes despiadado. Ella sólo viaja por dentro. Franquea los muros errantes, las puertas tapiadas y las fronteras entre el salto y la caída. Es difícil saber cuándo está y cuándo se ha ido porque siempre lleva la cabeza erguida sobre el imposible.
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Vuelven también, alborotados, los fantasmas. Apilan los huesos en cualquier rincón del living. Las musas los miran extasiadas. Corretean desnudas, en puntas de pie por el patio, por los pasillos. Saltan alocadas sobre la cama. Yo sigo frente al teclado, poniendo a contraluz cada palabra, para observarlas cuidadosamente, mientras escucho los zumbidos. No puedo escribir teniendo en mi habitación una orgía de musas y fantasmas.
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Cómo tiembla la tórtola en la rama. Mi amiga melancólica se va al Nilo sin su amante. El amante queda en casa con la esposa turbulenta. Todo el amor se sostiene con llamadas telefónicas. Mi amiga melancólica no tiene piedad pero tiene su seno de amazona. Deja al amante a merced de la esposa. La acompaño al aeropuerto. El amante llama pero ella no contesta. Pobre fulano sin nombre. Mi amiga melancólica no contesta. Ella quiere desnudarse sobre el Nilo, no sobre la borra de un café rancio. Quiere jugar con su pezón de rosa. Que las bestias la devoren. Que las momias se sonrojen. Tan feliz se va con su seno soberbio.
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Hay cierta excitación en la oscuridad del ropero. Hay cierto sudor en la axila dragona. Cree escuchar pasos dentro del cajón de la cómoda. Ella escucha hasta las destilaciones de la luna. Los peligros no se mezquinan. El ropero es un barco que navega por el Nilo. Separada del acto de beber por unos minutos tiene sed de todo. Hay un color nuevo clavado en el centro de su noche. Dibuja blancas azucenas con aleta de pez negro. Mientras habla de las sombras entra el gato sin ningún peligro por la ventana. Comienza a dibujar un gato danzando entre lirios enloquecidos como una bailarina deforme. Se hace la madrugada. Duermo de a ratos en el mismo sillón. Al amanecer ella comienza su noche y yo me voy a casa.
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6700 kilómetros de cauce y de memoria tiene el río. Mi amiga melancólica va a buscar entre los aguazales del Nilo blanco, los grandes pastizales fangosos, húmedos como su alma, donde abundan los jacintos de agua y las plantas de papiro. Va a desembocar entera, fáunica y floral en el lecho del Nilo azul, sagrado como su sexo. Ni se acuerda del amante cuando llega a Sudán, donde el río se hace insolente e ilimitado como la mujer de un solo seno.
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Pongo palabras a contraluz. Amante. Musa. Fantasma. Bailarina. Amazona. Las palabras tienen una cabeza impar rescatada de la bruma. Es difícil saber hasta dónde pueden llegar cuando ruedan hacia abajo. Cuando avanzan en vapores y en eclipses. Cuando caminan en puntas de pie sobre mi espalda.
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