CONTRATAPA
› Por Patricio Raffo
Y habrá otra primavera y otro gesto y difícilmente olvide sus ojos mirándome con amor.
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Crudo nado y cavo lo necesario en la noche las palabras que la nombran: huelo su gesto espantosamente lejano en el vigor de lo que no habrá de regresar.
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Ella tenía el perfume de los huracanes: rosas de furia, deseo y placer arrasando todo a su paso.
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No escribo para que vuelva, sólo construyo con palabras la bella memoria de nuestros cuerpos entrelazados para siempre.
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Por acá quedó su aroma, por allá alguno de sus gestos y en ciertos espacios de silencio su voz, tan imborrable como imbatible, dándole de comer en la boca a la memoria.
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Su aroma se enfría brutalmente como un filo que surca la carne con desesperación.
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Se durmió entre mis brazos como se duerme un aroma en la memoria.
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Necesito recostarme entre sus palabras y dejar pasar el tiempo en esa suavidad.
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Miré por el ojo de la cerradura de su cuerpo y me vi atrapado en ella.
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Estoy con los ojos cerrados, de pie, en el borde del vértigo de los vestigios: la orfebrería del brillo en las íntimas cuestiones de los abismos de su aroma.
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Ya no la recuerdo, solo de vez en cuando siento el perfume que dejaba en mi cuerpo después de las horas del amor.
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Suavísimo hervidero de la memoria: la celebración del gesto: puerto inmóvil del que nada zarpa.
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Estoy sentado en el borde de mí esperándola.
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Me alimento con las palabras de su boca: hablan de tierras arrasadas, sobre ellas crío margaritas rebeldes para no olvidarla.
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Bajo la lluvia de nuestros cuerpos, que llovían incesantes sobre nosotros, con la inexorabilidad de la hermosura.
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Bebo una copa con viejos fantasmas que habitan los suburbios de la memoria: ciertos bellos gestos que jamás habrán de ser revelados juegan en el jardín como encendidas mascotas indecentes.
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Un solo gesto de su boca sería suficiente para calmar todas las fieras de la noche que me acechan sin descanso.
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Tribulo entre el tártano y la fanfarria del carrillón: trepo hacia abajo sin cesar y en el plexo del exilio acuno su mirada.
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Anoche soñé con ella y despertar es, hasta el momento, una tarea absolutamente inútil.
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Estoy parado en el centro exacto de mis palabras, dándoles de comer en la boca la precisa memoria de sus ojos.
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Hubo ruidos en el medio de la noche, pensé en sus pasos, pensé que regresaba, pero era sólo la memoria de su aroma agitándose en el aire.
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Ya lejana la fanfarria de la sed, quiebro la tráquea de la memoria para no nombrarla nunca más.
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Siento que voy diluyéndome en el aire como quien se va para siempre.
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En el mar de todas las tormentas navego sin cesar hacia su mirada con la inexorabilidad de un sueño eterno.
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Nombrarla en el centro exacto de la nada y ver como ese nombre se diluye lentamente, junto a mí, en el silencio, hasta convertirse en una especie de sombra de luz.
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Cuando la olvide habré de olvidarla como habré de olvidar mi propio nombre al olvidarla.
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Había una calle y hojas en las veredas, un viento de invierno enfriándose con la tarde, una casa con jardín, un griterío de chicos jugando: un universo en una célula: sus ojos mirándome para siempre.
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No soy más que un animal enfurecido y desamparado en el medio de la noche.
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