Miércoles, 15 de febrero de 2012 | Hoy
Por Homs
Con ese dejo fatal propio del cine sepia, Theda Bara, que fue Safo, Cleopatra y Salomé antes que ninguna, camina frente a él. Su prohibida pierna, asomando por el tajo de la pollera, con dulces movimientos se desprende del cuerpo.
La diva, divertida con el número que está montando ante el mal dormido, en perfecto equilibrio comienza a girar sobre su única pierna dando saltos de aquí para allá. La otra, la derecha, baila sobre la mesa con un brazo que por las vetas de la madera de la puerta se filtró.
Una anómala simetría entre los objetos antecede a un estruendo.
Los vidrios se rajan. Las piedras se parten.
Los huesos se pulverizan.
Al mal dormido el dolor lo traspasa.
Quiere gritar pero el esfuerzo es tan extremo que sus cuerdas vocales se estrangulan.
Cabecea en acto reflejo y por un instante vuelven las cosas a su sitio.
La mujer se escurre por las teclas negras de un piano.
Su pierna suelta y el otro brazo, entre movimientos espásticos, perduran.
La epilepsia se apodera del espacio.
Una radio Am transmite la descarga de una intensa tormenta.
Las paredes blancas se hacen amarillas llegando muy pronto al punto de saturación.
El color doblega a la voluntad y el mal dormido es forzado a mirar aunque él prefiriese no ver.
El amarillo, al no dar perspectivas, es el gran conductor del miedo, infinitamente superior al negro y al rojo.
El amarillo de tan frontal aterra y jamás habrá en él profundidad.
En tal amarilla totalidad un perro aúlla, en un registro casi humano, su imposibilidad.
El mal dormido, por instinto, corre a ayudar a la bestia.
El perro, hasta sorprendido, ladra una tonada pueril con la que antaño se hacía dormir a las crías.
Carnívoro arrorró.
El mal dormido cae en ese sueño inducido hasta que un tarascón a la altura del vientre le parte el tronco.
La pierna suelta acude al rescate y sin vacilar se arroja frente al perro haciéndose pasar por mejor presa.
Sin embargo un cuerpo entero es manjar más suculento que pierna de celuloide y el perro, con incrementada iracundia, se ensaña con el mal dormido que ya casi no puede oponer resistencia.
Las pestañas son viruta incrustándose en los párpados.
"No parpadees en el desgarro. ¡Sé un poco más hombre!", le dice una voz que proviene de ese brazo que todavía baila por la habitación. Es Virulana, la nodriza de sulfurosa leche, que le propina una cachetada tan estrepitosa que hace caer a los retratos de sus clavos.
A duras penas el mal dormido logra ponerse de pie y sin saber por qué se instala en el baño.
Ni tan lúcido ni tan aturdido tira la cadena para observar cómo el agua se renueva dentro del inodoro.
La vorágine líquida lo absorbe.
La felicidad llega a su cepillo de dientes que, viendo todo lo que acaba de suceder, se siente libre al fin de esa boca que hasta la sangre lo vilipendiaba ocho veces al día.
Mas la sublime garganta del diablo a escasos metros deviene en estrecho conducto por el que ese cuerpo no puede pasar.
El mismo hueco que segundos atrás lo tragó lo devuelve a la Insomnia, esa zona hasta la que los hemisferios rehúsan llegar.
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