Vie 23.03.2012
rosario

CONTRATAPA

The Wall para todos

› Por Fabián Di Nucci

Compré The Wall en el 79 o a principios del 80, recién editado. No era fanático de Pink Floyd pero conocía lo que casi todos, El lado oscuro de la luna, Wish you where here como se tradujera y poco más. Si no recuerdo mal estaban en retirada como otras grandes bandas de los 70, avasallados por un punk más auténtico y por aquellos que aprovecharon la nueva ola para parecer sin serlo.

Todos sabemos qué ocurrió. El disco los masificó quizás más que el Lado oscuro, éxito total, inmediato, global ya por entonces, muy bien de críticas y mucho mejor de ventas. Había nenitos cantando, dibujos raros por todos lados, letras con una caligrafía extraña pero atrapante y sobre todo de un contenido poco usual para una banda de rock aunque sofisticada, masiva.

Desde ese día al presente la pared no dejó de crecer. Post guerra de Malvinas, desde The Final Cut ﷓que resultó tirando a bodrio y algo así como una continuidad desafortunada cuya única razón de ser pareció la referencia al conflicto﷓, nos recordaban que para matarse siempre sobran los motivos.

Luego, la película de Alan Parker, obligaba a repasar el disco porque hasta el sonido más insignificante tenía una razón de ser tan crucial en la pantalla que parecía haberse compuesto después de filmarla y no antes.

Finalmente, la caída de la verdadera pared material, la más fácil de reconocer, en Berlín, fue la excusa del show al efecto, cuyas imágenes todavía hoy resultan increíbles.

Como cualquiera reconoce, el disco está entre lo mejor de una banda considerada de las mejores. Los solos de Gilmour estremecen, la expresividad más desgarradora en la voz de Waters trasmite la angustia del protagonista a lo largo de toda la obra, las letras son buenas, sin excepción, y en algunos casos muy duras, como en Madre.

En esto, todos estamos de acuerdo. ¿Pero nueve River? ¿Qué de nuevo podría mostrarnos, cantarnos, decirnos?

"Buen marketing", se dijo, porque sino eran menos funciones y las entradas, etc. Es posible. "Viene a llevarse la plata", también se dijo; y uno no cree que la haya dejado, claro. Tampoco faltaron audaces que, tanteando para ver el rebote, insinuaron que venía a robar. Imbéciles.

The Wall ya no pertenece a Waters ni a Pink Floyd. Se ha independizado y es una pared que crece sola porque el aporte de ladrillos sigue siendo incesante, como un gigantesco Guernica interactivo. Basta pensar en Irak, en Siria o en Palestina, basta dudar de las Torres Gemelas, y preocuparnos si algún día el agua vale más que el petróleo mientras buscan las armas de destrucción masiva que seguramente estaremos escondiendo.

The Wall se ha independizado de Waters pero él es su mejor instrumento, siempre alerta para transformar en símbolos fácilmente identificables todo el dolor que amenaza y padecen los seres humanos, y para señalar a sus causantes cuando sobrevuelan el muro miles de bombarderos de cuyos vientres caen, en vez de bombas, cruces cristianas, estrellas de David, medialunas crecientes, hoces y martillos, signos $ y logotipos de multinacionales. Destrucción, hambre, violencia, y siempre en pos de dinero.

Podemos elegir la plaga que viene porque están todas; la guerra en cualquiera de sus formas y los gobiernos que las generan e impulsan, las religiones hegemónicas en términos de fieles o herejes, los sistemas educativos como herramientas de sometimiento y control, el capitalismo salvaje, las multinacionales feroces, las marcas crecidas del trabajo esclavo. Hasta madres castradoras, aunque sutilmente deslice que el adjetivo es redundante.

Como del tema sabemos bastante puede que allí radique parte del fenómeno The Wall en Argentina. Nos lo recuerda Waters en un castellano enredado, sintetizando lo más patético que hemos legado al mundo: la desaparición forzada de personas por el terrorismo de estado, dedicando el show a sus víctimas; y a Ernesto Sábato, "que nos ayudó a decir nunca más". Los presentes pueden agregar a gusto, aprobar, o desestimar también, como esa noche unos pocos dejaron claro.

Quizás el fenómeno se explique a sí mismo, fuera de este o de cualquier contexto, porque lo que sigue es la comunión de sonido en 360 grados, con luces, fuegos artificiales, marionetas gigantes y grafitis, en un muro construido de tribuna a tribuna, y la demostración de coordinación, imaginación, precisión y belleza más extraordinaria que se haya visto en la Argentina.

Sin dudas el despliegue tecnológico es apabullante. Pero no es menos cierto que hasta la pieza más insignificante existe en función del concepto y su razón de ser es impactar en forma visual o sonora e incluso táctil, como ocurre con las incesantes vibraciones de graves que sin casi escucharse se sienten en todo el cuerpo.

Podemos lamentar la imposibilidad de la mayoría de los argentinos para acceder a la obra. Es cara, además de lejos para quienes no habitamos la galaxia porteña. Como toda obra de arte, y la puesta The Wall lo es sin dudas, debería ser accesible para todos aunque, como ya se dijo, ninguna canción pueda terminar con la guerra o las injusticias. Sin embargo es en la creación artística donde palpita lo que la humanidad pueda tener de divino.

The Wall, en síntesis, debió haber sido "para todos", como el fútbol y el automovilismo.

Pero se le escapó a Cristina. Y el hombre le dijo que no a Macri, y en Santa Fe, siendo cautos, ¿qué hubiera hecho la EPE con tanta lamparita?

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