Sáb 07.04.2012
rosario

CONTRATAPA

La trama de los días y las noches

› Por Miriam Cairo

Día uno.

Los intereses de A chocan con los intereses de B. Derramamiento de tinta negra. Desamparados por aquí y por allá. El cielo en el infierno. Los analistas pasan todo por el microscopio. Los analistas de A descubren A. Los analistas de B descubren B. Los tibetanos tienen demonios que ofician de furiosos verdugos. Llueve. Preparo café. Escribo. A cada palabra le coloco un embudo en la boca para llenarla de silencio. Con una cánula pequeña la voy vaciando de sus vicios y la lleno de silencio. El trabajo es minucioso. No se trata de separar lo animado de lo inanimado, ni de dejarse engatusar por las almas que pían en las jaulas, sino de vaciar las palabras de sus vicios. De restaurarles la abolladura. De recuperarles el trasfondo. De soltarles el hilo. La terea es extremada y me lleva a un conjunto de fatalidades sutilísimas.

Día dos.

¿Hay vida después de los titulares? El condenado jura no haber sido causa de hambre, ni de llanto, ni de tortura, ni de muerte. El devorador de las sombras no le cree. El tribunal tampoco. Los diarios se escriben. No todos los leen. De aquí para allá corren las mujeres viudas de esposos vivos. Corren de aquí para allá los hombres viudos de esposas no muertas. Saltean los intereses de A estrellados contra los intereses de B. El orbe de minotauros vivos mezclado con el orbe de los minotauros muertos. A cada hombre y a cada mujer de este mundo hay que multiplicarlo por sí mismo. Un libro porque es un libro. Un perro porque es un perro. Un fantasma porque es un fantasma. La irrealidad no existe para A y B. Los demonios tibetanos tampoco.

Día tres.

El hombre dice que se quedará toda la vida en esta ciudad. Habla con fluidez el idioma de mis fantasmas. Alrededor se frotan nuestras almas con el vigor de los cuerpos. El alma dice con el cuerpo lo que el cuerpo no sabe decir sin palabras. Los titulares de los diarios no se atreven a hacer ningún movimiento. Los intereses de A le chupan los pezones a los intereses de B, en tanto el hombre vuelve a decir que se quedará toda la vida. Cada teta de A pesa cinco kilos. Los pezones de B caen al piso. Mientras el hombre dice, escribo. Además de lo real está lo probable. Y están los minotauros. El libro. Escribir un libro con silencios. A quién se le ocurre. Dice el editor: te llevo una muestra. Qué traerá. Una red llena de aire. Una hoja de aire pegada a otra hoja de aire. Siempre hay un otro que después nos sigue. Un minotauro que orina delante de nosotros. Siempre hay una escena más otra escena, y también un invisible extraordinario.

Día cuatro.

El precoz ladrón de carteras sale de su laberinto. Se lleva algo. Deja algo.

Es mucho más lo que deja. Lo corro para devolverle lo que me deja pero es ágil. Vuelve al laberinto triunfante. Nadie entra en esa oscuridad. Vuelvo al laberinto escribiente. Nadie entra en esta oscuridad. Cómo se escribe un libro. No estoy muy segura. Cómo se está frente a una página, no estoy muy segura. Cómo se comienza la primera línea, no estoy muy segura. Cómo no se escribe tampoco estoy segura. Vivo en la inseguridad como quien viven en una fortaleza. Un ladrón fracasa siempre. Se lleva lo que cualquiera se puede llevar. Aunque se llevara mis manos, no podría llevárselo todo. Aunque me cortara la cabeza. Aunque me punzara el corazón con la cánula de vaciar palabras.

Día cinco.

Alguien sopla. Se abren los laberintos y las jaulas. Alguien sopla con elegancia animal. Todos los minotauros saben leer lo no escrito. Una hormiga detrás de otra hormiga abriendo un camino hasta la luna. Yo presto mucha atención. Espero que los intereses de A y los intereses de B coincidan en cualquier momento. Es asombrosa su obcecación. Se golpean la frente contra la pantalla del televisor. Antes, A y B se entendían a las mil maravillas, hasta que les llegó el espanto y lo que se dijeron fueron cosas ya oídas. El aire está negro. El lobo comienza su cacería. Un libro, una página, una palabra. En el mundo pasa todo y nada.

Día seis.

La minotaura ríe mientras llora. Loca de atar por haber tenido tanto miedo. Miedo del libro, miedo del ladrón, miedo del hombre que nunca se irá de la ciudad. Miedo de los perros, de los gatos, de la policía. Miedo de los intereses de A y B. Miedo de los titulares. Miedo de los tres sentados para siempre. De los sentidos tapados con garras silenciosas. De las zancadas largas de los rumores y de las mentiras. Pero también coraje para temblarse el miedo.

Día siete.

Me desmesuro irresistiblemente. Diez minutos, diez horas, diez días, diez vidas llevo desmesurándome irresistiblemente. Por la mañana y por la tarde metida en la página. Por la noche en el bar con los amigos que se salen de los libros. Se acerca una mujer a la mesa preguntando si somos artistas. No, dice con seguridad mi amigo. Ella buscaba a los protagonistas de una obra submarina. (Otra minotaura viva que se le escapó al hombre muerto). Nos distrae de la conversación y nos devora. Nos mastica con su boca espumosa. Nos traga. Nos diluimos. Los pezones apuntan hacia abajo. Le caen por una erótica ley de gravedad que presentimos. La mujer salió del pozo de las fieras. Azules los ojos. Verdes los aros. Rojo el cabello. A y B preparan la trampa feroz sobre la boca del abismo. Cuando esta mujer se va nos sentimos a salvo, pero ya no somos los mismos.

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