Domingo, 8 de abril de 2012 | Hoy
CONTRATAPA › FOTOGRAFIANDO LA ZONA
Por Adrián Abonizio
* "Yo estaba asustada porque me dejaras. Eramos muy felices", susurra Catherine Deneuve ocupando toda la pantalla, mirándolo sólo a él que está en su living bebiéndose un vodka junto a su amigo. Ya es tarde para lágrimas, cosita mía. Y cambia de canal. Es la primera vez que rechaza a una belleza así, pero el alcohol lo hace agrandarse. "Usted pasa un tercio de su vida en la cama. Los ácaros del polvo también. Ellos son los que le dan cansancio, alergias y enfermedades". La publicidad lo sorprende. Esos seres invisibles le están chupando la energía de vivir o será porque hace una década que duerme solo. Bue, no tan solo, comenta su amigo....¿Tenés millones durmiendo con vos y te quejás?. Vuelve con Catherine pero ella ya se ha ido en brazos de otro.
* Observa bien a Durán Barba, el asesor ecuatoriano de Macri. Es la clase de malhechores de pelo teñido que solían vivir por su barrio. Eran gestores de algo; vendían modernidades electrodomésticas, diccionarios a domicilio o eran dueños de una mueblería con maderas laqueadas. Sonreían. Siempre. Usaban camisas vulgares y relojes presuntuosos. Olían a colonias desagradables. Se ignoraba dónde habían nacido y un buen día abandonaban todo dejando el tendal. Despreciaban a pobres y morochos. El los conoce bien.
* Blue Monn in Kentucky cantaba Elvis. Sus movimientos insólitos, como los de un negro fueron lo prohibitivo que atrajo las miradas sobre sus caderas primero y luego sobre su pinta en general y luego su decir, su voz. Los negros veían en él a una estafa, pero pocos podían bailar así. Una estafa, repetían. Y lo odiaban y lo amaban a la vez. Les había robado el alma, el soul, como antes los expedicionarios con sus máquinas de fotos.
* El policía sube al micro en plena ruta y abotagado por el calor se sienta en el primer asiento y se quita el chaleco antibalas. Su cuerpo es una vara de mimbre quemada. Luce desnudo y sin espaldas. A sus pies, de consuelo, le queda el caparazón azul y negro, sudado seguramente, atrofiado de verano y de hastío.
* Siempre veían al gordo en el tren que iba a provincia. Avanzaba entre la gente con su radiograbador enorme donde salían las pistas. Cantaba excelente sobre el ruido a rieles, gente, fierros moviéndose. Lo buscaron para hacerlo grabar hasta que lo hallaron de improviso: Había cambiado su genialidad de cantor de tangos por un uniforme de guarda. No, dejame, exclamó al rechazar la oferta. Esto es más seguro. Lo reconocieron en el noticiero: Lo habían matado por veinte pesos. A él le dedicaron el disco que hicieron ese mes.
* Vive en zona rural y una amiga de Funes le ha pedido que le traiga algunos sapos para su quinta repleta de bichos. Cuando la bolsa de arpillera y nylon que esconde bajo el asiento se abre y salen todos, el pasaje del micro no lo puede creer. Atrás dos pibes, fumados, menos aún. No, no puede ser, le dice uno al otro. Y ambos se asustan de verdad muertos de risa.
* Tiempos de dictadura. Anda en la calle, perseguido y hambreado hasta que se le ocurre una idea feliz: Desciende las barrancas del club de pesca y robando una línea muerta pone una piedra en su extremo y hace que pesca. Por la noche duerme en la casucha, con olor a vísceras y humedad. El cuidador, que lo ha reconocido de cuando venía con su padre de pibe, le hace saber que esté tranquilo, que él entiende todo. Y hasta le alcanza comida: Pescado frito, la dieta del subversivo que lo habrá de mantener con vida durante dos meses.
* El mono del zoológico, un simio manchado de vejez y aburrimiento cayó en desgracia el día que se mastubaba frente a la hija de un reconocido juez católico y pro militar. Lo hicieron desaparecer vaya a saberse con qué métodos. El amigo, concluyó la anécdota. La chica y su papi tendrían que estarse halagados en vez de agarrárselas con el pobre mono: ella era muy fea, che.
* Fraguaba las firmas de los padres en el boletín lleno de malas notas de sus amigos de la primaria. Maestro en el dibujo y el engaño. El tiempo pasó y hoy, el comisario Albornoz tiene delante al impostor, un artista consumado y envejecido detenido por falsificar billetes de alta denominación. Se reconocen al fin: Compañeros de banco. Me debés gauchadas, Che Alberto, le dice el preso. El comisario mira al cieloraso y se alegra de encontrar una solución. Vas a entrar pero por drogas: salís más rápido. ¿Querés un café?
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