Sábado, 21 de abril de 2012 | Hoy
Por Miriam Cairo
No se opondrá. No podrá oponerse al fuego de artificios que se despliegue bajo las sábanas bordadas. Irá, con miles de iguales a instalarse en el nido acuoso. Irá sacudiéndose al ritmo de los cuerpos. Irá con todos los amarillos a convertirse en existencia.
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Se dará a luz en horas de la siesta. Traerá consigo un destino en miniatura. Será alérgica a algunas cosas e inmune a otras.
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Cuando sus padres vayan al cine o a un concierto, quedará al cuidado de la abuela que bordará manteles de algodón, bordará glicinas, bordará la noche y bordará el aire. Padecerá el pequeño abandono. La abuela inventará canciones que la salven. Tragando lágrimas en los brazos bordadores de la abuela, se dormirá. Y cuando ella calle, la hermana mayor dormirá también.
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A la hora de la siesta, acercará la silla al mueble alto del comedor y tomará la caja de chicles picantes. Uno a uno los masticará y se los irá pegando en el cabello, en la cara, en las piernas, para transformarse. Luego, junto al hermano pequeño, se esconderá debajo de la cama. Pegará chicles porque todavía no sabrá pegar palabras.
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A temprana edad aprenderá a leer. Moldeará las aguas amarillas de un sueño en el que una muchacha cierra los ojos para dormir pero no duerme, sino que comienza a vivir.
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Como su hermana primero, y su hermano, después, en brazos del padre pasará su dedo ínfimo por las abarrotadas letras del diario. Leerá noticias en el día y cuentos de hadas por las noches. Leerá las letras plateadas que dibujen los caracoles en el jardín.
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En un libro encontrará el nombre para su perro: Nerón. Lo hará dormir con ella para que aleje los monstruos de la noche, pero los monstruos serán más fieles que el perro: nunca la abandonarán.
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Adivinará una prohibida dicha de soñadora inmóvil, una dicha de desmoronamientos, una dicha de sobrepasarse a sí misma.
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Pensará que la oscuridad es un problema de los ojos. Se estirará los párpados para atravesar la noche. Esconderá la cabeza debajo de la almohada. Nerón no se inmutará.
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Irá a visitar a su padre enfermo. El olor del hospital le hará picar la nariz y le irritará los ojos. Llevará de regalo un dibujo de Nerón. Su padre no la reconocerá, entonces, la madre le comprará maní japonés y la sentará en una butaca del hall. Romperá el dibujo por la mitad. Sola masticará el maní. Masticará lo que tenga que masticar.
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No necesitará preguntar. Dejará que todos finjan una jaqueca y lloren a escondidas mientras corren los muebles. Se dejará vestir con la ropa que menos le guste. Esa pollera de tablas escocesas y los zapatos de charol. No llorará mientras nadie pronuncie la palabra muerte.
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Pasará el tiempo. Sabrá leer más de la cuenta. Le gustarán los cuadernos. Escribirá palabras debajo del sauce. Escribirá en otra parte suya, a veces más ventosa, a veces más suave.
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Tendrá peces con cabeza de pájaro.
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Será peligroso vivir sobre una avenida. Enterrará a Nerón debajo del sauce.
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Tendrá pares e impares. Tendrá el lobo. Tendrá los mares subterráneos, tendrá algo lento y asmático: sentirá la lengua de la oscuridad.
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A veces será necesario cerrar los ojos para esconderse de sí misma.
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Se saldrá del sendero. Se romperá y se rehará. Absorberá la redonda sustancia de las apariciones. Esperará el gesto lento, real e irreal. Hará algo impropio como si fuera propio. Hará algo propio como si fuera impropio.
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Pondrá un nombre a cada hijo. Y cada uno tendrá un soplo, un brillo, y también un rumor.
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Dirá lo que pueda decir, haciendo equilibrio sobre el filo del lenguaje y se cortará los pies pero no las alas.
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Despertará en el vericueto de la ilusión acuosa. Romperá el himen del estereotipo. Se deslumbrará por la evidencia. Se deslumbrará por el animal indecible y por la palabra anómala. Se parecerá a los dos.
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Rozará la noche en el umbral de cada orilla, y desde allí girará sobre el ala de la luna que se agita de rama en rama, intercalada de vaguedades, de memorias de otro ser, de palabras que ya no tienen boca.
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No morirá de dolor en recintos viscosos, ni en corredores negros, ni en libros viscosos, ni en libros negros. Para mejor mejorar no le quedará más que escribir lo que no deba ser escrito, como no deba serlo en la última página del diario. Y por las noches, a la hora de dormir, sentirá como una bendición el peso de los pies al final de las ligeras piernas.
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