Vie 06.07.2012
rosario

CONTRATAPA › EL BOTE

Flores rojas

› Por Beatriz Vignoli

La chica que yo amaba era infinita

como el bajo que perdí.

Charly García, "Curitas"

Lo más loco de todo es que la mina está viva. No se murió, quedó en coma. No la mató. El padre monta guardia las veinticuatro horas al lado de la cama con el respirador. Por si al Agus se le ocurre. Y al Agus se le ocurre, cómo que no. Volver a ver a su jermu luego de encajarle dos tiros con la nueve. Quiere recuperarla. "Volveremos, Colo", me dice; "volveremos". Volveremos y seremos sillones y alfombras, le retruco, alejándome más aún en el túnel del tiempo. El cree que hablándole va a lograr que despierte. Que no se acuerde de nada y que lo ame. El ego del Agus resistió todos los bombardeos de los Royal que nos hicieron polvo pero no puede con una esposa en coma. Son los mismos hijos de puta que derrotaron a Napoleón pero no pudieron con el Agus. Lástima que no lo saben. Por el Agus, digo, no por ellos. Por ellos, qué me importa. Que todos ellos sepan que el Agus sigue entero, demasiado entero, por ellos qué me importa. Sin embargo le haría bien al Agus saber que todos los que pelearon, incluso ellos, lo saben. El no piensa en lo que a Grace le haría bien. La incapacidad del Agus para querer de verdad a la mujer que ama es directamente proporcional a su lealtad para con los compañeros, vivos o muertos, y ese es un misterio que la ciencia no ha podido descular.

Resiliencia, le dicen. Para mí el Agus es una cosa que no tiene nombre. Le metió dos tiros, la dejó en coma, está en arresto domiciliario y ahora dice que quiere recuperarla. Escaparse, ir al hospital, sortear la vigilancia del suegro y todo eso con un ramo de flores, de madrugada. Flores blancas. No, mejor flores rojas. Cree que hablándole va a lograr que despierte. Que no se acuerde de nada y que lo ame. O que se acuerde y lo perdone y lo ame. Son las cosas que se le ocurren al Agus, mi cumpa, el de la posición de mortero. El del trío de rock absolutamente silencioso que formábamos con Sosa en las noches más infinitas de nuestras vidas. Iba a decir infinitas y frías, pero a lo de frías ya lo sabe todo el mundo. Lo que nadie dice es que eran infinitas. Muchas cosas no se dicen. Tantas cosas ya no se dicen más. El Agus, por ejemplo: habla de amor. ¿Cuántos hoy hablan de amor? Habla de amor y le mete dos tiros. Contradictorio, convengamos.

Ambivalencia, le dicen a eso. A mí me dicen doctor. Irazusta, Irazusta, déle algo. El hospital es como allá: mi apellido corta el aire sonando en el frío de antes del alba. Déle algo. Y los gritos. Cuando suenan afuera se apagan en mi cabeza. Cuando no suenan afuera, vuelven a mi cabeza. Por eso no corro sin música. Dolofrix y un Ipod y un buzo grueso y par de zapatillas, es todo lo que necesito para ser feliz en la mañana fría: morfina y a correr. Dosis homeopáticas, eso sí. Secreto endorfinas. Secreto adicto módico, este médico. Uno corre mejor en el lugar de uno. Siempre es mejor correr un rato, una media horita primero mientras amanece, para llegar tranquilo al hospital. Olvidar las flores rojas de la sangre. Tengo que infundir tranquilidad a mis pacientes y no puedo ser un manojo de nervios recién extraído de una batea inundada de pesadillas.

Corro y corro y corro y la cabeza a mil. Paso por debajo de los pinos, de los fresnos, de los cipreses, mientras el cielo se va volviendo transparente y es más puro el oxígeno, tras la noche sin autos, con la clorofila del césped aprestándose para la fotosíntesis. ¿Cómo alguien podría desear morir? Será lo que yo nunca estuve entero, que por eso siempre fui parte. No es que uno está y se piensa y si no se calcula bien, se rompe. He sido lo que les faltaba a los otros. La urgencia de los otros me hizo. A presión. Bajo presión. Under pressure. ¿No mostrar todo, no saberlo todo, ser menos me hace mejor? ¿Soy mejor que el Agus, que pudo con las armas de un reino y no puede con su alma? ¿Y por qué me comparo? ¿Por qué de pronto lo detesto? Lo detesto porque le encajó dos tiros a su mujer y yo he sucumbido a su hechizo. Soy su intermediario, un espía en mi trabajo. Tengo que llevarle noticias de Grace en el hospital. Tengo que darle esto. El cree que va a poder, que va a llegar. Yo no. No creo en él. Tampoco creo en mí. Ni en nadie. Manchester England, England, across the Atlantic Sea, no soy ningún genio genio; no creo en Dios ni creo que Dios crea en el Colo y ese no soy yo, ese no soy yo.

Grace es al Agus lo que las islas fueron a Galtieri y a todos nosotros: la hermanita perdida. La paradoja de no poder dejar de sostener el vínculo con eso amado y propio que supuestamente no se tiene (porque está perdido) y vuelta a querer recobrar lo perdido, sólo para perderlo de nuevo. La gesta iba a ser eso, ir y sentarse. Y volver. Un gesto. Un toque. ¿Cómo no lo entendieron los ingleses? ¿Cómo no comprenden la legitimidad de nuestra melancolía? ¿No saben que por lo perdido no se lucha para ganar, aunque se luche no se lucha para ganar, pues lo que perdimos jamás nos perdonaría que lo recobráramos, que lo trajéramos de nuevo a nuestras vidas y lo alineáramos (un objeto más, entre otros objetos) entre lo que por habitual es olvidable?

"Tras su manto de neblina/ no las hemos de olvidar", cantábamos todos de niños en al escuela, al alba, educándonos en el culto al objeto perdido, forjando nuestra inveterada melancolía nacional. Que lo perdido siga allá en su trono de pérdida, oculto tras un mar al que nuestras lágrimas inconsolables suman agua y sal como queriendo acercarlo; ir a buscarlo para volver a perderlo es ir a morir. No íbamos a la lid. Sí a la destrucción (propia), no como ellos, "que se vinieron con toda la tecnología", como se decía por entonces. Ellos hicieron un camino mucho más largo, ellos eran el bacán de la percanta del tango, el que la tiene entre algodones pero no la merece; ellas son de nosotros, que contamos con la fuerza espiritual necesaria para pensar en ellas todo el tiempo, a cada segundo, a cada chupada a la bombilla por donde sube el mate amargo como el agua de napa que se inyecta ascendiendo por las raíces del ombú... el árbol del ser nacional es un yuyo, obvio, pero aparte del ceibo menstrual con sus clitoridianas flores color coágulo, ¿qué otro árbol habría de significar un ser nacional melancólico que no fuera un yuyo gigante y generoso capaz de dar nada más y nada menos que sombra?

La carrera loca, la carrera loca del atleta nacional que grita es mía, es mía, es mía y sólo mía: unos con propaganda y armas y hombres desarmados en más de un sentido, otros treinta años después con propaganda sola, todos van ahí a desbarrancarse, a convertirse ellos mismos en lo perdido, por ese salto a la muerte que es la operación por la cual el melancólico se transforma en lo que perdió, y se salva al precio de sí mismo. "La sombra del objeto perdido cae sobre el yo", recitábamos los estudiantes de Psicología, sentados estudiando a la sombra de Freud sin pensar ya en la sombra que desde tras su manto de neblinas arrojan desde la primaria las malditas islas, brillo de estrella muerta o frío pecho materno, amamantándonos como la difunta Correa, esperándonos siempre, ellas que habitan sin tiempo el trono celestial de lo perdido. Como Dios en un carro de oro con sus ángeles, las islas están fuera de este mundo; muertas nos miran, como un dos de oro, como nos miraban sin mirar (abiertos de par en par) los ojos de los muertos.

Y un día el milagro sucedió. La Bella Durmiente despertó. Despertó y lo llamó. Dijo que lo quería ver, que lo extrañaba. La familia de ella estaba horrorizada. Cuando se lo avisamos, él no se sorprendió: se había enterado por telepatía, según él. El Agus suele hablarme de lo que él llama su teoría científica. Las ondas cerebrales son como las huellas digitales, dice. Cada una tiene una frecuencia única: como las ondas de radio, cada emisora tiene la suya. Y las ondas cerebrales del Agus reconocen a las de Grace cuando vienen flotando por el universo. "Yo sentía que ella estaba viva; pero mientras dormía me llegaban las ondas suavecito, suavecito. Suaves y profundas. Muy serenas pero con mucha soledad y silencio. Y cuando se estaba por despertar, la presentí". Le averigüé, a su pedido, la hora exacta en que Grace se despertó; coincidió con un momento en que la congoja del Agus aflojó sin ningún motivo observable. Dice que a esa hora salió al patio y oyó cantar más fuerte a los canarios en el jaulón de los abuelos. Fue como si los pájaros lo supieran también; a lo mejor se habían contagiado de su alegría recobrada. "Estoy contento", dice, y espera que yo también me ponga contento.

Se alegra más por él, que va a poder (eso cree) verla despierta, de lo que se alegra por ella, que va a poder continuar con su vida a pesar de la heridas que él le causó. La ley le prohíbe al Agus acercarse a Grace, no solamente su suegro. Un juez se lo prohíbe. El dice que a esa hora el cielo se volvió más traslúcido, más azul. Ya anochecía. Y de pronto el universo devino transparente. La distancia misma se había vuelto transparente ante los ojos del Agus que sentía los pensamientos de Grace, divisaba las ondas cerebrales de Grace en el universo. "Un catorce de junio", repite, como si fuera significativa la coincidencia. Y puede que lo sea, insiste el Agus, con su egocentrismo increíble: la televisión, los diarios, algún comentario debe haber entrado en el radar de la durmiente a traerle el recuerdo del hijo de puta que casi la había matado y por quien deseaba vivir. "Justo un catorce de junio se despertó", dice. "El día que nos rendimos".

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