Sáb 13.05.2006
rosario

CONTRATAPA

Sin título posible

› Por Gary Vila Ortiz

Escucho música en viejos casetes, casi siempre en ese estado inevitable que tienen. Como seres humanos, nacen en el regocijo, se van desgastando lentamente, terminan sus días de diferente manera, pero ya no se los puede escuchar. Eso, probablemente nos sumerge en las nostalgias. Nos sentimos identificados con ese desgaste y con la memoria de aquellas exaltaciones del vivir. Sin límites por cierto, sin ningún tipo de límites. La vida es golosa y ese hecho nos hace golosos a la vez. Sabemos que otros sufren y han sufrido por eso. No podemos evitarlo, aún cuando la culpa nos muestra con detalle sus huellas y no nos abandona. Siempre hay nuevas huellas: de la vida, del querer vivirla con la plenitud que ya no tenemos, pero lo intentamos, son la misma culpa, como siempre. Vivir, decía alguien, no recuerdo quién, es corromperse un poco cada día. También es sentir que respirar, toser, oír, mirar, paladear, pensar, son hechos formidables. Son parte de la vida, la vida entera, la hermosa vida, con la ironía que siempre puede tener esta última afirmación. ¿Por qué la culpa? No se trata de que solamente hemos hecho mal, se tarta también de otras cosas, menos o más importantes; ¿quién puede formular un juicio de valor? ¿quién puede tirar la primer piedra?

Tal vez se trate de aquello que siempre hemos expresado, ese poema de Roy Fuller que parece expresarnos: "El que sea feliz en esta época y en este lugar / es imbécil o corrompido. Lo mejor es abdicar / de un mundo material o espiritual / sólo a medida de los bárbaros". Creemos que es así. Lo que nos afirma, sin embargo, es sentir que la felicidad se puede sentir, de la manera que se siente, es decir por momentos, no de manera definitiva, y que quienes suelen censurarnos, es porque la felicidad a costa de los otros no puede ser, que existen límites, que presumiblemente debemos aceptar las reglas de un juego en donde todos hacen trampa, en que la mayoría de quienes nos ofrecen su sermón gratuito, suelen ser, en muchos casos, imbéciles, y en muchos casos exquisitamente corrompidos. No son bárbaros, pero siempre miran para otro lado, y aspiran el aire de su presunta inocencia (que no es tal) porque huelen a una mediocridad edificada con aquello que necesariamente deben admirar: el sentido común y la madurez.

El sol penetra en el balcón entre las plantas. La gata duerme sobre una mesita, un pájaro de madera, una calandria, mira aún siendo de madera. Mira y gira colgada de un hilo inseguro como la misma felicidad. Leo a quienes comparten conmigo esta sección, de lunes a sábado, en que aparezco por mi parte, con la ancianidad a cuestas. Me complace leerlos, me hace sentir que en ese lenguaje se encuentra unas de las formas por las cuales podemos salvarnos. He notado, con alegría diría, con saboreado placer y algo de renovado erotismo, que en muchos casos el amor, considerado como una de las bellas artes, asoma su nariz impaciente en casi todos los textos sobre todo en los que escriben las mujeres. Me parece formidable. También se encuentran las memorias, las nostalgias, en ocasiones (en muchas ocasiones) la esencia de un posible poema. Y lo que más me reconforta: no hay soberbia ni pedantería alguna. Se escribe para aquellos que puedan leer estas columnas, pero también para quienes hacen caso omiso de las mismas. En mi oficio o torvo arte, diría Dylan Thomas. Pero no importa, el poeta de verdad no puede importarles.

Raúl Gustavo Aguirre me decía que a los verdaderos poetas se los olfatea, hay algo que, si se traslada a las palabras, en muchos casos se destruye. No siempre, pero con harta frecuencia. Yo huelo, hasta me parece tocar, la poesía que se encuentra en muchas de estas contratapas. Incluso a veces pienso que ni los mismos autores deben saber que se encuentran haciendo poesía. No ocurre en todos los casos que la lectura sea más civilizada que el acto de escribir. También sucede que cuando hay complicidad lo que experimentamos no tiene nada de civilizado.

No cito a mis compañeros de columna ﷓ni a ellas ni a ellos﷓. No porque no tenga memoria, sino porque el diablo mete la cola y hay algún olvido. Además, Willy Harvey ﷓qué mal nos hemos portado con él﷓ me dijo alguna vez que yo tenía una memoria poética. Curiosamente me trataba de usted y me enseñaba cosas que no olvido y me regaló libros que fueron esenciales. Willy, al menos con algunos, era un tipo leal. Me alegro de haber hecho lo que pude por el. Posteriormente supe como debe haberse sentido en ese terreno de la amistad pues por mi parte tuve tantos amigos entre comillas que de pensarlo siento una sensación de náusea que me hace mal. Curiosamente es por esos seres deleznables que trato de sentirme lo mejor posible. Como me siento en estas lecturas que menciono. ¿Y no podríamos, cada tanto, dejar algo así como guiño, un apretón de manos, un acto de complicidad entre el lunes y el sábado, el martes y el viernes, el miércoles y el jueves, o de las tantas mezclas que pueden surgir de la combinación de esos días?

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