Sáb 22.09.2012
rosario

CONTRATAPA

Locura

› Por Miriam Cairo

La doxa está loca, se cree la verdad.

La verdad está loca, se cree la ley.

La ley está loca, se cree la justicia.

La justicia está loca, se cree la igualdad.

La igualdad está loca, se cree la medida.

La medida está loca, se cree la normalidad.

La normalidad está loca, se cree la cordura.

La cordura está loca, se cree el orden.

El orden está loco, se cree la doctrina.

La doctrina está loca, se cree la sabiduría.

La sabiduría está loca, se cree la ciencia.

La ciencia está loca, se cree la religión.

La religión está loca, se cree Dios.

Dios está loco, se cree el amor.

El amor está loco, siempre lo estuvo.

*

Y no hablemos de las migalas enamoradas de los saltimbanquis. No hablemos de cómo los rozan con sus caderas, con sus senos, al son de las cumbias que los arrastran por la pista de la bailanta. De cómo giran en círculos mágicos, arrastrando las piernas.

No hablemos de la sed de las migalas ni de las maniobras de los saltimbanquis que las invitan a tomar una cerveza. Unas veces con atención, otras distraídamente, los saltimbanquis se les arriman más de la cuenta y ellas, en bruscas jaleas de alelí, entran en el cauce de la noche con el trote de la luna.

Sobre el fatigarse queriéndose quedan dormidos, hasta que el sol los despierta tocándoles, con la punta del pie, los ojos.

*

En mis noches hay momentos que empiezan desde abajo, otros que empiezan desde arriba y otros que ingresan por un postigo de ventana. Adentro de los momentos están los huesos del tiempo sepultándose en lentas primaveras.

*

¿Está mal que el insomnio nos construya un hogar, un lugar donde se pueda volver cada noche?

*

Ignoro si el chirrido con el que los caracoles recorren el laberinto, suelta un polvo espeso, irrespirable.

Ignoro si la sencilla manera en la que la luna se cuelga de la noche es un ardid para que el río primero le bese los pies y luego los senos.

Ignoro si es atroz escuchar el propio corazón aún en los tumultos, aún a la hora en que las luces de la calle se vuelven ambarinas.

Ignoro si este universo ha existido siempre, si esa que sonríe desde la pequeña ventana del colectivo es mi doble o soy yo, si es un pájaro o la luna quien está arriba del árbol, si entre el amanecer y el crepúsculo se oculta el último fulgor de lo que nunca muere.

*

Este vino se te parece tanto que podría ser tu doble. Y también tu lenguaje. Este vino tan parecido a las pequeñas cuerdas ópticas del milagro, se arquea de silencio mientras en tus dedos susurra el corazón lila del aire.

*

Supongamos que en el mundo hubiera más mujeres que aire, más mujeres que flores, más mujeres que nubes, más mujeres que fantasmas. Supongamos que es necesario nacer de las imágenes o de las estrellas. Que todas las mujeres del mundo saben hacer el amor. O no saben pero aprenden. Que alguien tiene el poder de materializar a todas las mujeres del mundo con sólo pensarlas. Que en medio de cualquier instante, en medio de cualquier conversación trivial alguien piensa a las mujeres y las mujeres existen. Pero supongamos que las mujeres no pueden ser materializadas. Supongamos que los nexos entre el pensamiento y el cuerpo fueran nulos. Que estuviera prohibido mezclar lágrimas con brillantes perlas. Supongamos que es muy de noche. Mucho más de noche que la noche y que las mujeres no existen, que no hay más mujeres que flores, más flores que fantasmas, más fantasmas que nubes. Supongamos que las mujeres no vienen con sus tazones de leche para atemperar la iridiscencia. Supongamos que bajo la lengua de cada mujer que no existe anida un hombre. Supongamos que el asunto de la locura comienza en serio al atardecer. A las seis, seis y media, siete de la tarde, bajo la forma de un silencio o un poema. En fin, supongamos que la locura no tuviera razón de ser. Pero aún, que el mundo fuera sólo un receptáculo vacío hasta las seis, seis y media, siete de la tarde.

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