CONTRATAPA
› Por Natalia Massei
Desde el interior del consultorio, el médico pronuncia mi apellido arrastrando la E en una curva interrogativa. ¿Massei? La semántica de la entonación sería la siguiente: ¿Está Massei? ¿Quién es Massei entre todos ustedes? La forma que toma mi nombre en boca de otro me produce siempre extrañeza. Soy yo. Estoy aquí con mi cráneo fracturado, entre toses y heridas sin suturar.
Con una mano apoyada en el escritorio y la otra en la cintura, el doctor espera a la paciente Massei. Me apresuro a entrar y, antes de que cierre la puerta, me pregunta el motivo de consulta.
-Sí... -me interpela en tono de sí, dígame, la escucho.
Por lo menos así lo interpreto yo y paso a explicarle mi traumatismo de cráneo provocado por un golpe con la punta saliente de mi mesa de luz, mientras buscaba el celular debajo de la cama. También le comento del hilo de sangre que corrió por el cuello y se detuvo casi de inmediato. Omito la expresión traumatismo de cráneo que aquí utilizaré dos veces: me limito a precisar hechos y síntomas. Pruebas neurológicas mediante, me manda a hacer una placa.
El pasillo de radiología está despejado. La espera va a ser corta. Llega un hombre con un nene de unos cinco años. Viene apurado tirándole del brazo. En su mano libre el chico sostiene un celular. ¿Llamaron a Ledesma? No. No llamaron a nadie. ¿Para rayos? No, ecografía. Ah, no. No llamaron a nadie. Ah, entonces golpeo, por las dudas. Golpeá... -autoriza una señora de rulos que espera con su hijo de diez u once años, pero para rayos.
De un paso, Ledesma atraviesa el pasillo a lo ancho y golpea dos veces cada una de las puertas de Ecografía. Se sienta y aguarda. Hace un calor excepcional para invierno.
Viste short de fútbol y zapatillas sin medias. Un joven en ojotas cruza la avenida Pellegrini, en pleno enero, con un balde en la mano. Se detiene antes de llegar a la vereda y vacía el balde de agua sobre sus pies. Es una imagen que tendría que aparecer en todos los textos. Una estampita. Al nene lo vistió con musculosa y pescadores y le dio su teléfono para que juegue.
La señora resopla y cambia de lugar varias veces. Imitando a Ledesma, manda a su hijo a golpear la puerta de rayos. Sale una médica y la mujer se abatata, no atina a decir más que para rayos... Como si recién llegase y se anunciara. Tome asiento, ya la vamos a llamar. El hombre en short se levanta y golpea otra vez sin respuesta.
El nene acompañado por su madre lee los carteles sobre las puertas y la interroga sobre cada uno de ellos:
-Ecografía
-es para verte por dentro.
-Rayos
-para los huesos.
-Medicina nuclear
-no sé, papito, si querés ser médico estudia con los médicos.
Resopla y sigue tipeando mensaje de texto.
El tipo se levanta por tercera vez dispuesto a vencer. Golpea. Manotea el picaporte y abre un poco la puerta. El puño cerrado sujetando la perilla es una piña de Rocky a una media res suspendida. Se envalentona y mete medio cuerpo dentro del consultorio. ¡Hola! ¡Hola! Presumo que grita porque no ve a nadie del otro lado. Se dirige a la recepción donde le indican el mismo procedimiento que minutos atrás: Siéntese y espere en el pasillo, lo llaman por apellido.
Mediante señas, el niño acompañado por su madre le pide permiso para tocar nuevamente a la puerta de rayos. No, ya golpeamos. No toqués porque la-voy-a-estrolar-yo-a-esta. Claramente se refiere a la médica y no a la puerta. Si la estrola, ¿cuánto más tendremos que esperar, ella y todos los que venimos detrás, para hacernos la radiografía?
Llaman a Ledesma. Entra contento y saluda a la doctora con una sonrisa. Rayos se demora un poco más, pero finalmente la señora entra con su nene. Salen los dos sonriendo y agradeciendo. Después me toca a mí. No sé con qué cara entro y salgo. Neutra, calculo. Vuelvo a la sala de guardia. Aviso que mi placa está lista. Aguardo volver a escuchar mi nombre.
Pasa un empleado de mantenimiento con herramientas en la mano. Se detiene frente al televisor y cambia de canal. Pone TyC Sports. Mira una jugada de Central sin sacar el dedo del botón. Vuelve a sintonizar TN y sigue con lo suyo. Como el hombre que se refresca los pies en medio de la avenida. Una imagen fuera de secuencia. Una pausa.
El cirujano se retiró y una familia protesta porque lo espera desde hace una hora. La sala se vacía y queda en silencio. Anuncio por segunda vez a otra secretaria que ya me hice la placa. Sí, sí. Ya avisamos. Llevo casi dos horas en este trámite. Decido no volver a la guardia salvo por una emergencia notoria, sangrante, aguda. En mi mente comienzo a hilvanar un texto. Pero qué voy a escribir con este dolor de cabeza. Me retiro sin esperar el resultado. Cierro los ojos y hundo los pies en el agua.
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