Martes, 13 de noviembre de 2012 | Hoy
Por Javier Chiabrando
Había una vez un hombre al que le salió un grano en la nariz. No era grande, la nariz. El grano sí lo era. Era grande y de aspecto desagradable, tenía el color de la enfermedad. El dueño de la nariz que tenía el grano, y por lo tanto propietario del grano, se preguntó quién sería el responsable de que él tuviera un horrendo grano en su simétrica nariz. Del dueño del grano diremos que era un hombre guapo, de entre treinta y cuarenta años, con la cabellera intacta, de un metro ochenta e idóneo en todos los deportes que había practicado y practicaba.
En el momento en que le salió el grano en la nariz ese hombre iba dos veces por semana al gimnasio y jugaba tenis cada domingo. Por lo tanto el grano no podía ser producto de mala circulación sanguínea. Así como eliminó la circulación sanguínea como la probable causa de su grano, eliminó las relaciones personales. Se llevaba bien con padres, hermanas, ex esposa y sus dos hijos de trece y quince, que lo visitaban fin de semana por medio y todos los miércoles. Ellos lo adoraban, él los adoraba a ellos.
El grano en la nariz le apareció la madrugada del 8 de noviembre de 2012. El famoso 8N. Poca importancia tenía para el dueño del grano que ese día fuera famoso. Podía ser un anodino martes de junio o un jueves de febrero y el malestar sería igual. Para el hombre del grano importaba la molestia del grano, fuera el día que fuera. Ese día madrugó más que cualquier otro día. Le dolía la nariz. Y le dolía el orgullo. De pensar que tendría que ir a trabajar con ese grano en la nariz le dolía el orgullo. Porque el hombre del grano tenía trabajo. Un buen trabajo. Era gerente de compras de una cadena de supermercados. Ganaba bien, aunque trabajaba mucho. Tenía libres los domingos y un sábado por medio.
El hombre del grano también tenía auto. No último modelo. Era del año anterior, con treinta mil kilómetros y un pequeño abollón en la puerta. Pero era un buen auto, que no pensaba cambiar hasta el año siguiente. Es decir, estamos frente a un hombre con trabajo y auto, una familia y un futuro por delante. Sí, porque en el supermercado ya le habían dicho que a fin de año le iban a aumentar el sueldo y que a partir del año siguiente le corresponderían dos días libres por semana. Y tres semanas de vacaciones pagas. Porque hasta entonces el hombre del grano apenas se tomaba dos semanas de vacaciones al año, que dividía una semana para sus hijos, otra para su novia. Porque el hombre del grano tenía una linda novia.
El hombre del grano en la nariz no pensaba cacerolear ese 8N. No tenía motivos. Tenía trabajo (no olvidaba que su padre había muerto de tristeza en los '90, luego de perder el trabajo en la fábrica a la que le había dedicado toda su vida adulta). Tampoco olvidaba que su hermano había perdido su casa en el 2001, cuando el corralito lo dejó en bolas y a los gritos de "que se vayan todos". Y el hombre del grano, además de trabajo, tenía casa propia, mejor dicho, un departamento que daba a la avenida donde mucha gente iba a cacerolear esa noche.
Lo que iba a suceder esa noche le daba más bien curiosidad. Al hombre del grano en la nariz no le interesaba la política. No tenía motivos. Estaba bien así, con su trabajo, sus amigos, sus posesiones y su futuro. Un motivo menos para cacerolear tenía si pensaba que era un hombre libre. Sí, porque además de todo lo que poseía, tenía un blog donde escribía sus pensamientos, reflexiones sobre el trabajo o chistes dirigidos a los amigos. El blog no era interesante porque el hombre del grano en la nariz había leído cinco libros en su vida y ojeaba los diarios solamente en algún café. Pero si bien no le interesaba la política, era perfectamente consciente de que el padre de su amigo Tito había desaparecido por decir lo que pensaba. Y el hombre del grano decía lo que pensaba en su blog sin temor ni censura.
Pero el grano, ¿por qué le habría salido? Viajó hasta el supermercado con la ventanilla abierta pero el grano no desapareció. Fue un día horrible. La gente le hablaba mientras le miraba el grano. Al fin de la jornada se sentía furioso. Furioso y deprimido. Frustrado. Resentido. Resentido es la palabra exacta. Para colmo, al salir del trabajo encontró el auto con una goma pinchada y en el camino de regreso se topó con dos embotellamientos. Para saber si había un camino alternativo a su casa sacó el cd de Arjona y encendió la radio.
En media hora se puso al día: la fragata (ni sabía bien lo que era) demorada en el culo del mundo, la firma de Sábato (nunca lo había leído) que le habían borrado a la reedición del "Nunca Más", las tropelías de un tal Moreno (al que creía erróneamente ministro), los inconvenientes para comprar dólares (que no necesitaba porque siempre vacacionaba en el sur, donde tenía amigos con casa), etc. Para colmo pasó frente a la escuela donde iban sus hijos (escuela privada), que vio tomada por los alumnos (entre ellos sus hijos) porque reclamaban mejoras en la calidad educativa.
Llegó a su casa hecho una furia. El grano en la cara le latía como si estuviera a punto de explotar. Pero, ¿por qué le habría salido el grano? Al entrar a la casa la encontró desordenada. Como nunca antes. Es que dos meses atrás su empleada doméstica lo había abandonado por un trabajo en la fábrica de cabinas de camiones donde trabajaba el marido. Y el hombre del grano en la nariz no tenía tiempo de limpiar el departamento. No tenía tiempo ni ganas. Las ganas se las dedicaba a su trabajo y el tiempo en encontrarle reemplazo a su empleada doméstica, reemplazo que no aparecía.
Serían las 20 horas del 8N cuando entró a su departamento, que estaba hecho un asco. Se sacó el traje y se puso un jean y una remera mientras escuchaba los mensajes telefónicos. Los amigos lo invitaban a la marcha, amigos como él, que tenían trabajo, hijos en escuelas privadas, vacacionaban y jugaban tenis los domingos. El último de los mensajes coincidió con el momento en que el hombre abría la heladera para entender por qué le había salido el grano en la nariz: la manteca que había desayunado esa semana estaba vencida. Y todo por la conchuda de la empleada doméstica que lo había abandonado sin haber, ¡por lo menos!, hecho las compras antes.
Pero no era culpa de la empleada doméstica; sí, lo era, pero la culpa no es del chancho sino del que le da de comer. Pero la que le daba de comer a él era la empleada doméstica. Se hizo un lío. Ya no sabía lo que pensaba ni lo que creía. Pero sí sabía que nadie tenía derecho a quitarle la empleada doméstica. El grano en la nariz latía frente a sus ojos como el tic tac de una bomba que amenazaba destruir su paz construida a pura indiferencia. Era hora de dejar la indiferencia de lado. Tiró la manteca a la basura. Escribió malamente un cartel que decía: "Basta de manteca vencida", blandió una olla y la probó a golpes de espumadera. Se sintió un hombre dispuesto a pelear por sus derechos. Se anudó un pañuelo a la cabeza y bajó a la calle. Ahora sabía que la culpable de que le saliera un grano en la nariz era CFK.
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