Lunes, 26 de noviembre de 2012 | Hoy
Por Dahiana Belfiori
Así que esto era. Esto tan temido. Un temor sin nombre, duro, seco, persistente hasta en el momento de mayor felicidad. Como cuando vas por la calle canturreando una canción de moda en un día soleado de invierno y te invade una alegría inexplicable de estar viva y querés compartirlo con todxs. Y ahí están todxs, tan serixs, tan en sus mundos. Pero eso no te importa, estás viva, feliz, y seguís canturreando y levantás la voz y desafinás y sonreís con todos los dientes en la cara lanzada a la seriedad del universo que no puede nunca conspirar contra ese instante de gozo supremo. Hasta que se acaba, y se te congela el gesto: en el medio de la calle, un niño solo, sucio, descalzo (¡con este frío!, pensás), la literalidad de todos los abandonos, levantando su mano para pedirte plata. Esa cachetada la podés esquivar. Pero sabés que ya no será posible sostener tu alegría. Que eso fue todo. Vos: tan viva, tan sana, tan inútilmente sana. El tan vivo, como vos, pero tan enfermo de abandono.
Así que esto era. Esto era la enfermedad. Acá estoy. Acá estamos. En este lugar de miedo innombrable. Estamos. Cuando me enteré de lo que le pasaba a mi viejo tragué saliva. Mi madre al otro lado del teléfono me decía, con su voz ronca y firme, intentando sostener la seguridad de la infancia, dándome (¿dándose?) ánimos como siempre: "Todo va a estar bien, tranquila". No, má -pensaba-, sin articular palabra. No está todo bien. Hay que poder decirlo, hay que nombrarlo. Pensaba. Hay que hablar de esto. ¿De esto? Esto, ¿qué? ¿Qué se dice ante lo que carcome, ante el avance silencioso, ante la soledad del enfermo arrojado ante su muerte?
A los 15 años fantaseaba con una vida corta. Con una vida intensa, llena de aventuras, de amores prohibidos y ventilados en las revistas de moda. Una vida corta, truncada por la fatalidad de una muerte inesperada. De una enfermedad incurable, esa enfermedad. Y un llanto de multitudes a la altura de mis hazañas. A los 20, todavía creía que la juventud estaba lejos y que tenía tiempo para morir dignamente. Ya no quiero esas muertes dignas. Ahora siento la vida como un latido cotidiano. Y ese miedo fantaseado de enumerar la muerte y la enfermedad, me pesa en cada mueca. Porque de eso no se habla, nunca se habla.
Cáncer. Tumor en un riñón. Viajar a Córdoba. Sacar el riñón. Espera interminable llena de cafés, risas nerviosas, charlas sin sentido. Parientes, amigas. Y la vida sigue en la calle y hay una juventud sana, ¡tan sana!, que canturrea feliz y pasa a tu lado, como vos alguna vez. Adentro, sanatorio que no sana sana colita de rana. Sanatorio que alivia, que no dice lo grave, que dice a medias, que paso a paso. Que por suerte sanatorio. Que otrxs ni eso. Esperar. Esperar. Salir a fumar. Metástasis en pulmón. Quimio, Santa Fe, quimio. Esperanza. Siempre, esperanza. Y posibilidad y alegría.
(email a mi padre: Papi lo bueno es que podés encontrar ese poder de sanar en vos mismo y en las personas que te queremos. Porque yo te quiero mucho mucho, más allá de todas las diferencias que tenemos. Si te sirve de algo te digo que yo no olvido nunca que vos cuidaste de mí muchas veces estando enferma y mirá que estuve enferma, ¿eh?, y siempre. También me acuerdo de una noche que tenía mucha tos de chiquita y vos velaste mi sueño. El otro día escribí un poema sobre eso, que te lo dedico y que es una especie de agradecimiento por lo que vos y mami hicieron de mí:
dedicata
ando ando ando y se me va
el minuto que se acerca, y ya no está
el tiempo fuido del ayer
en que me hacías hacer hoy.
la luz la luz la luz: niñayó.
y aquella nochetós que ahuyentabas
en la acariñada hija espalda.
la distancia de esta hora
se desarma
en la infinitud cultivada:
tu presencia silenciosa y reiterada
¡paraíso infancia eterna
en mi adultez sangrada!
y el amor, el que sabías
como el de aquella nochetós ahuyentada
se queda para siempre en mi mirada.
y quiero quiero quiero
decirte que
te puedo
estarme siendo transformada.
Todxs nos vamos a morir. Sí. Hay que decirlo. No es una hipótesis. Como el cáncer no es una metáfora. Está entre nosotrxs, en mi familia. No, el cáncer no es una metáfora, el cáncer es. Está en alguien querido. Lo tan temido siempre llega. Tarde o temprano. Aferrarse a la vida tampoco es una metáfora. Vamos aprendiendo a cuidarnos mientras cuidamos al enfermo. Mientras el enfermo se cuida también. Vamos entendiendo que se puede vivir, vivir bien diciéndolo, aun estando enfermxs. Aun si mañana mismo nos morimos.
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