Sábado, 24 de noviembre de 2012 | Hoy
Por Rudy
Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé, lector; y ya lo sabía Discépolo, cuando en medio de la crisis del ’30 se mandó este “Cambalache” problemático y febril, donde el que no llora no mama y el que no afana es un gil, uno vive en la impostura y otro afana en su ambición.
O sea que en tiempos de Discepolín ya existían los fondos buitre.
Ahora bien: ¿qué es un fondo buitre?, ¿qué es un buitre? Según la Buitripedia, los buitres son aves rapaces del orden falconiforme que suelen alimentarse únicamente de animales muertos, aunque a falta de éstos son capaces de cazar presas vivas. Los fondos buitre, como sus hermanos avícolas, se alimentan de bonos muertos, pero te hacen creer que están vivos, para cobrar, y no sé si serán falconiformes, pero... digamos que no es difícil asociarlos a los Falcon-verdes de tiempos nefastos.
Los buitres, salvo algunas excepciones, no matan ellos mismos a sus víctimas, sus garras son cortas y romas, más adaptadas para andar que para matar. Los fondos buitre, ídem: tratan de que los gobiernos y/o los pueblos se maten a sí mismos para comérselos crudos.
Creo que la Buitripedia ha sido más que clara al explicarnos el concepto, pero por las dudas se lo vamos a explicar.
Suponga un país llamado Milanesa, donde hubo una dictadura militar. En esos tiempos vino gente del Granbank a decirles a los dictadores: “Muchachos, ¿no quieren unos millones de dólares prestados? Por cada millón que les prestamos, nos deben cuatro, más los intereses, pero don’t worry... total, ¡no los van a tener que devolver ustedes sino los que vengan después!”. Los militares agarraron la guita y la hicieron torta.
Años después, ya había un gobierno democrático en Milanesa. Entonces, volvieron los del Granbank: “Hola, hello, cómo les baila, qué acelga, somos los simpáticos acreedores y venimos a cobrarles toda la guita que nos deben, y un poco más”. El gobierno democrático trastabilla: “¿Y yo de dónde saco todo eso?”. Y el Granbank: “Don’t worry, te prestamos más, para que nos puedas devolver lo que nos debías de antes, y nos quedamos con tu luz, tu gas, tus teléfonos, tu deseo sexual y tu risa como parte de pago... pero por el resto queremos alguna garantía. ¿Sabés qué? ¡Imprimite unos bonos con buenos intereses, que se los vamos a vender a los jubilados de Europa y Japón, que los van a pagar por buenos!”. “Pero después los van a querer cobrar, pobres viejitos...” “Bueno, eso queda entre ustedes y ellos, páguenles alguna cuotita de los intereses, nosotros ponemos la guita y cuando pueden, ¡nos pagan el cuádruple!”
Y el gobierno de Milanesa, con tal de que no le saquen el pan rallado y quedar con la carne y los huevos al aire, aceptó.
Años después, Milanesa ya no tenía nada que vender, nada que comer, nada que pagar. Los del Granbank dijeron: “Si te he visto, we don’t remember”.
Los viejitos, mientras tanto, tampoco sabían qué hacer. Querían cobrar, aunque sea en patacones. Entonces los de otra empresa llamada Bankgran –propiedad de los ahijados, los sobrinos, los padrinos, las esposas y las ex amantes de los del Granbank, pero que en los papeles (legales) no tienen nada que ver– ofrecieron a los viejitos lo siguiente: “Por cada bono de un dólar les ofrecemos 10 centavos, y eso porque somos buenos”.
Y los viejitos, si no tenían a quien dejarle la inocencia, agarraban viaje. Más vale buitre en mano que 100 volando.
Y los del Bankgran, a partir de ahora fondo buitre, les pagaron 10 centavos por cada dólar-bono que los del Granbank habían obligado a emitir a los de Milanesa para pagar los intereses del crédito que ellos obligaron a tomar para pagar los intereses del préstamo que obligaron a tomar para pagar los intereses del préstamo que le dieron a la dictadura Milanesótica.
Y ahora reclaman a Milanesa: “¡O nos pagan un dólar por cada bono, o nos quedamos con el pan rallado, los huevos crudos, la carne, el aceite y la sartén!”.
Y los del Granbank –siempre buena gente– ofrecen: “Nosotros estaríamos dispuestos a prestarles un poco de plata para pagarle a Bankgran si nos dan los huevos, la carne, el aceite, el pan rallado y la sartén, y después nos compran las milanesas a nosotros... carísimas”.
Todo legal, todo legal, según los jueces que viven en otro país: Hamburguesa.
Esa es la verdad de la Milanesa.
Hasta la semana que viene, lector.
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