Lunes, 4 de febrero de 2013 | Hoy
Por Dahiana Belfiori
Tengo las manos cargadas de libros que no entiendo. Me pesan: no sé por qué no los metí en la bolsa de hacer las compras, de paso a la vuelta hacía el mandado, que hace del viernes me viene pidiendo la patrona. Igual lo voy a hacer, con o sin bolsa, ya demasiado que me dio permiso para salir hoy, con todo lo que había para hacer en la casa y con las visitas esas que la ponen de tan mal humor. Se los llevo a ella, la chiquita, que me espera con esos ojitos de gatito asustado, como esos que están siempre en la puerta de la casa de la vecina. Yo no sé por qué no castra a esos bichos de una buena vez, son lindos, pero son tantos que inundan la tierra y los canteros con ese olor a pis tan fuerte que no hay manera de sacarlo de las narices. A ella le llevo los libros, ella que tiene la mirada como perdida siempre, pero llena de preguntas que yo no sé cómo responder. Bueno, es que no pregunta con la boca. ¿Qué le voy a contestar? ¿Por qué será que siempre me mira así? No la entiendo a veces. Ella que puede leer, ella que dice que cuando lee siente cosquillas en la panza. ¿Cómo será eso?
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Siempre agachando la cabeza yo, siempre. Me da bronca que el tipo que está parado atrás mío, aproveche cada movida para apoyarme un poco más. Encima me clavo cada vez más el asiento en el medio de la pierna, y el pibe ese que tiene anteojos me mira con odio porque no hago más que empujarlo. Y los libros que se me caen. ¡¿Por qué no traje la bolsa?! Si seré ansiosa y apurada, todo por no molestar yo, todo por no hacer mucho ruido. Siempre calladita. Que se vayan a la mierda el tipo de atrás, el pibe de anteojos, y los libros y mis manos torpes que para lo único que servían era para fregar la mierda del patrón. ¿Quién me mandó a mí a ser tan calladita?
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Qué vieja estoy... Los hijos que parí se notan en mi cuerpo. Y parí unos cuantos, todos varones me salieron. Parecen patrones a veces, con esos aires de señores que no sé de dónde les salieron, si se cagaron encima como todo el mundo. Y ella, la niñita, ahí, esperándome. Siempre con esos ojitos de cosa que no tiene fin. Como cuando me contaba la patrona (que para mí que ella sí que no caga porque parece de otro mundo) cada vez que volvía del mar y ella usaba palabras que no entendía, para contarme algo que tampoco entendía (porque yo lo que no veo, toco, pruebo, es como que me cuesta entenderlo), pero que daban la idea de algo grande. Debe ser así el mar. Como algo que no tiene fin me lo pienso yo. Me gustaría conocer el mar. ¿Alguno de estos libros hablará del mar? ¿Y si le pregunto? ¿Leer le hará bien a la chiquita?
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Es largo este camino. Me cansa. Me cansa la gente que no para de subir y bajar. Como que parece que no van a ninguna parte, con la mirada perdida. Esa no es la mirada de la chiquita, ahora que lo pienso, por suerte. Y mi parada no llega nunca. Yo a la gente no la entiendo. ¿Por qué anda toda así apurada y con cara de amargada? ¿Tendré la misma cara? Yo voy contenta. Porque ella me espera, le prometí los libros. Y es tan chiquita y tan grande. Y los ojitos, sí sí, los ojitos de mar, o de cielo, porque son claritos. Y yo por esos ojos...
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Por suerte a la patrona le gustó la idea de que le lleve libros y me dio unos cuantos. Me dijo que era muy, cómo me dijo, muy... muy noble o algo así. Muy noble de mi parte. Yo no la entendí, pero creo que es algo bueno. Porque medio que se le pusieron los ojitos como los de ella.
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Me toca bajar, al fin. No sé cómo hacer para llegar a la puerta sin que se me caigan otra vez los libros. Bueno dale. Coraje nomás. Los ojitos, acordate. Me da pena que esté encerrada ahí, la hija de la patrona. Ella no la visita. Dice que es cosa de ella, que tiene que pensar. Que tiene que arrepentirse. O no sé cómo es que lo dice. Para mí que la chiquita nunca entendió lo que hizo. Y además tenía razón. ¡Qué mierda! Tan chiquita. Yo lo hubiera matado igual. A mí me lo hicieron y bien que le hubiera pegado un tiro o metido cuchillo. Además a mí el patrón nunca me cayó bien, siempre gritando, siempre mirando raro. Esa cosa que tenía él de como que estaba por arriba de todo el mundo, siempre dirigiendo parecía. Se ve que se creía el dueño de la gente. Qué se yo. No es cuestión que a una le falten el respeto tampoco. Pero una siempre tan calladita. Así es ella. Calladita. Pero los ojitos le brillan como si dijeran una gran verdad todo el tiempo. Para mí que por eso deben ser parecidos al mar.
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