CONTRATAPA › FOTOGRAFIANDO LA ZONA
› Por Adrián Abonizio
* El, viejo y sabedor que el peronismo es una vitrina con trofeos antiguos e íconos tétricos pero poderosos, conserva entre sus dedos, en ese minuto fatal, definitivo, el billete de cien pesos que ha guardado con amor en la billetera y posee el perfil tan masón como bello de Evita. Paga con dolor en la EPE, antes que manden a cortarle la luz: La cajera lo descubre con indiferencia, apartándolos del toquito de los Rocas y Los Monumentos a la Bandera. "Se lo va a guardar para ella", murmura como un chico enojado.
* Fue en La Habana en el mostrador de las telefonistas. El charlaba de bueyes perdidos mientras ellas se pintaban las uñas de colores fortísimos. Salió el tema del Che y el mostró orgulloso el billete que había obtenido con el vuelto donde se resaltaba la cara del Comandante. "Es de Rosario como yo y de Central", acota. Luego, como si mostrara un mazo de cartas esgrime el resto de billtes argentinos. Una le dice a la otra, tan fuerte que le da verguenza. "!Mira, Marylin, todos los rostros de los mártires argentinos!". ¿Cómo explicarles a ellos, inocentes criaturas de la Revolución que nuestros papeles prodigiosos suelen tener retratados a próceres turbios, criminales insignes de una patria desencontrada?
* "Dentro de 10 días cumplo 70 y no me considero un viejito, pues estoy en plena actividad, por supuesto con los desgastes del tiempo. Sobre humor absurdo, te cuento que la semana pasada tuve una pequeña intervención (colonoscopía) y me aplicaron anestesia total. Mientras me hacía efecto, lo último que recuerdo es que le pregunté al médico si estaba en vigencia la ley de muerte digna y me contestó que no sea pelotudo...", escribe Jorge Rabey al correo de este escriba. Por suerte somos varios los que reímos aún frente al pelotón.
* Llevaba un cuchillo retráctil en la mochila y otro bajo el asiento del auto. Hasta ese momento nunca había usado a ninguno de los dos, pero su sola compañía lo hacía sentirse protegido. "Nunca se sabe", se decía para sus adentros. Hasta que una vez en plena ruta hubo de asistir a una embarazada y cortar con una de las armas el cordón que unía a ambos. Le encontró al fin un sentido al verse en la ruta, con el niño llorando con su madre y ambos en salud, limpiando en los yuyales la sangre que ha quedado en el filo.
* Hay parejas a la que uno descubre y parecen hermanos, por sus rasgos parecidos, sus modos. "Todos buscamos al opuesto-igual de la manada", mastica mientras sabe que empieza a comprender la presencia de un ADN sagrado, un reglamento estelar no escrito que algunos detectan y disfrutan y otros lo buscan sin saber por donde durante toda una vida, boyando como planetas amorosos y dependientes. O se equivocan de estrella.
* La hija de su amigo ha nacido hoy y le manda un mensaje anunciándole la llegada. El lo lee y al instante comprueba que el suyo de ocho años nunca ha recibido la visita del flamante papá. Siente un ramalazo de recelo y arrepintiéndose luego de apretar enter solo escribe la frase: Ocho, hace un infinito que te esperan.
* Porta en la billetera un billete de cien pesos falso proveniente de una amiga a la que le hicieron pasar en el bar. Ignora porque lo tiene, lo arrastra como un payé y tampoco tiene claro si será capaz de entregarlo como pago a alguien. Pero es su molotov, su pequeña aspid con que defenderse si ve un ente pernicioso al que encima hay que abonarle por sus servicios.
* En la época que doscientos pesos era una fortuna el regresa del cine y comprueba que ese dinero, puesto en una mesita baja es el que ha hurgado y está masticando su cachorra, enojada por la larga ausencia. Con una paciencia indígena, toma de la boca del animal todos los trozos y los va reuniendo pedacito a pedacito con cola. La luz del amanecer lo sorprende con el último eslabón. Luego se baña va hasta el Banco Nación y allí le dan dos nuevecitos como premio a la tarea victoriosa. "A nosotros, los maniáticos, se debe el progreso del mundo", se dice mientras bebe un café perfumado con gloria. Por gusto le compra a su perrita un collar nuevo.
* Son dos y mantienen un sentido del humor extravagante. Esperan a que el pibe que limpia los parabrisas en la esquina se retire, para seguirlo con el auto y de un certero empellón meterlo dentro. El de atrás, opriméndole las costillas con un falso revólver le pide las chirolas. El pibe las cuenta tembloroso. "¿Cuanto hay?", apura el tipo con voz de pesado. "Cincuenta y siete pesos". Paran bajo una arboleda oscura. "Ahora tomá", le extiende el monto en billetes. "Y rajate sin mirarnos". Festejan luego porque se han dado un gusto y porque tienen monedas para el kiosco que administran.
* Revisa la mochila del hijo para comprobar que lleva todo, la barrita de cereal, las fibras. Desde hace un tiempo que el paquete grande de galletitas de su alacena desaparece jornada tras jornada. "¿Comés mucho en la escuela, hijo?". "No, comparto con los chicos pobres", contesta. Y pide disculpas por el robo hormiga y hogareño. El padre, emotivo consuetudinario, llora abrazado al pibe que lo interroga sin entender. "¿Pero que hice de malo yo?".
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