Lun 18.03.2013
rosario

CONTRATAPA

Ella decide por ella

› Por Dahiana Belfiori

Ariela reinventa sus pasos. Deshace andares, improvisa caminos en charquitos de agua, círculos de vida. Ariela no entiende, siente. Sentir es un modo de conocer. No tiene palabras, no sabe de grandes discursos. ¿Cuáles son las palabras para decir el miedo, la soledad, el denso hueco del abandono? Agua dulce de sus manos que se escurre en los púlpitos de la culpa. Se sacude la culpa incrustada en las circunvoluciones de su cerebro joven. Serpentea la culebra, culebrea la duda, y lee en un fanzine que compró en una feria de libros independientes:

"La cama es el único lugar que no me duele. No me duele la cama, ni el cuerpo. Anestesiada. Me meto debajo de todas las frazadas, por más que haga calor, cierro las persianas, y el mundo no existe, yo no existo. No me duele, no me duele, no me duele. ¿Y si sigo? No, mejor no. ¿Qué hago yo con esto? ¿Qué dirían en mi casa? ¡Ay, no sé qué hacer! "Cuidate, hacé lo que quieras pero no te vayas a querer arruinar la vida." ¿Me arruiné la vida?

¿Tengo un sexo? ¿Muchos? ¿Hay muchos placeres? Los fui descubriendo como quien no quiere la cosa. Sin darme cuenta: en la sorpresa que define al descubrimiento. Qué hacés con eso, es otra historia, y la verdad que no me interesa tu historia, hoy voy a hablar de mí. De mí en mi cama. Decía: no quise la cosa, pero me fue gustando. A quién no, ¿no? Me acuerdo: me tocaba boca abajo, en la cama, en mi camita de chiquita. Una nena toquetona. Me gustaba tocarme, en la cama. Pero una nena no pregunta sobre eso porque no hay nada que preguntar. ¿O sí? ¿Todo lo oscuro y húmedo provoca miedo? Digo, porque las cuevas son oscuras y húmedas... y ahora que lo pienso, ahora de grande en esta otra cama que me duele... ¿me duele?, pareciera ser que sí. Que la humedad da miedo, que el olor espanta, que la cueva no se cava sola y la cavamos a fuerza de lágrimas y placer. Y la muerte se cava también. Todo pozo, todo oscuro, todo todo todo. ¡Ay! No, no quiero pensar. ¿De dónde saqué la fuerza? Si yo era una nena "bien". De dónde, explicame vos mamá. Vos que tenías palabras para todo. Yo ahora también las tengo. Y son incómodas hasta para mí. Me duele la cama, mamá.

Me acuesto hecha un bollito en la mitad de la cama del lado derecho, de lado, mirando para la ventana, en la pared derecha de la pieza. ¿El cuello me dolerá tanto de acostarme solo del lado derecho? ¿La artrosis es parte del cuadro de decidir cosas tan difíciles cuando se es apenas una niña? ¿Sola? ¿Qué me pesa más? ¿El cuello? ¿La calle? ¿La cueva? ¿El botón que abre la cueva?"

Ariela mastica las palabras que acaba de leer, esas que no tiene. Mastica su dureza, hace girar ese carozo en la lengua, lo detiene, lo succiona. Y escupe. Al hacerlo decide que no quiere continuar. Sabe además, que siempre estará sola ante las propias elecciones. Pero la soledad se atenúa y se aliviana cuando busca, y encuentra, a mujeres que la acompañan en su elección. Mujeres que entienden que es un derecho y que lo garantizan. Mujeres que no dudan en darle información, en escuchar sus miedos, sus dudas. Se libera de la autoridad del padre, del hijo y del espíritu santo, porque ni lo que piensa el papa ni lo que piensa papá, frenaron nunca a ninguna mujer que no quiso continuar un embarazo no deseado. Ella, ahora, decide por ella. Se elige a sí misma.

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