CONTRATAPA › FOTOGRAFIANDO LA ZONA
› Por Adrián Abonizio
* En La Biblia se recomendaba la alimentación a base de grillos y saltamontes. San Juan el Bautista se castigaba con langostas. Aristóteles con cigarras a la miel. Y otros, reyes y paganos, con cascarudos al vino. Los pueblos primitivos que respetan su estómago se devoran desde ciempiés hasta escorpiones pasando por abejas y hormigas. Es cuestión de saberlos preparar. "Sonamos", dice una hormiguita a otra repasando la información en su cueva: "Estamos perdidas: nos vamos a poner de moda".
* Allá, por la zona de Alberdi, en pleno otoño la calle Baigorria se puebla de barrenderos quienes con sus changuitos azules donde depositan la hojarasca parecen Madres Bichos paseando a sus hijos, muy orondas y celosas de sus crías que han nacido cuando la foresta amengua y todo se pone del color del oro.
* El glifosato es un criminal conocido, pero integra una banda de cerca de dos mil tóxicos disfrazados bajo el seudónimos de "herbicidas". Se han hecho pruebas que los anfibios podrían controlar las plagas en lugar de estas mierdas venenosas. Hay que hacer canales, cunetas entre los sembradíos y esperar a que los sapos, y ranas empiecen su labor de exterminio. Pero claro, la estupidez es proporcional a la comodidad de adquirir un pack plaguicida. Los señores del campo tendrían que adorar a los anfibios y llevar tatuados en las nalgas sus caras. Pero le rinden pleistecía al Sr. Veneno. Que se les mete por atrás y no lo notan.
* El negocio no florece, tampoco amengua. Está igual a un monasterio, a un sitio sagrado. Entran libros y salen otros. Algunos se acumulan años hasta que algún ojo avizor lo lleva, otros duran horas y la marea casual de alguien lo arrastra fuera. Lo que permanece por siempre como un manto protector son las telarañas que a propósito se dejan aumentar. Allí viven quienes se encargan de comerse cuanto bicho ande cerca para alivio de los tomos con sus hojas venerables. Y la gente piensa que es suciedad cuando es sabiduría.
* El estiércol del sapo es abundante en la casa cada mañana del verano y lo constituyen pedacitos ínfimos de bichitos diluídos por los ácidos estomacales de los anuros. Disgregados sobre las plantas son el abono perfecto. Sobre las flores de las plantas que crecen poderosas los bichos se alimentan de la clorofila, ignorando que están radiantes de lujo y comida merced al sacrificio de sus parientes que allá abajo en las raíces multiplican el vigor y la intensidad del mundo vegetal. Son bichos caníbales pero no lo saben.
* Su papá lo llevaba a lejanos baldíos en el día anterior a la pesca. Escarbaban la tierra y extraían unos gusanos gordos y blancos que servían para atraer fundamentalmente al gran surubí. El se preguntaba si el pez gigante saldría de noche de las aguas del Paraná a servirse de ellos, caso contrario, ¿cómo se prendía al anzuelo con esos bichos fieros?. "Los conocería de antes, se decía, cuando imaginaba salía por las noches a través de las cloacas a buscarlos".
* "La chicharra que es tan fea, canta tan lindo", alargaba el paisano aquel de su infancia, mientras sopesando el bicho seco y muerto ya, lo remojaba en azúcar derretida y se lo mandaba al buche, allá por Entre Ríos mientras caía la tarde y ellas empezaban a trinar anticipando el calor nocturno o despidiéndose del día.
* El tipo era diseñador. Acostumbrado a sus excentricidades nadie reparó lo que esa noche tenía cosido al bolsillo de la camisa azul. Alguien se lo preguntó. "Ah, ¿esto? Lo mismo que está en mis zapatos"; y se los señaló. "Son la parte de adentro de los bichos canasto...es una felpa blanca y negra muy sedosa". El que lo interroga lo mira. "¿Y cuántos bichos se precisan para cubrir un pedacito?". El artista medita: "Cerca de cien, más o menos". El otro le contesta. "Qué suerte que no estás en el Instituto Nacional de la Vivienda".
* De chico había leído que las hormigas no sólo sembraban su casa sino que además tenían un rebaño de pulgones de otra especie a los cuales, mediante golpecitos, ordeñaban obteniendo una miel dulcísima. Desde ese día no incendió más hormiguero alguno. Y por la noche, mirando al espacio, comprendió aquello que la viejas largaban en los velorios. "No somos nada".
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