CONTRATAPA
› Por Manuel Quaranta
Sin tener en claro si las obsesiones lo persiguen a uno (en el sentido de ser incapaz de escaparse) o es uno quien las persigue (en el sentido de que ellas son débiles para eludirnos), me fui a dormir, y esto es un decir, ya que no cerré los ojos en toda la noche a causa de una expresión que rondaba desde hacía rato en mi cabeza: gente común. ¿Quiénes son gente común? ¿El diccionario puede darme alguna definición aproximada de lo que representa para los argentinos la frase? (aquí realicé un esfuerzo imaginario, me levanté de la cama, encendí la notebook, ingresé a la RAE, busqué las palabras por separado y sólo obtuve acercamientos ínfimos que omiten la carga ideológica intuida; algunos ejemplos de común: "Corriente, recibido y admitido de todos o de la mayor parte", "comunidad, generalidad de personas"; y de gente: "pluralidad de personas").
Estaba, entonces, en la cama, noche cerrada, pensando, mßs bien rumiando, como buen obsesivo, el significado de gente común, ¿qué quiere decir en realidad esta designación?, ¿por qué se utiliza tanto en los medios masivos?, ¿a quiénes interpela?, cuando de pronto se produjo una pequeña epifanía: Lo imborrable, de Juan José Saer, allí algo puede darme un indicio cierto de lo que estoy buscando (volví a realizar un esfuerzo imaginario, me levanté, fui a la biblioteca y tomé la novela que buscaba, pßgina 26, la tenía marcada: el hombre común): "No tengo, a decir verdad, nada contra el hombre común, salvo que si uno escarba un poco en él siempre acaba descubriendo el estercolero: un nono de lo mßs simpßtico que cruzamos de tanto en tanto en la feria y que nos cuenta su vida de ferroviario, un buen día resulta que le descubrimos un proceso por estupro; la vecina que nos saca de apuro cuando nos quedamos sin ajo o sin harina a la hora de la cena, es tal vez la misma que nos insulta anónimamente por teléfono a la madrugada, y el comerciante que nos hace una rebaja especial porque nuestros hijos van a la misma escuela que los suyos, un soplón de la policía. Es justamente lo que el hombre común tiene de común aquello de lo que hay que desconfiar".
Antes del amanecer, y luego del repaso mental o la lectura de la novela, llegué a entender que la clave del problema estaba en común, que allí residía, fundamentalmente, el matiz ideológico que pretende uniformar común, inocente, honesto, bueno, sencillo, en una palabra, normal. Gente común representaría a aquellos que son transparentes, a los que no esconden nada, a la gente honrada, civilizada, a la gente bien, de bien. ¿En oposición a qué o a quiénes? No es necesario gastar tinta en una respuesta conocida. Sin embargo considero importante ahondar en la opacidad de la gente común (porque justamente lo opaco es lo común), así como Saer, incisivo, incondicional, reflexionar sobre lo oscuro, sobre las raíces tenebrosas que atraviesan a la gente buena.
Debo confesar algo. No me fui a dormir con la frase gente común sino con otra, mucho mßs productiva, ya una expresión de sentido pleno, que necesitaba insertar en algún escrito con el objetivo de no perderla en las aguas tramposas del recuerdo. Es así que, en realidad, nació la referencia a gente común, desde otro lugar, ¿quiénes forman parte de la gente común? (el lector ya sabe los movimientos que ejecuté para ir resolviendo el enigma), luego emergió, siempre en la cama, una pregunta, a mi entender, más fecunda ¿a qué le teme la gente común?, por supuesto: a la muerte, como cada uno de nosotros (bárbaros o civilizados), pero lo cierto es que sentí un vacío en esta respuesta estereotipada, sentí que podía dar un paso más, darle una vuelta de tuerca al problema, y la solución parece ser, ahora, mañana soleada, bien despierto, la frase que me persigue desde hace varias semanas: no es el temor de ser víctimas, como dicen, sino victimarios.
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