Miércoles, 17 de julio de 2013 | Hoy
Por Luisina Bourband
Faltaba poco para que saliera la balsa para Rosario. Humberto apuraba el paso y el chinito que llevaba al lado lo seguía dando saltos sobre el ripio para no desentonar. Tenía que dejarlo todavía en lo del tío Domingo para poder irse, que seguro había que buscarlo en la curtiembre.
El chinito se llamaba Benjamín, era hijo de Elías y hermano menor de Humberto.
Cuando llegaron a la curtiembre entraron por el portón del costado, y entre la lejanía y los aullidos de los perros que avizoraban las sombras de los parientes, refulgía el fuego pronto para asar la carne. Domingo siempre tenía carne lista por las dudas en la heladera. Estaba oscuro y no se veía bien, pero a medida que se iban acercando la silueta indefinida de un sombrero tomaba forma de hombre, un poco enjuto y encorvado, acodado en la tabla irregular que de tanto estar ahí ya se había hecho mesa. Era Mastrochi, un paisano ladino que de vez en cuando se le aparecía al dueño de casa, y que a lo largo de la noche, alimentada a póker, ginebra y porfía se volvía un compañero aceptable.
Domingo parado frente al fuego, resplandecía como desafiando al animal en la tarea de pasar lo crudo a lo cocido. Era un hombre solitario, huraño, de palabras que cortaban como un hacha y caían como una piedra para el que pudiera escucharlas. Pero lo que no le sobraba en el decir, lo contaba su casa, que estaba abierta a quien quisiera venir sin mucha invitación. El lugar en el que todos los sobrinos se quedaban sin protestar, ahí se los trataba con respeto, es decir, como a uno más.
Benjamín entró corriendo y con un leve saludo de cabeza ya se había incorporado a la reunión que entre bucólica y áspera se reunía en torno al asado.
El Humberto saludó a los chinos con esa levedad que da la familiaridad, y aceleró el paso para llegar a la balsa. Se quedaría por ahí en alguna pensión esta noche y mañana a volvería a Goya a buscar al Benjamín, que se lo habían encargado.
Resultó que la espera de la cocción del animal muerto propició una especie de "confusión de ideas" entre Mastrochi y Domingo. Caña va caña viene y en un rato ya la discusión se había puesto fea y el paisano sacó el cuchillo como para afilar la pelea y calibrar qué grado de seriedad portaba todo el asunto.
Tío Domingo, ni lerdo ni perezoso se había ido como reptando pa' las casas, y detrás de él había enfilado Benjamín como un soldado. De pronto levantó la almohada del camastro austero donde dormía y le mostró dos 38, que relucían como tesoros en los ojos del sobrino. Estos son mis guachitos, le dijo mientras se los acomoda en la cintura y salía con paso decidido en intención y desalineado en precisión. Domingo siempre los tenía cerca, y una puñada de balas en el bolsillo.
Benjamín prendido del borde del saco: pero tío, ¿adónde vamos?... ¡A buscarlo a este desgraciado! En el patio ya no quedaban ni rastros de Mastrochi, que había acusado la maniobra y su estado etílico no le impidió actuar con rapidez.
Pero tío, si ya se fue, mire. No importa, le voy a agarrar a este cuchillero. Y salieron por la calle lindera a la casa, que era de pedregullo y oscura como la peor noche del infierno. Adivinaban el camino usando como mapa el recuerdo del día. Era una calle con zanjas y Benjamín con el cuerpo excitado por la travesía y el miedo, tironeaba del saco del tío. Impertérrito se conducía, sin demostrar más el temor a la oscuridad que al producto de sopesar el peligro que corrían.
Para allá, dijo Domingo, con la seguridad que da la borrachera y la valentía que da la raza. Pero mire tío que en esa zanja hay agua. No, agua no hay, ni zanja hay, contestó con esas palabras que cortaban y caían.
Presagiando ya lo que sería de visionario y agudo el chinito de grande, le acertó al pronóstico al mismo tiempo que el tío caía en el medio de la zanja con su obstinado paso.
Parte de la noche se la llevó el intento de sacarlo del medio del barro, donde había caído con traje, pantalón de fajina y zapatos acordonados siempre lustrados al máximo. Pero el chinito lo logró; igual a desvestir al tío para acostarlo ya no llegó, y la cama blanca donde dormía había tomado el color del río para cuando despertó. Cuando se vio, Benjamín todavía seguía dormido al lado medio sentado medio acostado, como queriendo mantener la posición alerta del cuidado.
De un grito: pero sobrino ¿qué es esto? A Benjamín, todavía dolorido, le llevó un buen rato contarle la noche pasada, entre que le agregaba detalles heroicos y llevaba adelante la difícil tarea de devolverle al hipnotizado su memoria.
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