Lo primero fue un trueno desgarrador como esos que preludian las tormentas de verano. Uno seguido de otro, pero encimados y superpuestos. Alarmas de autos que detonaban, los vidrios que no dejaban de temblar, yo mirándolos como rogándoles que no estallaran y esperando, paralizada, que cesara ese estruendo interminable.
Lo segundo fue un hongo de tierra y polvo subiendo hacia el cielo a menos de dos cuadras. Después gente, ambulancias, bomberos, policías, gritos, llamados, rumores, llantos, comentarios en las calles, conmoción y desesperación. Alarmas, sirenas, bocinas, sirenas, sirenas, sirenas. Confusión. No más luz, no más telefonía celular, sólo la radio: que hay que evacuar a 5 cuadras; que no, que no hace falta; que sí.
Y ahora, el silencio. Se hace oír, respira, nos aplasta, nos impide pensar, lo invade todo. Las calles están cortadas, los chicos no fueron a la escuela del barrio, el viento, cada vez más fuerte, arrastra hojas y envases plásticos. Las personas caminan y se detienen en las esquinas cercanas. Hablan por lo bajo, casi en susurros. Miran todas hacia el mismo lugar. Señalan hacia arriba, donde unos fierros retorcidos aparecen como los brazos de un ser monstruoso. Este silencio se parece mucho -demasiado a la muerte.
En las calles, en el colectivo, en el trabajo, en las escuelas, en cada una de las casas no se habla de otra cosa: no se puede. Todo es irreal, es bruma y desazón, porque es difícil creer que esto haya sucedido. ¡Alguien que me despierte, por favor! Imágenes que solemos ver en las coberturas de las guerras allá, lejos, en Medio Oriente, no acá, no a dos cuadras de mi casa.
Cualquiera de nosotros podría haber estado allí. Creo que es eso lo que nos desampara: la cercanía de la muerte, la desesperación de comprobar, una vez más, que somos frágiles y la certeza de que no podemos controlarlo todo.
Está oscureciendo y la ciudad sigue muda. Los rescatistas continuarán trabajando toda la noche tratando de oír, más allá del silencio, algún ruido. Una bruma cubre nuestro cielo, húmero como de costumbre, ambulancias y coches de bomberos están sobre el boulevard, la gente continúa hablando por lo bajo y el viento es cada vez más intenso. Nada parece verdadero. Por favor, de una vez, que alguien nos despierte.
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