Mié 11.09.2013
rosario

CONTRATAPA

No me digas

› Por Dahiana Belfiori

No me digas que no se siente ese olor a guerra, a pasto recién cortado y muerte de flores llovidas sobre el mantel amarillo. No me digas que no te venís a la tierra con ese ímpetu que traen los perros de caza al llegar a la presa, con esas ganas de caer encima de un motón de hojas secas en la calle y pisotearlas con la fuerza de un caballo al galope. No me digas que no se te abre la tierra a tus pies o debajo de tu nuca y se te ensancha el hoyo de la gravedad que gira en la espiral de tu cama. No me digas que no hay un choque de galaxias, que los agujeros negros no existen, que las suelas de tus zapatos no están gastadas de hacer girar la rueda hidráulica que le da brillo a tus ojos. No me digas que es pequeña esta muerte. No me digas que no parís estrellas, lunas, planetas, mandalas, neumáticos, servilletas que dicen "aunque nada me diga al despertar que yo sea yo misma", olvidadas en el fondo de una cartera azul. No me digas que el éxtasis se escabulle, que es sólo un momento, que ya se fue, que ya se, que ya, que. No me lo digas. No me digas que lo orgánico no se pegotea con la piedra en promiscua argamasa blanda. No me digas que la piedra no es ambigua, que la lupa no hace fuegos enormes que arrasan con el bosque y que de la piedra no sale agua, ni papel, ni calor. No me digas que no frote esa piedra con las garras de mi nariz, que no juegue a piedrapapeltijera. No me digas que no use las tijeras para cortar el lino, la liana, el cable, el cordón umbilical que te ata al mundo. No me digas que no sea una amazona frenética y exaltada sobre tus rodillas, tus rezos, tus rosarios. No me digas que no te liberás del pecado original de ser diosa, reina, asesina, mendiga, madre, puta, santa, bruja, loca. No me digas que no te enceguecés de razón y muerte y vida y delirio y vacío y nada. No, no, no. No me lo digas. No me digas que la fiebre no agota los mares, que la sal no te azota la piel de lagarta. No me digas que las lenguas no hablan más que los lenguajes que de todos modos nunca conocemos. No me digas que la lengua no te hiere, no te rasga, no te inyecta su saliva en el tegumento rosado y poroso y sangriento de la piedra. No me digas que la piedra no es roja ni rosada ni negra ni morena ni mulata. No me digas que los volcanes no construyen paraísos en medio de tu océano. No me digas que el sol no deja de ser el centro, no me digas que hay centro. No me digas que no te quiebra un rayo en la mitad de la existencia, que no salpica luces y diablos hacia el horizonte. No me digas que hay horizontes. No me digas que no se termina la perspectiva como si no hubiera sólo una maraña de puntos infinitos en el aire que respirás. No me digas que hay geometría, química y matemática que alivien el caos monumental de tu caída. No me digas que no creás una magnífica pintura con la contracción etérea de tus venas. No me digas que el cuadro no se llena con los más exquisitos y extravagantes óleos que provienen del elixir destilado de todas las mentiras y verdades que te contaste y te creíste. No me digas que la exuberancia y la nimiedad no son la misma cosa. No me digas que se acaba todo, que te acabás todo, que te deborás todo sin dejarme un hilo de tu orgasmo, sin llevarme con vos en el círculo vertiginoso de la única nada que nos urde. No me lo digas. No me digas que así tan rápido, tan de a espasmos, tan de accidente, tan a propósito te desvanecés en un suspiro y no me dejás ni las uñas para arañarte un poquito de esa felicidad de haberlo hecho todo en esta vida.

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