Viernes, 4 de octubre de 2013 | Hoy
Por Javier Chiabrando
En la televisión Piglia habla de Borges y yo me pregunto qué país es este, ¿el de la gente que se deleita con que en la televisión pública, un sábado, y en horario central, haya un programa de esa categoría, o el de la gente que se queja de que los impuestos de todos se usen para cosas así? Es obvio que los dos países son uno. Porque el nuestro es el país de la queja, pero también de la creatividad; y de la protesta, de la solidaridad, de la esquizofrenia emocional, de la adoración de los ídolos a los que se los flagela cuando erran el primer penal, el que alaba a un Papa populista pero no se banca el populismo del gobierno, de los que valoran el "hagan lío" de don Francisco pero se escandalizan porque los chicos toman escuelas cuando las cosas no les parecen razonables.
Pienso en nuestros dirigentes. Ese país deben gobernar, atentos a las demandas de pan y circo de sus ciudadanos, de dólares, de polleras en lugar de calzas, demandas de inmediatez absoluta en lugar de planificación, de recuerdos que no se recuerdan y de un futuro que no todos parecen interesados en vislumbrar. Digo pasado que no se recuerda porque hay demasiada gente que no quiere saber qué tan mal estábamos hace apenas un década. Digo futuro que no se quiere vislumbrar porque demasiada gente intenta no pensar que de la prosperidad (o llamémosle normalidad) se puede caer hondo; basta con mirar Europa.
Si yo tuviera que darle consejos al gobierno (soy un asesor caro, aviso), le diría que no gaste pólvora en chimangos, que a Piglia podemos verlo por Internet o en persona los que estamos interesados de verdad en eso (somos bastantes, no muchos), y que en ese espacio se haga un programa donde se sorteen dólares. "¿De qué color es el caballo blanco de San Martín?" Cien dólares al que acierta, cincuenta al que pifia por poco, una entrada a Tecnópolis al que dice negro, y la biografía de Macri escrita por Del Sel al que se queda con la boca abierta. Todos ganan (porque todos votan).
También les diría que no se molesten en inaugurar más fábricas y rutas. Que la presidenta no hable de satélites made in patria porque eso está en la luna y los argentinos estamos acá abajo. Y que los votos no van a llegar porque repatrien científicos, que lo que tienen que repatriar son jugadores de fútbol. No me estoy refiriendo a Messi, y no porque sea caro, porque juntando la soja que se cae de los camiones que descargan en el puerto de Rosario ya daría para pagarlo, sino porque si Messi vuelve desequilibraría la relación entre Ñuls y Central y nadie quiere eso. Pero que por lo menos repatrien al Pájaro Caniggia y al Chicho Serna.
Estas espectaculares ideas son parte de una teoría filosófica que acabo de inventar como quién mira llover, tomando mate y extrañando los pastelitos de dulce que hacía mi vieja. Se llama El Urgentinismo. O sea: mitad urgencia, mitad argentinismo. El Urgentinismo es una teoría filosófica que se basa en una única idea, porque dos podrían confundir a los clientes: todo es ahora, ya y hoy. Está inspirado en el noble arte de levantarse minas. Si hoy hay que ser humilde y torpe para levantarse a la de anteojos, lo haremos, aunque mañana (cuando sea hoy) debamos mostrarnos ególatra y ostentoso para levantarnos a la prima.
La teoría que sustenta el Urgentinismo es la siguiente: "importa el hoy, todo es el ahora, me importa un carajo de dónde vengo y adónde voy y que se mueran todos los que no me dan lo que quiero ya". Importa tanto el hoy que todos los muertos de hambre que tenía este país, y que ya no lo son, y que por esas increíbles cosas de la magia de ser argentino, ya se sienten de clase media, comienzan a aliarse con otra clase media quejosa y esperpéntica, y andan con ganas de darle la espalda al que los sacó de la mierda. Ni un psicólogo vienés lograría explicarlo; El Urgentinismo sí.
Es que el urgentinista es ingrato porque piensa que todos le deben lealtad a él pero él a nadie. Si escarbás un poco te va a decir que ya lo decepcionaron mucho o recitará generalidades a la que culpar: la política, la corrupción, la inseguridad. ¿Y los que lo protegieron y ayudaron y lo sacaron de donde comía gato para volverlo un ser humano? Eso era ayer, hoy es hoy, apelará sin ruborizarse. El Urgentinismo significa olvidar el pasado e ignorar el futuro y explica que los sectores que estaban en la lona y ahora no, van a votar a los mismos que los acostaron. Esta paradoja la explica mejor JP Feinmann (que es mejor filósofo que yo, pero eso sí, no inventó El Urgentinismo), en la contratapa del Página12 del domingo.
El urgentinista quiere olvidar que fue pobre porque se deprime y no se le erecta la autoestima. Pide políticas de estado pero es incapaz de esperar a que se concreten (algunos ni saben qué es). Suele hablar de cualquier cosa sin sentir necesidad de informarse o formarse. Hoy es el divorcio de la reina de las siliconas, mañana (cuando sea hoy) una opinión del Papa o la lesión de Messi. No tiene tiempo de formarse (leer libros, vea), porque leer un libro lleva un par de días. ¿Y si se lo lee al divino botón porque el tema ya fue remplazado por las opiniones de las calzas de la presidenta?
Con la misma precisión suelen hablar de política, tema que creen dominar porque se acuerdan de Neustad o alguna vez fueron fiscales de mesa. No saben ni les importa saber quién es Said, Bordieu, Sarlo, Jauretche o Baumann, porque eran o son tipos interesados en descubrir de dónde viene y adónde va el mundo, y los urgentinistas quieren saber que esa noche al acostarse están vivos y deseando. Mañana será otro día, será hoy, y entonces se ocuparán de él.
El que mejor tiene que entender esta teoría es el gobierno. Vivir en el país de El Urgentinismo exige saber, y poder, cambiar. Si el gobierno defiende la producción argentina y se le planta a los gordos caraduras de la ONU, y eso no hace mella en el ánimo de los urgentinistas, entonces hay que contar chistes como Del Sel y desparramar odio contra lo que no sea comprobadamente blanquito, como Binner.
Si la presidenta es capaz de hablar cuatro horas sin decir tonterías y hablar en presencia de un premio Nóbel de economía sin desmerecer, y eso no eso suficientemente aprobado por los urgentinistas, entonces tiene que pasar a decir fru fru siempre que habla, usar una sintaxis de colegio primario como Massa y Macri, y pedir paz y amor aún cuando le demanden cloacas y puentes.
Está demostrado que no basta con asignaciones universales, record de ventas de autos, créditos para casas, acuerdos internacionales inéditos, reformas estructurales en códigos, ley de medios, intento de ajustar cuentas con corporaciones económicas de pasado golpista, derechos humanos, trabajo para todos y tutti quanti. Quizá es hora de dejar de hablar de política y munirse de slogans, sonrisas y frases huecas. Y yo no descartaría globos y porristas (que estén buenas, por favor, y de calzas). Quizá es hora de que el gobierno se vuelva el primer urgentinista.
A veces me parece que el único que entiende a este país soy yo. No sé por qué el gobierno no se da cuenta de que para agradar a los urgentinistas lo que tiene que hacer es volver a volver a enterrar el país cada mañana (hiperinflación a las 9, corralito a las 10, devaluación a las 11), y volver a demostrar que se lo puede desenterrar con buenas ideas, empeño y política, esa misma tarde. Así cada día. De esa forma, el pasado y el futuro serían todo presente, y los que no saben tener memoria ni sueños vivirán por fin en un mundo ideal.
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