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Viernes, 1 de noviembre de 2013

CONTRATAPA

Múltiple choice

 Por Javier Chiabrando

El país perfecto no existe. Por mucho que uno idealice Japón o Suecia, siempre habrá algo que les falte para ser el paraíso: mejor clima, mejor comida, mejores minas, mejores futbolistas. Ahí está Inglaterra, por ejemplo, tal vez más segura y previsible que nuestro gran ispa, pero a cambio de seguridad y previsibilidad hay que bancarse la niebla, las mujeres feas y la cara de orto de los ingleses, que nos recuerda demasiado a cuando nos cascotearon el rancho durante la guerra de Malvinas.

Cada vez que escribo hablando de Argentina (que para mí es el mejor país del mundo, de la parte que conozco, que no es poca), y de los argentinos, no pasa demasiado tiempo sin que aparezcan, como demandas, los habituales mantras de la clase media más influenciable. Uno comienza a rascar la olla de las ideas de la cabeza de un argentino y aparecen los fantasmas familiares: la inseguridad, la inflación, la humedad. ¿Cómo este país va ser el mejor del mundo si te asaltan por televisión cada cinco minutos? El mantra puede variar, pero siempre es el mismo miedo a algo díscolo, que no se comporta como uno desearía.

Luego están las peligrosas generalidades que esos mismos argentinos desconformes citan al voleo. "Cada país tiene el gobierno que se merece". "Todos los políticos son corruptos". Son frases que apuntan a cerrar la discusión sin darla siquiera: ¿todos los políticos son corruptos, todos los chinos saben karate, todos los negros saben bailar? ¿Cada país tiene el gobierno que se merece? ¿Y qué ciudadanos se merece cada gobierno?

Curiosamente, la gran mayoría de la gente que me recrimina que yo hable bien de este país tiene todo lo que una persona desea tener en cierta etapa de su vida: casa propia, auto, proyectos personales e hijos con proyectos, trabajo, vacaciones y viajes al extranjero muy a menudo. Pero no les basta. Y no está mal tener ambiciones personales; es más, la fortaleza del capitalismo está atada a esa dinámica: más tengo, más quiero. Por eso hay un shopping en cada esquina, para que la gente pueda combatir la depresión sin esfuerzo.

Pero esas conquistas existen porque un gobierno fue capaz de hacerlas posibles. Nunca te lo van a reconocer, pero ellos saben que es así. Dirán que la coyuntura internacional, que la suerte, que el Merval y otras cosas que apenas entienden, pero ellos saben que tienen lo que tienen (después de no haber tenido ninguna de esas cosas) gracias al kirchnerismo. O dirán que lo tienen por mérito propio. Pero eran igualmente meritorios en 2001, y no tenían nada de eso.

Entonces me puse a pensar (es mi especialidad, no se sientan minusválidos intelectuales frente a mi desbordante sabiduría), si estos amigos o amigos ocasionales, o enemigos ideológicos aunque todos animalitos de Dios, serían capaces de ceder alguna de sus muchas comodidades a cambio de obtener la vigencia o la solución de ese mantra que los martiriza. O sea: ¿qué soy capaz de entregar a cambio de esa seguridad que ansío?

¿Cuál de esas conquistas soy capaz de resignar para que el pan valga lo mismo durante cinco años?

La respuesta es, obviamente: "ninguna". Pero nadie tiene todo lo que desea. En ningún lado. Un argentino puede vivir más seguro en Francia (y lo dudo), pero a cambio debe aceptar el clima menos benigno, la incomunicación entre los seres humanos, el cine aburrido, las minas de culo chato y los cantantes franceses que ¡oh la la! Y como si fuera poco, será siempre un ciudadano de segunda. En Francia podrá encontrar seguridad, pero jamás volverá a sentir el placer de los amigos que caen de visita sin avisar y del abrazo de un primo. ¿Es poco el costo o es inmenso? ¿Vale la pena pagarlo? ¿No hay, acaso, europeos que vienen acá (o a Colombia, Ecuador, etc.), a vivir en inseguridad para volver a sentir ese calor humano que han perdido?

También uno podría elegir vivir en el mundo de nuestros abuelos, donde se dejaba la puerta abierta porque ni el perro entraba sin pedir permiso. En ese mundo prehistórico nuestros abuelos eran felices, pero no tenían televisión ni Internet, apenas se movían del barrio, se vestían todos con la misma ropa que compraban en la tienda del turco de la esquina y la mayor ambición era que los hijos y los nietos continuaran la tradición familiar, sea el campo, sea la verdulería. Linda vida para ellos, no para nosotros. Nosotros queremos todo, y fashion, y ahora, y gratis, y por duplicado. Y sin pagar impuestos.

La vida no es un multiple choice. Pero supongamos que lo es, supongamos que hay una planilla donde cada argentino puede marcar con cruces todo lo que desea, pero de diez casilleros sólo debe rellenar ocho. Es razonable. No se puede pedir belleza, juventud, trabajo, casa, auto, amantes, proyectos, educación universitaria, salud, y nacer y vivir en un país prodigioso, que incluya inflación cero y por fin seguridad. Tener todo es imposible, a menos --quizá, sólo quizá-﷓ que uno sea un magnate. Y aun así lo dudo, porque Bill Gates está podrido en guita pero es feo como la mona.

Entonces, ¿qué casilleros dejaría sin marcar ese argentino al que tomamos como modelo? Claro que desear más y una mejor vida es lógico, y es un derecho. Y si eso implica cambiar gobiernos, también es un derecho. Ahora: ¿aceptaría ese argentino un gobierno intachable a cambio de perder fuentes de trabajo o de no poder viajar a Europa cuando se le da la gana? ¿Aceptaría el regreso de De la Rúa para dejar de verle la cara a Boudou? ¿Cuál es el límite? ¿En qué momento algo que se conquista deja de ser un derecho para volverse una bajada de lienzos?

A la vista de los resultados de las elecciones, es evidente que el sistema de multiple choice está en marcha, y que los argentinos intentan completar la mayor cantidad de casillas posibles en busca, digamos, de la felicidad (para no quedarnos cortos). De esa manera se elige a candidatos que pueden dar los que sienten que el kirchnerismo no les da: ¿seguridad, previsibilidad, transparencia, más trabajo, más viajes, dólar barato en los kioscos del barrio?

¿La tan ansiada seguridad se la va a dar un pinchecómico como Del Sel? Seguramente hay gente que piensa que sí, por eso lo votan. ¿Tienen Massa, Macri, Binner las llaves para darle a la gente la posibilidad de llenar, ya no digo todos los casilleros, pero al menos uno más que el kirchnerismo, y sin vaciar los otros? Seguramente sí, por eso los eligen. ¿Pueden los radicales hacer ahora lo que no pudieron hacer hace apenas una década? Hay mucha gente que piensa que sí. Y no queda otra que esperar y ver. Pero la pregunta sigue vigente: ¿qué pasará cuando la opción sea pan al mismo precio durante años a cambio de que el FMI te dicte la política económica?

El sistema de multiple choice también corre para los políticos. Porque ellos, animalitos de Dios también, tienen sus sueños de grandeza y de trascendencia. La gente les está pidiendo cosas que no saben cómo dar, pero por las dudas firman cheques en blanco; el futuro proveerá. El trabajo que les queda en estos dos años es intentar completar también esos casilleros.

Macri debe demostrar que no se pierde si sale de Barrio Norte. Massa que lo suyo es nuevo a pesar de Duhalde, Solá, Barrionuevo y otros resucitados. Los radicales deben demostrar que cuando proponen cambios no es el mismo cambio que propusieron antes y a los que nunca lograron ni arrimarse. Binner que tiene la energía para transformar el país en ese oasis que es la provincia de Santa Fe. No les envidio la tarea.

Una última para los votantes, es decir para los queridos argentinos de bien que corren detrás de sueños adolescentes, como hippies detrás de las margaritas: una posibilidad de tener todo es volverse poderoso, como los poderosos de este país, los que están detrás de algunos candidatos. Ellos son los que más chances tienen de acercarse a ese mundo donde uno puede marcar las diez cruces.

Vivir en el country y tener guardaespaldas, además de una camionada de abogados, se parece a la seguridad que muchos demandan. El precio del pan los tiene sin cuidado. Y dólares tienen en el exterior como para empapelar la 9 de Julio. Es decir que son los argentinos perfectos. Los argentinos más felices. Y si son feos se operan, o se buscan una tetona de turno, y ya nadie se fija en sus caras de garcas.

Otra posibilidad es volverse como ellos, aunque es algo difícil. O votarlos a ellos, o a los que ellos proponen. Porque quizá existe la posibilidad de que compartan con uno su caviar, su yate, o que te dejen entrar a la fiestita, una vez terminada, a llevarte los restos. Y entonces sí, por ahí tenés el cartón lleno.

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