Viernes, 22 de noviembre de 2013 | Hoy
Por Javier Nuñez
Mucho se ha dicho sobre la participación de Hemingway en la liberación de París. En especial sobre su preocupación por "liberar" el bar del Ritz, que desde la ocupación alemana se había transformado en cuartel general de la Luftwaffe, y la leyenda en torno a la incontable cantidad de dry martinis que se bebió para celebrarlo. Pero antes de llegar al Ritz, la Hem Division había hecho una parada importante en la rue de l'Odéon y el escritor había bajado para gritar, haciéndose bocina con las manos, un nombre de mujer. La mujer que bajó los escalones de cuatro en cuatro invocada por el vozarrón era delgada y menuda, y cuando se entregó al abrazo de oso que la aguardaba en la calle pareció flamear entre los brazos del escritor. Hemingway ya no era aquel joven que se llevaba libros prestados de su librería, sino un hombre maduro con más kilos y canas.
Una segunda mujer, que presenció toda la escena, describiría en sus memorias a ese Hemingway como "más gigantesco que nunca, con la cabeza descubierta y en mangas de camisa, cavernícola de mirada fina y estudiosa tras unas gafas plácidas". "Quería saber si podía hacer algo por nosotras", evocaría a su vez la primera, quien también aludió al episodio en sus memorias. "Le preguntamos si podía reducir a los nazis que aún permanecían en los tejados de las casas, sobre todo en el de la casa de Adrienne. Hizo bajar a su compañía de los jeeps y llevó a los hombres a los tejados. Por última vez oímos disparos en la calle de l'Odéon". Lo que Hemingway y sus hombres acababan de hacer era liberar Odéania, un territorio a la vez real e imaginario.
Las dos mujeres Sylvia Beach y Adrienne Monnier dejaron esto y mucho más reflejado en sus respectivos libros de memorias: Shakespeare and Company, de Beach; y Rue de l'Odéon, de Monnier. Pero si Odéania alguna vez había sido, aunque Hemingway, Beach y Monnier no lo supieran, ya había pasado para siempre al territorio del recuerdo.
La rue de l'Odéon fue durante años especialmente entre las décadas del 20 y 30 la tierra prometida de los escritores, artistas e intelectuales que llegaban a aquel París de entreguerras. Ubicada en el corazón del Barrio Latino, en la margen izquierda del Sena y muy cerca de los Jardines de Luxemburgo, tenía "la tranquilidad de un pueblo" la definición es de Simone de Beauvoir y un par de librerías emblemáticas frecuentadas por Valéry, Joyce, Becket, Breton, Guide, Hemingway, Rilke, Scott Fitzgerald y muchos más: La Maison des Amis des Livres, de Adrienne Monnier, y Shakespeare and Company, de Sylvia Beach. "La historia literaria ha reconocido que ambas fueron mucho más que simples libreras", dice de ellas Shari Benstock en su libro Mujeres de la Rive Gauche. Paris 19001940. "Hicieron de una profesión ordinaria algo extraordinario." En la rue de l'Odéon, además, Beach y Monnier convivieron durante los diecisiete años que duró su relación amorosa, y la amistad entre ambas se extendió hasta que los ruidos que martirizaban a Monnier a consecuencia del síndrome de Ménière una enfermedad del oído interno que le provocaba un pitido permanente en la cabeza, la empujaron al suicidio en 1955.
Poeta, bibliófila empedernida y, sobre todo, amante de la literatura, Adrienne Monnier se había metido por elección propia en un oficio que las mujeres solían heredar de padres o esposos muertos. Cuando los altos precios de los libros y la escasez de ventas de la posguerra la llevaron a adaptarse para sobrevivir, comprendió que además de hacer una cuidadosa selección de títulos que le permitiese especializarse en la literatura de la época podía emular el sistema de abono de los cabinets de lecture, cobrando un abono mensual que le permitía a sus clientes llevarse los libros y devolverlos. Monnier sabía que, en lugar de atentar contra el negocio, eso lo favorecería. "Resulta casi inconcebible comprar una obra sin conocerla. Expreso un sentimiento general cuando afirmo que toda persona de cierta cultura experimenta la necesidad de tener una biblioteca particular compuesta por libros que le gustan, que tiene por amigos buenos y fieles", recuerda en su libro. La Maison de Monnier se transformó rápidamente en un lugar de reunión de escritores e intelectuales de la época. Supo organizar encuentros poéticos y actos culturales a los que asistían gente como Valéry, Gide, LeónPaul Fargue o André Bretón.
Se podría decir que Beach se enamoró de la idea y de Monnier. Y aunque la primera intención fue la de abrir una librería francesa en Estados Unidos o Londres, los altos costos la llevaron a invertir la idea y montar una librería de lengua inglesa en París. Monnier no sólo la ayudó en su empresa, sino que le consiguió el primer local en el número 8 de la rue Dupuytren, muy cerca de La Maison. Para 1921, Shakespeare and Company se trasladó al 12 de la rue de l'Odéon, conformando entonces sí, finalmente, el territorio imaginario de Odéania.
Fiel al modelo de La Maison, Shakespeare and Company no se limitó a prestar y vender libros, sino que además organizaba lecturas públicas y reuniones que pronto convirtieron a la librería en una referencia ineludible e incluso dirección postal donde recibir la correspondencia para todos los escritores angloamericanos que se amontonaban o estaban de paso en la París de aquellos años. Sherwood Anderson, Ezra Pound, Scott Fitzgerald, Hemingway o Joyce eran clientes habituales; también artistas de otras ramas como el compositor George Antheil, que vivía arriba de la librería y solía trepar por el cartel cuando se olvidaba las llaves. Pronto Beach se embarcó, además, en una aventura editorial que hubiera bastado por sí sola para justificarle su espacio en la historia de la literatura: fue nada menos que la primera editora del Ulises de Joyce, cuando el irlandés estaba acuciado por problemas económicos y enfrentaba serios inconvenientes para editarla en Inglaterra o Estados Unidos. Una aventura que casi le cuesta la salud y la librería, porque entre los caprichos de Joyce que entre otras cosas agregó un tercio de novela en forma de correcciones a las pruebas de imprenta y la volvía loca con exigencias desmesuradas a nivel personal y económico y la Depresión del 29, a punto estuvo de perderlo todo. Pero adentrarnos en eso merecería más espacio.
Paradójicamente, cuando Shakespeare and Company adquiría renombre mundial ya por entonces los turistas americanos visitaban la librería como una atracción más de París, la depresión que siguió al crack financiero encareció tanto la vida parisina que muchos emigrados debieron a regresar y Beach perdió gran parte de su clientela. Si la librería sobrevivió la década fue en gran parte gracias a la venta de primeras ediciones autografiadas por Hemingway, manuscritos de Joyce y la creación de Los amigos de Shakespeare and Company, un "club" que reunía algunos de los más importantes escritores del momento que, además de pagar doscientos francos anuales, celebraban lecturas públicas de obras inéditas, como supieron hacerlo T.S. Eliot o el mismo Hemingway.
Pero lo que no pudo el desplome financiero lo pudo la guerra.
En 1941, ya con París ocupada, un oficial alemán quiso comprar un libro que Beach tenía en vidriera y se encontró con una férrea negativa: era el último ejemplar de Finnegan's Wake, autografiado por Joyce y de inmenso valor afectivo, del que Beach no pensaba desprenderse de ningún modo. Quince días más tarde, el insistente alemán volvió para informarle que ese mismo día le confiscarían todos los bienes. Beach no lo pensó dos veces: llamó a algunos amigos y, en unas horas, habían desmantelado la librería para esconder todos los libros en el departamento que Beach tenía encima del local. No quedó siquiera el cartel del Bardo. Shakespeare and Company ya nunca volvería a abrir sus puertas (la librería actual, la del n° 37, rue de la Bucherie, es otra librería que también tiene una historia fascinante, pero mejor atenernos a esta).
Un año más tarde Beach era internada en un campo de concentración de Vittel después de pasar un mes en el zoológico del Jardín d'Acclimatation de Bois de Boulogne, donde se dice que los amigos no tardaron en descubrir que podían ver a los prisioneros pagando la entrada y saber así que estaban bien, hasta que recobró la libertad al cabo de seis meses. Beach regresó a la rue de l'Odéon, y continuó viviendo en la ciudad hasta su muerte en 1962, no sin antes convertirse en una figura pública asociada indisolublemente a la literatura de esos increíbles años 20 en París.
Una generación que encontró en Odéania un lugar o paisaje interior, en palabras de Monnier, de cuantos amaban los libros, en los umbrales de un par de librerías en una calle barrida por el viento, un territorio mágico que los cobijó como ninguno.
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