Lunes, 16 de diciembre de 2013 | Hoy
Por Mariana Miranda
Los bordes prístinos de las suavecitas plumas tuvieron un escalofrío místico. Siempre, previo al inicio del despegue, esos escalofríos sabían amedrentar a los angelitos. Luego, cuando estaban volando, volando, en el centro del cielo, era como que ya no sentían ningún escalofrío, era, precisamente, todo lo contrario, una paz de siglos y de milenios diseminada sobre el cielo y entre las nubes que los hacía ser muy felices, incluso, los días de tormenta, por más fieros o fuleros que se pusieran. Preferían achicharrarse con un rayo en el medio del vuelo y en el medio del cielo de una tormenta de madre que soportar el tedio de los andares terrestres, cuando estaban condenados a pasearse entre los pasillos y los altillos y desvanes de las casonas viejas, abandonadas, pseudoocupadas a veces por crotos, mendigos, lagartijas varias, ratas y gatos en celo...
Es que esos escalofríos, prolegómenos ineludibles de su propio vuelo, eran tan molestos como las ganas de estornudar, antes de que los mocos se te salgan por la nariz y largués todo... Ellos sabían que eran algo así , tan naturales, como el aleteo constante de sus propias plumas, el cambio del plumaje al que debían someterse entre el invierno y el principio de la primavera, el néctar dulce de sus labios de perlas y el andar fantasmal de sus piececitos de almendras. Estaban condenados a los escalofríos previos al vuelo y lo sabían y lo aceptaban con total resignación. Y preferían estar, antes que nada, en el cielo, planeando entre las nubes y el sol, entre los picos de las montañas, entre los verdes interminables e indescifrables de los montes y las selvas, planeando, planeando siempre, desde su altura infinitesimal para sorprenderse, para sorprendernos, siempre, por tanta luz... Incluso, como les decía antes, en los días de tormenta, por más vendavales de viento que acontecieran o por más diluvios interminables que arremetieran fiero, desde los cielos hacia la superficie terrestre, ellos preferían quedarse volando, volando por ahí, sin intentar siquiera tratar de buscar refugio en alguna saliente, alguna cueva de algún pico de alguna montaña, de alguna azotea de alguna torre esbelta, esbelta, de ésas que saben poblar el centro de las ciudades más metropolitanas del mundo, de alguna cumbre o alguna cima de alguna pirámide muy alta, de ésas que hay por Egipto... No, ellos preferían empaparse y volarse por todos los cielos, achicharrarse entre los rayos y desmañarse olímpicamente entre los efluvios de cualquier tormenta malvada, malvadísima, antes que tener que bajar a cobijarse en la Tierra, entre las casas y los edificios, entre los museos y las escuelas y las bibliotecas públicas...
Era como si, desde siempre, ellos hubieran sabido que su lugar natural, su hábitat, por así decirlo, eran los Cielos y no estos andares terrestres a los que los seres existentes estamos condenados por obra y gracia de la ley de gravedad...
No paraban en la tierra, no les gustaba parar, ni siquiera a despiojarse las plumas, preferían despiojárselas entre ellos, en los bordes de las nubes más altas, más lejanas, incluso, más cerca del sol que de cualquier otro lugar, por más que ésas fueran las nubes más calientes y más incómodas para estacionarse y hacer escala, ésas eran las de su preferencia...
Sin embargo, había veces, en que era ineludible que los ángeles bajaran a la tierra, no sólo para cumplir las funciones que les eran absolutamente de rigor, sino también para entrenar y enseñarle a los otros ángeles, los recién nacidos, las características intrínsecas de las artes de sus propios vuelos, por que, sino, cómo iban a aprender a volar los ángeles recién nacidos que nunca habían volado en su vida, eh? Cómo?. Porque como todos sabemos los angelitos tienen la función de enseñarles las artes del vuelo a los finaditos recientes porque nadie nace sabiendo nada en esta vida y es lógico que los angelitos más recientes no supieran volar y necesiten de los otros ángeles para que les enseñen, por lo menos, las artes del aleteo y el despegue; después, las artes de las acrobacias aéreas se pueden aprender en el aire, mientras vas volando, pero por lo menos al principio, el despegue y el aterrizaje son principios fundamentales en el andar aéreo...
Pero hay ángeles a los que les toca descender entre nosotros para realizar tareas mucho más desagradables y fuleras que las de los otros ángeles.... Son los ángeles a los que les toca el duro oficio de llevarse de aquí a los muertitos dendeapropósito, los que sufrieron las muertes más violentas y horrendas: los torturados, los picaneados, los fusilados, los violados, en fin, los asesinados, a golpes, con armas, los asfixiados, los ahorcados de las comisarías... Los finados más importantes y reconocidos y los finaditos anónimos, ésos de los que tan sólo se acuerda la familia o los amigos, pero, en fin, los finaditos dendeapropósito, ésos que fueron ajusticiados vilmente por sus propios verdugos...
Son los ángeles que van de negro porque llevan entre sus plumas el luto de los penantes, los que supieron bajar a estas tierras para acompañar en las artes de su propio vuelo a los que supieron ser víctimas de sus muchos enemigos: Mackandal, Atahualpa, Martin Luther King, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, las Juanas (la Azurduy y la de Arco), Mariano Moreno, el Chacho Peñaloza, el Coronel Dorrego, el Che Guevara, Monseñor Oscar Arnulfo Romero, Obispo de San Salvador, Monseñor Enrique Angelelli, Obispo de la Argentina, y tantos otros, tantísimos otros más...
Son los que acompañaron, golpe a golpe, grito a grito, lágrima a lágrima, suspiro a suspiro, estertor a estertor, a los 30.000 angelitos que se nos fueron entre las nubes, a los que les dicen, también, los ángeles marchitos, porque todavía seguimos buscando y porque todavía no terminamos de encontrar sus cuerpos en estas tierras...
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