CONTRATAPA
› Por Pablo Serr
5. El pasado. "Dejame terminar de hablar!" --con un enérgico portazo, Esteban había dado por finalizada la discusión. Pero ahora que vuelvo a las cartas que me escribió cuando todavía estábamos de novios, descubro cuál fue mi error. Y es que yo sé qué oculta ese portazo, lo sé yo y muy probablemente no lo sepa ni él: ese portazo oculta, y oculta mal, un gran amor. Y es que no puede ser que se haya ido como se fue! Qué es el presente, después de todo? Sin duda habrá quien asegure y aun demuestre, de qué manera no sé, que no podría serlo una persona que habiendo estado ya no está. Y sin embargo, le pese a quien le pese, Esteban es, sí, mi más estricto y real presente. El dolor y la a veces absurda contemplación elevan a dignidad de hoy aquello que resulta, no obstante, lo menos real, premonitorio quizá. Porque los viudos, o la gente que sin ser correspondida persiste en su discreción y ama, mal o bien tienen que seguir viviendo, y el pasado, al menos en mi caso particular, concuerda mejor que la soledad, el silencio y el dolor con una vida naturalmente, y por eso nunca en exceso, feliz. Cada persona es lo que tiene en su mente: pasado, presente y futuro. Las consecuencias de esto son, por supuesto, innumerables, e incluso los que no se hacen a la idea de un pasado mejor, así es como vivimos, así como nos expresamos. A pesar de todo, Esteban se había ido, sí, y para no volver. Me había dejado; hecho banal si los hay. Pero de aquella última conversación (interrumpida, inconclusa), diez años después resultaría lo que nadie, ni usted, podría haber previsto. El castigo que era para mí en aquel tiempo su silencio, lo condenaba, fíjese qué paradoja, a eternamente tener que compartir su vida conmigo. La otra lo entendió así y no dijo más nada. La otra ya no existe, hubiera dicho él, aunque no tuve ni el valor ni la necesidad de preguntárselo. O acaso no era una obviedad que detrás de ese comportamiento intempestivo se escondía la clave de su natural tendencia? Ni bien se fue corrí las cortinas y apagué las luces, para hacer más hondo y torturante el vacío. Pero, que yo sepa, él no habría dejado una conversación por la mitad: le gustaba crear misterio. Al fin solos, dije entonces, y me serví más té. Yo lo supe siempre, mi amor, vos no me hubieras hecho nunca una cosa así. Sobre un punto en su cabeza le estampé un beso, y después otro. Excusándonos mutuamente por la ferocidad, nos fuimos de a poquito deslizando por el sillón hasta terminar desnudos sobre la alfombra. En un movimiento brusco mi nariz dio contra la suya y abrí bien grande los ojos: su mirada, ajena, era igual que la mía.
6. El silencio. El silencio provendría de adentro; y mientras él picaba las cebollas, yo escribía en la pared: "No te vayas, mi amor, por favor no me dejes". Fumaba y soltó una de sus clásicas risotadas indolentes: "Si te vas", le dije, "me mato". Que no se riera, que por favor me dejara vivir en paz! Comimos a la luz de las velas; yo lo miraba fijo y entre bocado y bocado: "Si te vas a ir, si me vas a dejar, hacelo ahora, Esteban". "Te vas a matar?" "No, quedate bien tranquilo, no me voy a matar". El silencio se extendía desde el dormitorio hasta más allá de la cocina, hasta casi el balcón. Me arremangué y enjuagué sus camisas, sus pantalones, las medias, los calzoncillos, los estrujé y los extendí al sol. Se había ido, sí, pero volvería? Bajé al palier: "Señor, tiene hora?". "Las doce y cuarto, muchachito". "Gracias". Me crucé al antro de enfrente en batón y pantuflas, alguien lo podía haber visto, solía ir después del trabajo a jugar cartas y tomar con los amigos. Esperando que cambiara el semáforo: "Amor, volviste!". Comimos y nos acostamos. "Pensé que te habías ido", dije yo. Cruzó una pierna por sobre mi cintura y resopló. "Te pasa algo, amor? Por qué estás tan callado? Pasó algo en la oficina? No querés que hablemos?". A veces con sólo rozar la superficie de las cosas uno desentraña su verdad más profunda. "Amor, estás bien?" Pero nada, ni una palabra. "Ya te dije que si te vas no me voy a matar, era mentira eso, me parece que quedó demostrado con lo de anoche". Ni me miraba y seguía engullendo las masitas de naranja que le había horneado hacía más de dos días. "Están húmedas ésas, no las comas". En sus momentos de plenitud el silencio se volvía una voz. "Esteban, me querés decir qué te pasa, por favor? Te volviste a agarrar a las piñas con tu jefe?". La voz que nombra el silencio es un nombre y es un nombre de varón: Esteban. Lo que vimos aparecer y desaparecer ante nuestros ojos tenía, pero ya no sé, otro nombre distinto... Pero amor se le puede llamar a cualquier cosa, o no? Rebusco: silencio, silencio, más silencio. "Esteban, mi amor..." Silencio. No me habla, no va a trabajar; come, se baña, duerme. Nos cortaron el gas, la luz, el teléfono; todavía el agua no, agua parece que hay. Hay, sí. Me pregunto si es posible que nos corten el agua también. No estando solos al menos nos encontramos en la necesidad de dirigirnos la palabra, las palabras --es lo que dicen-- son como puentes que se tienden. Salí a buscarlo a Matías: "Negro, esta semana estoy complicado, yo después te llamo". Corté y caí rodando por la escalera, como un alud pero sin sonido. Y era posible, sí, tan posible como todo lo demás: acaban de notificarnos que mañana nos van a cortar el agua. Esteban: la voz que promueve y agota todo silencio posible. Uno no sabe si reírse o llamar a los bomberos, o a la policía, o al cura de la parroquia. "Esteban, decime una cosa, vos lo planeaste esto? Porque desde ya andá sabiendo que no te voy a dejar..." Esteban falleció la mañana del 30 de octubre; no hubo velorio, no hubo entierro, no se avisó a los familiares. Mientras agonizaba, mientras en silencio moría, lo miré fijo a los ojos y él medio como que sonrió. Sonó el teléfono y atendí: "Sí?" Y nada. "Diga! Si no responde, corto". Pero nada: silencio. "Voy a cortar... a la cuenta de tres... uno, dos..."
7. Quizás, tal vez. Había cerrado los ojos: "Amor, decime la verdad, vos me querés a mí?" Pero Esteban se habría ido --los dedos extrañamente rígidos, el ceño fruncido, la boca apenas entreabierta, como queriendo decir y no decir alguna cosa-- de no ser por mi súplica: "Mi amor, si te vas, me mato". Y lo dijo: que me quería, que no se iría nunca. Y sin embargo, se fue. Salió temprano, más temprano que de costumbre, pero a eso de las diez estaba de vuelta, cosa que me alarmó. Yo estaba tendiendo la ropa en el balcón, no lo había escuchado entrar. "No me voy", dijo con cara de malo, arrinconándome contra el lavarropas, "me quedo". Y yo: "Lo único que te pido es que si te vas me digas por qué". Pero no dijo más nada y se encerró en el baño. Después de un rato entreabrió la puerta apenas y se me quedó mirando fijo. "Mi amor, estás bien?". No respondió y volvió a cerrar la puerta. "Qué te pasa, amor? Te sentís mal? Te duele la pancita, comiste algo que te calló pesado?" Corrí a la cocina y preparé té. "Tomá un sorbito, amor", le decía yo desde el otro lado de la puerta, "haceme caso, te va a hacer bien". Le insistí hasta que accedió; abrió la puerta lo suficiente como para que pasaran su brazo y la taza de té sin chorrearse. "Te sentís mejor ahora? Esteban, contestame, por favor, decime qué te pasa". Y ahí lo supe: era ella. Como si hubiera leído mis pensamientos, volvió a abrir la puerta y estiró una mano que me pasó por los ojos, por las orejas, por las mejillas. "Está bien, amor, no me expliques nada, ahora tomá el té, que se te va a enfriar". Pero por dentro le pedía a Dios un milagro. "Quién es ella?", pregunté en voz alta. Y de la vergüenza corrí y me precipité escaleras abajo rezando un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria. El no había vuelto a cerrar la puerta, así que desde abajo lo escuché clarito: "Pero yo te quiero a vos!". Volví a subir arrepentido, medio rengueando, y la puerta se ve que se había cerrado con el viento, tanteé el picaporte y no estaba trabada. A la semana, me pareció mejor dejarlo salir a tomar aire, dejarlo solo unas horas. "Salí, Esteban, andá a dar una vuelta al parque". Eran las diez de la noche y todavía no había vuelto. Vista desde el balcón, la ciudad parecía un espejo roto. Venía tormenta. Entré, apagué todo y me dormí, cuando de repente la voz de un mocoso se me puso enfrente y, claro, me despertó: "Esteban, Esteban, Esteban!". Abrí bien grandes los ojos y no podía parar de llorar. Descalzo fui hasta la cocina y me preparé un té. A media noche, doce en punto, sonó el teléfono; no atendí. Pero a la una volvió a sonar, y eran las dos y seguía sonando. "Esteban, mi amor, te veo venir y te estás yendo..." Esteban acercó su boca a mi oído pero yo de un salto retrocedí: "No es así, vos no sabés con quién te metiste". Sin decir una sola palabra, metió algo de ropa en la valija que nos había regalado su madre para la luna de miel y ya se estaba yendo cuando yo: "No me voy a matar, sabés?", le grité; y bajaba cargado las escaleras mientras yo le seguía gritando. "Yo te quiero", pude escuchar que dijo al final. Pero fue inútil, ya había saltado.
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