Viernes, 7 de febrero de 2014 | Hoy
Por Javier Chiabrando
No hay lugar insignificante para comenzar una revolución. La liberación femenina comenzó en una peluquería, con dos aguerridas amas de casa hablando mal de sus maridos entre receta y receta. Al salir, peinadas como la Thatcher, cambiaron el mundo: se despeinaron, se pusieron minifaldas, practicaron sexo mirando a los ojos de sus hombres, y reclamaron y lograron el derecho a escalar socialmente, hasta ser presidentas y cosas del estilo.
La operación "Pacificación Entre los Argentinos, Llame Ya, Che" comenzó en una cola para comprar dólares. Qué mejor lugar para hermanarse en la desgracia. Allí no había ricos ni pobres, sino hombres y mujeres en cuyos ojos se leía la herencia del Rodrigazo, de la mano de Dios y de la constipación por empacho de dulce de leche. Así fue como un grupete de hombres a los que les importa el país comenzaron preguntando a cuánto estaba el dólar y terminaron organizando un encuentro (que algunos llaman cóctel) en la isla de la revista Caras en Brasil. La lista de invitados debía incluir mitad intelectuales y políticos de la derecha, mitad progres. Si todo salía bien, de allí brotaría una nueva generación de hombres del centro, ni muy muy, ni tan tan, ideales para mostrar en televisión incluso en horario de protección al menor.
Yo recibí la invitación a participar en forma de telegrama. Decía: "Se lo intima a participar del encuentro o cóctel "Pacificación Entre los Argentinos, Llame Ya, Che". Stop. De no asistir se le echará la culpa de todos los males, refucilos y palometas por venir. Stop. Los organizadores no se responsabilizan por accidentes de ascensor, gripes y contagio de ladillas. Stop y fuera". Como pedían discreción, llegué a la isla de Caras disfrazado de vendedor de vuvuzelas, previo paso por Mar del Plata y Punta del Este donde me hice unos buenos mangos vendiendo vuvuzelas con la cara del Papa (bendecidas por él on line), de Messi, y de Two Face, el malo de Batman. Pero acá Two Faces tenía mitad cara de Kicillof y la de Capitanich. De las vuvuzelas con la cara de Moreno no vendí ninguna; qué país exitista el nuestro.
Los muchachos progres me recibieron cantando La Internacional (no se sabían ni la mitad de la letra). En cambio, los muchachos de la derecha estaban sombríos, como si les hubieran privatizado las sonrisas. Era por solidaridad con Redrado, que había ido con la Luli pero a ella no la dejaron entrar por sufrir de ACTR (Aparición de Celulitis Tardía y Rebelde), según decretó el escáner que nos pasaban al llegar. Entendí todo al leer el cartel de bienvenida. Decía: "Se aceptan visitantes vestido con ropa informal pero no mujeres que no entren en la categoría de yeguas según lo reconoce la OMSY (Organización Mundial de la Salud y el Yegüerío)". Pobre Redado, para colmo de males a Lousteau lo dejaron entrar con la novia/actriz de esa semana, dicen que la número 125 desde que dejó el poder.
Alguien sugirió que, así como el guardapolvo blanco vuelve a todos los chicos iguales, tengan el color de piel que tengan, había que quedarse en sungas para sentirnos iguales, hombres comprometidos con el futuro del país. Lo hicimos con un poco de vergüenza, como amantes que se van a ver en bolas por primera vez. Fue una liberación, pero la verdad es que no nos sentimos iguales. Si vieran lo bien conservados que están los muchachos de la derecha: tostados y musculosos, como si hubieran comido buena comida, ido a buenos clubes y buenos peluqueros, toda la vida. Parecía que no habían laburado nunca, excepto hablar por teléfono y confabular en La Sociedad Rural. En cambio, los muchachos progres estábamos deteriorados. Y... demasiada revolución. Debe haber sido aquella frase atribuida a Lenin: "cuanto peor, mejor", que algunos siguieron al pie de la letra. Hasta el Che, siempre tan lindo, se veía cascoteado en los tatuajes de nuestros brazos.
Se dio inicio al protocolo pasando lista a los invitados. Primer problema: faltaba uno. Repasamos la lista varias veces y seguía faltando uno. Al fin se supo que por error de programación habían puesto a Binner en el listado de los progres y de los de derecha. Al corregir el error, una de las listas quedó desbalanceada, nunca se supo cuál. Así que yo sacrifiqué y pedí que me pusieran en las dos listas, y asunto resuelto. De paso pedí un comprobante. Nunca se sabe cuándo se necesitará un salvoconducto para pedir un crédito o ser aceptado en la mesa de Mirtha.
El encargado del cotillón era Macri. Globos y bonetes amarillos. Con los globos no hubo problemas, porque los animales de la isla están acostumbrados a ver tetas artificiales a cada rato, similares en tamaño y redondez. Pero cuando nos pusimos los bonetes, los pelícanos salieron a picotearnos las cabezas. Era una metáfora de la vacuidad del pensamiento contemporáneo, como si la naturaleza quisiera meterse dentro de nuestros cerebros para ver qué teníamos. Macri aportó la mascota del cóctel: un oso de papel mache apodado Privatizadinho, en homenaje, según dijo, a un jugador de fútbol de Brasil olvidado por los dirigentes. De pronto, el oso de papel mache se abrió en dos como torta de cumpleaños de Al Capone, pero en lugar de Marilyn apareció Miguel del Sel disfrazado de Carmen Miranda (eso sí, las frutas del sombrero eran de plástico; al precio que están las frutas de verdad en esta época...). Del Sel contó los mismos chistes de siempre, pero en portuñol; entre que no se entendían bien y estábamos borrachos, daban algo de gracia.
Así como habían escaneado a la Luly, a todos nos escaneaban cada ocho horas, incluso en los testículos. Un tanto inquieto pregunté por qué. Una mulatona mucama (que nunca había oído hablar de celulitis ni de ningún otro invitado griego, y que no aceptó hacerme un escaneo privado), a cambio de un beso, es decir yo le di cien dólares y ella a cambio me dio un beso, me contó que a los progres nos escaneaban los testículos y de paso nos mandaban una descarga eléctrica para aturdir a los espermatozoides; así, en caso de intercambio carnal en la isla, no procrearíamos, al menos en las inmediaciones. Ya bastante tenían con los zurdos locales como para tener que bancarse revoluciones extranjeras; cubana, porque es divertido y se baila, vaya y pase, pero argentina!
Las actividades eran variadas: había mesas donde los muchachos de la derecha hablaban y nosotros escuchábamos, y mesas donde nosotros escuchábamos y los muchachos de la derecha hablaban. Moyano (entró disfrazado de rey momo de scola de samba), les enderezaba los micrófonos y rellenaba los vasitos de agua. El blooper del cóctel fue que Ricardito y Cleto hablaron como si fueran invitados de derecha hasta que los asesores les avisaron que estaban ahí como representantes progres. Cambiaron de discurso con una naturalidad que De Niro envidiaría. Ricardito llegó a parafrasear a Fidel, diciendo: "la historia me absolverá", a lo que Cleto agregó en su estilo que ya hizo historia "la historia no me condenará".
Massa estuvo magnífico. Dijo: "no soy kirchnerista ni antikirchnerista, ni de derecha ni de izquierda, ni estatizador ni privatizador, ni de Boca ni de River, ni proamericano ni antiamericano, ni existencialista ni rusoformalista, ni carnívoro ni vegano, ni de Ford ni de Chevrolet, ni cola de león ni cabeza de ratón, ni de los Beatles ni de los Rolling, ni de Soda ni ricotero, ni froidiano ni lacaniano". A pesar de estar en bandos separados, no pude dejar de reconocer que esa es la claridad que el país necesita. Más claro, agua, ni con gas ni sin gas, ni fría ni helada, ni hervida ni congelada, ni insulsa ni saborizada.
Estaban los expresidentes, que contaron la compleja trama que implica ser el máximo dirigente del país. De la Rúa habló de las puertas de la casa de gobierno y de lo fácil que resulta perderse y aparecer en un armario. El Turco que lo Reparió habló de cantidad de camisas que entran en los placares. Rodríguez Saa dijo que si lo volvieran a elegir haría aprobar una ley para que los presidentes no duren dos días sino cuatro años. Duhalde se colgó un cartelito que decía: "único gobernador de la provincia de Buenos Aires que logró ser presidente". En la espalda alguien le había pegado otro papelito que decía: "Pero Banfield se fue al descenso y Néstor te hizo oleeeee".
El cóctel duró tres días. No nos pusimos de acuerdo en nada, excepto en que uno de los problemas de Argentina era que no había mulatonas como las que atendían las mesas. Por algo se empieza. Lástima que exista la ideología que nos separa, me dije en algún momento, mientras me rascaba los testículos quemados de tantos escaneos. Creo que a los progres nos daban ración extra de electricidad, y apostaban a que nunca más nos reprodujéramos para que el mundo se poblara de niñitos bien peinaditos y educaditos. No saben que los revolucionarios somos capaces de reproducirnos sin sexualidad alguna, de puro cabezones, nomás. Y que si es necesario, sabremos disfrazarnos, hablar y comportarnos como gente de derecha.
La actividad de cierre fue un ejercicio: sentarse a escuchar a los presidenciables sin tirarles tomates. Estuvo lindo, aunque por momentos era tan aburrido como una película iraní de cinco horas. Macri estuvo simpático. Contrariamente a lo que dicen, se le entendió muy bien, sobre todo "viva Boca" y "bububu", que es la frase que usa para jugar con la hija. Binner nos sometió a lo que alguien llamó política zen: media hora de puro silencio. Cerró el discurso con palabras premonitorias: "espero que les haya quedado claro! (así, con signos de admiración)". Lilita pronosticó un tsunami pero nadie le prestó atención porque total estábamos en sunga. Pino aprobaba como si cabeceara medio dormido. Creo que es una estrategia para sorprender en algún momento con ideas de la hostia.
Nos despedimos con abrazos, como hermanos que se van a pelear por la herencia en breve, y nos fuimos cada uno por su lado luego de revisar que nadie se hubiera quedado con la billetera del otro. Eso sí, nos abrazamos luego de sacarnos las sungas y ponernos ropas de hombres. A Redrado le regalé una vuvuzela de Moreno, y creo que le levanté el ánimo. Yo, fiel a mi espíritu revolucionario, de los que buscan un cambio cada media hora, antes de irme lancé al mar un pichón de palometa del Paraná que había llevado camuflado en un frasco de mermelada bajas calorías. En veinte años va a haber una invasión tal que a esa isla no van a poder entrar ni con un rompehielos.
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