Lun 10.02.2014
rosario

CONTRATAPA

PELAPAPAS

› Por Eugenio Previgliano y Corina Moscovich

Pasáme el pelapapas -le digo- así de mientras nos ponemos al día. Y acomodáte -le ruego después de un atropellado brindis con malbec- que quiero escucharte.

Dicho esto el tiempo decide fluir de otra manera y él habla, llevando este ritmo que sobresale destemplado, porque fluye de otra manera, y yo cocino, pelo, vuelco las papas en la olla de agua ya caliente. Asiento encantado los relatos odiseícos de mi futuro comensal a la vez que dudo sobre la capacidad de la olla y entonces, estirando el brazo, tomo otra cacerolita para que las papas entren cómodas.

Que al llegar al aeropuerto una niña rubia e ingenua intentó sorprenderlo, dice. Que él se dio cuenta, explica, porque en la mirada nebulosa de la niña pudo separar el celeste del cielo de su alma del gris oscuro de las nubes de sus intenciones, y yo sin embargo pico un pimiento, corto un puerro y vierto al aceite de la sartén caliente los vegetales fríos mientras dudo y veo, en la nube que apenas agrisa el blanco impoluto de los azulejos de mi cocina, algo de las promesas, o quizás de las intenciones de ésa niña. Le escucho esas cosas que él dice mientras busco en el estante de la alacena, separo, de a uno los frascos con etiquetas en distintos idiomas y a pesar de la sistematización de la tarea, de lo intuitivo de la búsqueda, a pesar de saber conocer y entender que lo que estoy buscando es, por ejemplo, un frasco de vidrio transpartente con una tapa roja y una etiqueta celeste, me detengo de vez en cuando porque algún frasco con etiqueta exótica me recuerda a un lugar, a una gente, a un sentir, y mi alma entiende que volcar ese perfume en los platos que estoy preparando sería obligarme a evocar ese momento mientras que a él, -me digo- le puede provocar toda una clase de reacciones desesperadas que yo ignoro y tal vez prefiera no conocer.

La fragmentación del sujeto es tal que incluso en el amor -sigue diciendo- cualquiera puede entretenerse en el goce en un lugar sórdido y oscuro -exagera- sin darse cuenta de su destino luminoso. "Realize", hacer real -dice preguntando- es que se dice en inglés ¿no? -anota como question tag.

Lo escucho sin fervor: mi espíritu va de las papas al condimento, manipulo ollas, cacerolas, sartenes, espumaderas, tenedores y fuego mientras él narra de a retazos algo que parece haberle impresionado el espíritu. Una nube de vapor diluye sin embargo sus palabras vanas, habla de otra gente, habla de sí, habla de sucesos que han sucedido y en un instante cualquiera veo la mesada en orden, los utensillos limpios, los trapos doblados y acomodados y en lo visto aparece la fuente, ya servida, lista, apetitosa: ¿Pimienta negra te va? -indago divertida- ¿O preferís sin? -La carne está y se vé a punto. ¿Serías tan amable de alcanzarme dos platos del estante que está justo detrás tuyo? le digo mientras él hace unas piruetas claras para alcanzar el estante y yo dispongo los últimos toques para la mesa.

-¿Y qué pasó que no viniste el lunes? -pregunto mientras acomodo las casi invisibles arrugas del mantel.

-No me lo vas a creer, dice. Me dije: "me fumo un faso y salgo" pero me quedé dormido antes de encenderlo y me desperté sentado en el sillón a las 3:15 AM. A la mañana siguiente, explica, vi el faso y el encendedor y me acordé de todo.

Coloco el tenedor y el cuchillo sin usar para él y dejo, mientras lo escucho, en suspenso mis cubiertos que todavía tengo en la mano; ya a punto de servir la cena "Gracias a Dios, pienso, que se quedó dormido. ¿Y si se cruzaba con Osvaldo?", me digo, pero le susurro una especie de brindis: -Por que en adelante no te quedes dormido.

El flaco ya está sentado a la mesa. No lo veo pero siento su mirada. Algo incómoda, acomodo las especias agrupadas en frasquitos de vidrio con tapa de corcho: pimienta colorada, estragón, orégano, curry. Estoy por pasarle un trapito húmedo al de ciboulette pero me detengo. Me doy vuelta, y aunque no sea sorpresa me sorprendo: me encuentro con una picante mirada.

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