Domingo, 23 de febrero de 2014 | Hoy
CONTRATAPA › FOTOGRAFIANDO LA ZONA
Por Adrián Abonizio
*Anastasio Somoza DeBayle (León, Nicaragua, 5 de diciembre de 1925 Asunción, Paraguay, 17 de septiembre de 1980) fue un militar, político, dictador y multimillonario nicaragüense. Fue presidente de Nicaragua entre 1967 a 1972, y de 1974 a 1979, manteniendo su poder autoritario y absolutista en el período intermedio bajo el cargo de Jefe Director de la Guardia Nacional.
Fue el último miembro de la dinastía Somocista, luego de su padre y hermano, que ejerció el poder dictatorial en Nicaragua desde 1934. Luego de renunciar a su cargo y partir al exilio, fue asesinado en Asunción, Paraguay. Su apodo era Tachito.
Es significativo lo que dicen los datos del extinto. Resalta el adjetivo de "millonario" luego de la palabra "dictador". Todo un símbolo gramatical de uno que siendo tacho mandó a la basura a miles de seres humanos.
*Saco el tacho!, grita la bella a su marido en camiseta que elige mirar la tele antes que las piernas de su esposa. Ella carga hasta la vereda con un tacho marrón de óxido repleto de basura para que los encargados se lo lleven. Se mira las manos y luego la luna. Una poética de hermosura, de abatimiento y de causas perdidas. Esto ocurre en el verano de 1959 en algún barrio donde algunas bellezas domésticas se preguntaban con rencor porque les había tocado esta vida y no la de las de las revistas.
*Tumbaban tachitos de conservas uno junto al otro con las gomeras, adiestrándose para la guerra contra los pájaros y los gatos maléficos. El Raúl siguió de adolescente la carrera militar, fiel a su gusto por las armas. Enrique se metió en la guerrilla. Sus punterías a la hora de matar, no eran tan certeras como cuando abatían tachitos. El primero se mató solo limpiando su arma que creyó descargada y el segundo no eligió disparar al pecho de un soldadito y por eso lo quemaron a cuetazos. Ambos descansan en el mismo cementerio.
*Siempre miró a a los taxis con convincente ternura, como integrantes benéficos de su familia. Es que, cuando se encontraban apretados, allá en su infancia, su padre se levantaba de la mesa y recitaba: -Bueno, voy a salir con el "tacho" a buscar la "diaria". Era un rebusque que le permitía el "patrón", un amigo dueño de la chapa. El intuía les daba alimento, seguridad y algunos paquetes de figuritas que su padre a la medianoche, tras el yugo extra, le solía dejar sobre su cama cuando él dormía. Indudablemente era aquel Siam di Tella un tacho mágico.
*Los tachos de pintura emanaban un perfume ríspido que a él se le ocurría proveniente de las montañas. Era firme, vagamente parecido a orín de zorro pero que a él le gustaba mucho. Luego estaba el tacho grande donde se hervía la cal pero estaba prohibido acercarse y luego los tachitos de conserva vacíos rojos con el dibujo de una dama con serpientes en la cabeza que le dijeron, "es la Medusa", lo que llenó de incógnitas. Todo venía en tachitos y tachos. El kerosene, el tomate, el óleo. Cuando empezaron aparecer los primeros de plástico, importados de Norteamérica, se impactó como todos. Se iniciaba otra era donde el peligro del óxido era reemplazado por el peligro de la contaminación. Pero a su edad, esa cosa de la ecología no se conocía. Y todo se volcaba al río.
*Las murgas se armaban fácilmente: un traje viejo, arpillera, un disfraz improvisado y listo. Lo que no podía faltar a modo de timbales, repiques, bombos gigantes, redoblantes eran los tachos, tachos miserables que los pibes aporreaban hasta sangrar los dedos y los oídos de los vecinos. Y en las mañanas, en lugar de los románticos antifaces de las películas o los pomos de carnaval, quedaban esparcidos por las esquinas esos tachos oxidados, saltados de pintura, abollados por la alegría de la pobreza.
*"Sacate el tacho de la cabeza", era el insulto más común dedicado a un delantero morfón, especialmente, los punteros que no avizoraban el centro goleador. Pero cuando mejoraban y esquivaban rivales o hacían un gol para el recuerdo, ese mismo tacho maldecido les crecía en la cabeza a modo de auto en venta, esperando a que los clubes grandes se los llevaran. Paradojas tacheriles.
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