Miércoles, 7 de mayo de 2014 | Hoy
Por Mariano Mañas
La escena es la siguiente: Comedor de un complejo deportivo, ciudad de Córdoba viernes por la noche al otro día fecha del torneo de fútbol donde participa el equipo en el que juego. Charlas triviales, ambiente distendido, en la mesa estamos algunos de los jugadores, el padre de uno de ellos que llevó a parte de la delegación y yo. En el comedor hay un TV prendido por allá, como si fuera uno más. Me sobresalto cuando uno de mis compañeros suelta un "hay que matarlos a todos", "si matás a unos cuantos los otros se van a dejar de joder". En ese momento caigo en que el TV estaba sintonizado en un noticiero o algo así, donde alguien hablaba de los linchamientos. Después, al rememorar el momento, estuve cavilando hasta que punto un TV prendido en un comedor te condiciona sobre qué temas hablar y en qué términos.
Estaba pensando en que era raro que este compañero de fútbol salga con un comentario así, que yo identificaba como un reclamo de clase media. Mi compañero labura vendiendo cosas en los colectivos, desconozco si alguna vez lo robaron a él o a algún familiar o conocido. Pensaba también que que sorpresa el que lo intentara robar se iría con un botín conformado por monedas, almanaques, estampitas y listado de recorridos del transporte público con números útiles en su dorso ideal para la cartera de la dama o el bolsillo del caballero.
Seguí comiendo mi milanesa y con la cabeza puesta en el partido del día siguiente, decidido a no intervenir, ya que en los términos que se estaba planteando los comentarios no dejaban algún espacio desde donde interrogar semejante afirmación encadenada a toda la colección de clichés Pro mano durísima moldeados mediáticamente. El que sí recogió el guante fue el padre de otro jugador devenido en chofer para la ocasión, pero de profesión miembro de la policía de Santa Fe, que comentó que para él había que modificar el código o las leyes porque los chicos de 12 o 13 años son los que roban o a los que mandan a robar, porque como son menores no van presos.
Mi paciencia es amplia pero no infinita y pedaleando despacio para que no se me salga la cadena pregunté si para ellos el problema de la violencia se soluciona con más violencia, si no se pusieron a pensar en como prevenirla.
Claro está que mis dos interlocutores cerraron filas rápidamente y repasaron la lista de lugares comunes.
Alguno de ellos que no recuerdo ahora cual me preguntó: para vos cual es la solución?
Comenté algo así como que la violencia no se soluciona con más violencia y algo vago sobre lo que yo entiendo por prevención y que un pibe de 12 o 13 años no tiene por que estar robando. Si eso pasó hay un montón de cosas antes que salieron mal, porque un pibe de esa edad tiene que estar en la escuela, o en la canchita del barrio jugando a la pelota.
Que no compartieran mis opiniones no fue lo que me sorprendió y tampoco era lo que buscaba, me parece. Sí me sorprendió lo que ocurrió después y es lo que me motivó a escribir esto: la intervención de otro compañero del equipo que después de pedir permiso para dar su opinión, y aclarando que era la de él y advirtiendo que se podía equivocar comentó que "los reformatorios y esas cosas no sirven para nada, si vos metés un guachín ahí seguro seguro que sale peor, cagado a trompadas y enojado".
"Suponte que vos de pibito te mandás alguna travesura --y juro que dijo travesura--, y en algún momento después que pagas te queres rescatar, poner las pilas, pegar un trabajo para tener tu plata, comprarte tus cosas y darle a tu vieja, donde te van a dar trabajo si en todos lados sale que estuviste preso".
No fue tanta la contundencia sin muchas vueltas de lo que dijo sino quién lo dijo o desde dónde lo decía.
Es el miembro del equipo de fútbol que menos conozco, viene de vez en cuando a las prácticas, cuando aparece nos alegramos todos porque sabemos que cuando desaparece es porque está en alguna granja o centro de tratamiento de adicciones, sospecho que más por la posibilidad de morfar todos los días que la de tratar un problema de salud. Aclarando que era lo que a él le parecía y que se podía equivocar porque no había terminado la escuela, continuó hablando de cómo te arruinan los reformatorios. Yo sabía que había pasado por uno con marcas profundas en el cuerpo y en su destino. Siguió contando algunas cosas de su vida sin dar muchos detalles, omitió las referencias escabrosas y puso el acento en las dificultades familiares por no encontrar trabajo. De hablar poco esa noche le alcanzó con un manojo de comentarios para imantar nuestra atención, todos lo escuchábamos, nadie lo interrumpió, ni el compañero que había justificado los linchamientos ni el policía que a esta altura hasta le daba la razón en varios puntos probablemente con la sensación de que era el único que sabía de lo que hablaba.
Por mi parte, con la certeza constatada una vez más que estaba escuchando a una víctima.
La cena dejó lugar al postre, la charla derivó en otra bastante más trivial y el TV siguió con su programación, donde todos parecía que sabían qué había que hacer, aunque por lo menos en nuestra mesa nadie le prestaba atención.
Pensaba entonces como hay gente hablada por un tipo de realidad que tiene que ver con lo vivido y otra gente que es, o somos, hablados por una realidad mediatizada.
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