Martes, 3 de junio de 2014 | Hoy
Por Hernando Quagliardi
In memoriam, Alberto Carlos Vila Ortiz.
"Todos se van muriendo y cuando se muera el último ya no quedarán memorias" escribiste, pero la memoria te pertenece solo de una manera muy literaria.
Los bárbaros fundaron esta ciudad. Hay que vivir con eso o inventarse una manera de salir a la busca, de ganarles las calles por lo alto, de pintarles un río y una pampa, un paraguas y un puerto proletario, aceptarle los billares a los bares, los plagios a los barrios. Y no desencantarse en la mitad del recorrido como si a la ciudad "le hubiera faltado algo y eso la desconcertara" o "como si hubiera sido y empezara a no ser".
Cachilo escribía paredes para que editaras unas páginas con la que se abrigaba del frío por las noches. Ahora hay quien nos encaja una novela reivindicando el arte callejero.
Alargar la noche es otra estrategia. Escuchar lo que viene de la noche: el jazz, sus máscaras, intentando hacerse eterno. Ahí estamos, no acá, no mañana en la oficina. A lo sumo le prestamos el lóbulo frontal al día, el cuerpo.
Me hubiera gustado escribir:
Vi a Marlowe salir del pasaje Pam. Me pareció más viejo, el traje gris arrugado, la corbata negra finita con el nudo flojo, el sombrero a lunares como cagado por las moscas. Tenía razón Chandler, se parecía mucho a Cary Grant. Lo seguí a prudente distancia, por San Martín arriba hasta Montevideo. Entró al café de la esquina. Me abrí paso por las mesas de ajedrez entre una multitud de viejos con gorra y mirada perdida. Se había sentado cerca del mostrador y puesto una bala en la casilla del rey negro.
Sacudirse la modorra y alargar la noche. Esos poetas salvajes se duermen sobre manteles manchados de vino. Ellos ven venir lo que se viene, se malogran, se destierran. Sus destinos se acercan peligrosamente a una luz lechosa sobre el frío acero.
Marlowe me hace una seña. Son las diez de la mañana. Me siento. Estira el brazo para indicarme que juegue. Muevo Peón Cuatro Rey porque cualquiera sabe abrir con esa jugada.
El no va a venir. El poeta no va a venir. Una vez le saqué de encima unos tipos duros. Usted de qué lado está? me inquiere con sus ojos tristes.
Crear un linaje o abandonarlo? Quién ha vivido correctamente? Los decálogos de la ciencia nunca son del todo sinceros. Se puede hacer el bien y caer en el barro, ganarse el pan como sea o andar sin pan, sin antecedentes, sin abolengo. Hacer como si nada.
Tengo un susto mayúsculo, como si me hallara ante un dios. Balbuceo unas excusas, desinteresándome por los motivos del episodio que se darán por sobrentendidos. El poema es igual pienso la lectura enciende una pequeña luz, pero el enigma queda a salvo.
Marlowe juega peón Tres Rey.
Es lo que hubiera hecho Capablanca le oigo decir.
De tanto no escribir se han entreverado los papeles. Algunos se han perdido, o se simulan perdidos para aludirlos y nunca completarlos. "Borges en Pichincha". Más allá de la táctica, la obra está detrás y nos acecha y nos persigue y a lo mejor nos justifica.
Un mozo trae un café que no he pedido.
A mi manera yo lo protegía me atrevo a decirle. Conozco el recorrido de las librerías, el dinero que le faltaba, la mano de pródigo, la vasta generosidad que me inhibía. Una vez fui a la Biblioteca Argentina. Presentaba uno de esos centones que no van más allá del primer número. Nos miramos un instante. Creo que intentaba descubrir entre los muchos rostros que venían a su mente, quién era el tipo un poco ridículo parado entre las butacas con un sombrero en la mano.
Usted llevaba un sombrero? Vaya tipo se ríe Marlowe.
Después conversé unas palabras con el editor. Le dije que tenía un material de la época de "El Grillo de Papel". Otra vez lo oí recitar un poema largo y ancho como el universo entero, una utopía. Lucía enfermo, pobre, un aristócrata venido a menos. Le brillaban los ojos. Me pareció que sus colegas apenas lo toleraban.
Marlowe enciende un Camel.
Usted no sabe nada. Le toca jugar.
Benjamin lo sabía mejor que nadie: la supervivencia encontrada en los fragmentos. Detectar la parte, los deshechos. Y ser un "trapero" de la historia o un coleccionista. Alcanzará con eso?
Mejor será asumir que existe el hueco, el vacío, lo que no se puede expresar con palabras, lo que no miden las estadísticas. Un discurso apagado, silenciado, que es parte de un simulacro. Simular que no existe. También el diablo dice que no existe y aprovecha que dios no se involucra. Entonces estamos solos, acompañados por la ausencia y predicamos en el desierto, en los bares desiertos, en la radio a la hora en que todos duermen y nadie escucha. Tragados por el bostezo oscuro del burgués adocenado que nos mira desde su torre, con lástima, como si fuese mejor no habernos encontrado.
Dudo en mover el peón de la Dama, toco la pieza y creo que debo jugar.
-Lo peor que podría hacerle es un homenaje. Eso sería blando y falso. Si va a hacer algo así le saco las ganas de seguir escribiendo.
El poema testimonia la falta, los equívocos, los desencuentros. Nosotros aportamos la nostalgia. Pero no nos justifiquemos. Solamente escribir borracho y enamorado. En el otoño inalienable del caserón de Fisherton, con el aire tremolando los pinos, el ruido de las hojas secas sobre la que se estiran las patas de un gato y la música del "mono" Villegas roncando con ruido a púa. Ese búho en lo alto del árbol entintado, es la Olivetti aporreando el poema.
-Yo no creo en la inmortalidad personal, ni en la supervivencia de las cosas ni en dios- continúa diciendo Marlowe.
Entonces en qué cree? le pregunto.
-En una época leí a Freud, pero ya no me acuerdo.
Se escribe para olvidar la vida, decía Pessoa, aunque leer es soñar con otro. Si de algo sirviera este encuentro desigual, porque diferentes planos nos enmarcan, será para confirmar la fe en esas señales lanzadas desde el abismo, a tientas, esperando que alguien tome la posta, haga contacto, cambie nuestro mundo real.
Apostar a la memoria y que nadie se muera entonces.
Marlowe está demasiado cansado como para seguir jugando. Desarma el tablero y guarda las piezas en la caja de madera sucia. Es una señal inequívoca de que la entrevista toca a su fin.
Siento un raro alivio, cierta resignación. Pienso en decirle que no le diría adiós, pero esas son sus fórmulas, sus palabras y al cabo no creo haberlo decepcionado tanto.
Salimos a la lluvia de una mañana de mayo. Me pongo a silbar una melodía de Jack Sheldon. Marlowe vuelve a hablar retomando el hilo de mis pensamientos:
-Cualquier hombre que trata de ser honesto pasa por un sentimental o directamente por un idiota, dice y enciende otro cigarrillo.
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