Miércoles, 4 de junio de 2014 | Hoy
Por Gabriela Gervasoni
No era un buen día. El broncoespasmo de Yery la tuvo en vela toda la noche. Compartir la camita con su hija la había contracturado tanto que su espalda crujía con cada mínimo movimiento. Un sol pálido comenzó a sacudirla apenas logró dormirse. Eran las nueve.
-Mamá, la leche -reclamó el hijo menor.
Sonándose la nariz y pensando a dónde habría pasado la noche su marido, preparó una mamadera y una taza con leche. Desde afuera sólo llegaba el ladrido de los perros. Mientras sus hijos desayunaban tomó unos mates y siguió intentando comunicarse con Daniel.
Donde estas la yeri tiene fiebre vení
Volvió a tocar la frente de su hija con los labios y la sintió ardiente, temblorosa. Sin dejar de acariciarla, casi mecánicamente, oprimió la tecla verde del teléfono. El celular al que usted llama se encuentra apagado o fuera del área de cobertura.
Por el silencio que había a su alrededor imaginó que las vecinas de al lado dormían y que su madre ya había abandonado la casilla de adelante para ir a trabajar.
A las diez Yery seguía en la cama, humedeciendo las sábanas de Hello Kitty. Entrecerraba los ojos brillantes de fiebre. Al lado de su hermana, Tobías se volvió a dormir apretando la toallita celeste que siempre llevaba en la mano. La nena jugaba, en silencio, a identificar las imágenes que la humedad había dibujado en las paredes. Una nube, un gato, una muñeca dormida, un príncipe azul.
El celular al que usted llama se encuentra apagado o fuera del área de cobertura.
En ese instante añora cuando podía mandar todo a la mierda, cuando por lo menos era dueña de pegarse un saque y despertar un día después limpia de recuerdos.
Por el ventiluz roto del baño se filtraba tierra y viento frío. Decidió reemplazar el vidrio roto con una bolsa de plástico bastante resistente que encontró. Después fue hasta la ventana de la cocina para comprobar si había alguien en la casilla de su madre. El perro en la puerta, dormido, era señal de que estaba solo y esperaba comida (o caricias). Ella sigue con la mirada a una mujer y tres chicos que cirujean. Esa imagen, que la arrastra al mendigar diario al que la obligaba su padre, es mucho más tierna que cualquier escena de su realidad. Los chicos y la mujer van todos de la mano, y se ríen.
Yery todavía estaba afiebrada pero dormía serenamente. No sabe si eso es bueno o malo, y si convulsiona? Vuelve a poner la pava en el fuego, toma dos mates y de reojo controla la hora y la puerta de calle. Ya no le queda Multin ni antibiótico.
El celular al que usted llama se encuentra apagado o fuera del área de cobertura.
La mujer abrigó a los chicos, buscó plata; cerró la garrafa. Antes de salir rompió la notita escrita en mayúsculas y letra de imprenta.
Habían recorrido sólo seis cuadras cuando aparecieron, de sorpresa, cortando la avenida. No pudo escurrirse de la camioneta de Gendarmería ni de los inspectores de Tránsito.
-Estacione la moto acá al costado -le dijeron y obedeció.
Los bajó con cuidado y ninguno de los chicos habló. Ella hizo upa a la nena y con la mano libre agarró a Tobías. Se sentaron sobre el cordón de la vereda a esperar. A seguir esperando.
(Dedicado a todas las mujeres que no se rinden)
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