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Martes, 24 de junio de 2014

CONTRATAPA

Otras caídas

 Por Juan José Bereciartúa

Con recurrencia, en casa comienza a escasear el lugar para los libros que llegan. Entonces empezamos con mi mujer: qué muebles desplazamos, cuántas tablas agregamos a las estanterías, qué cosas tiramos, cuáles se salvan. Comienzo a abrir cajas para revisar mis viejos papeles. Preparo una bolsa de plástico, mi decisión es irrevocable, no todo puede subsistir. Me encuentro con páginas entrañables, imposibles de olvidar. De algunos textos evoco el momento en que decidí guardarlos. En otros me reencuentro con autores que no recordaba haber conservado. Sigo mirando, el olor de los años sobre el papel me conmueve. Luego de un rato, sospecho que al final no tiraremos nada.

Aparece una caja que contiene recortes de diarios. En el frente, un cartel escrito a mano, presuntuoso: "página/12, importantes". Semejante prevención me hace pensar, acá no hay nada inservible, mejor sigo con otra caja. No, no sigo, no resisto la tentación, la desato y la abro. Hojas sueltas de diario, amarillentas, dobladas en grupos por autor. Desdoblo el primer atado. Leo: "Página/12, Contratapa, Osvaldo Soriano".

El inolvidable Osvaldo rememora un viaje en moto con su padre a ver los pozos de petróleo de YPF en Plaza Huincul. "Ahora que el petróleo ya no es nuestro...", comienza. Instintivamente bajo la vista hacia el final de la hoja: Domingo 9 de octubre de 1992. Ah, Menem, pienso, vendió hasta la intemperie. Sigo leyendo, Osvaldo me maravilla con su maestría literaria, me ubica en el viaje, otoño del '62, derrocha ternura, habla del paisaje patagónico, también del histórico mal humor de su padre. Un poco más abajo leo, ..."(mi padre) anda de buen carácter porque el joven Frondizi anunció hace tiempo que 'hemos ganado la batalla del petróleo'". Luego discurre por los avatares de esta especie de huida a ninguna parte, padre e hijo, cada uno en su moto, lidiando con los caminos de arena de Neuquén. Van en busca de las torres de petróleo.

Torres de petróleo. La única que he visto en tantos recorridos por la Patagonia, divide en dos la ruta 151 en la entrada de Catriel, Río Negro. El armatoste sólo es un adorno burdo en la rotonda, tal vez sólo sirva para recordar el nombre de ese pueblo, allí, alto, erguido, carnavalescamente pintado de blanco. Ni en Neuquén ni en ninguna zona petrolífera se ven más torres, ahora sólo hay lo que llaman chimangos, estructuras bajas con una especie de brazo articulado que sube y baja pesadamente sobre la tierra. Al verlos siempre pienso lo mismo, un ladrón arrodillándose a rezar mientras roba, una espada que sube y cuando baja, clava la tierra para desinflarla, vaciarla.

El padre de Osvaldo "pilotea que es un desastre". Inevitablemente en ese viaje, e inevitablemente para ese relato, después de un zigzagueo, don Soriano se desbarranca por una zanja de cardos y flores rastreras. Osvaldo frena y vuelve a buscarlo. "A lo lejos diviso las primeras torres de YPF, que para mi padre son como suyas porque todo fluye de esta tierra..."

La pequeña epopeya que cuenta uno de nuestros mejores escritores me lleva a dos tiempos argentinos diferentes, pero con similitudes. Uno por el '72 y mi Fiat 600. En la luneta había pegado con orgullo una oblea de unos veinte centímetros de diámetro. Ocupaba una gran parte del vidrio, me dificultaba la visión hacia atrás, pero el espejito me devolvía sus colores en cada mirada. Predominaba el naranja, circundado por un fino borde celeste y blanco. Difuminado, pero nítido en su iconicidad, la fina estampa de Gardel sonreía sobre el mensaje publicitario: "Si no cargo YPF Carlitos llora". Una genialidad de la comunicación de la época. Y esa calcomanía, ese recuerdo imborrable, esa fidelidad todavía hoy me impiden usar otra marca de combustible. Parece ridículo, tal vez lo sea, pero más lo fue cuando Repsol se nos coló por la ventana, nos confundió los colores, y yo lo mismo seguía con mi lealtad intacta. Me ha pasado durante el menemismo, entrar en una estación YPF y, al pagar, acordarme de la madre del rey de España.

El segundo tiempo es el actual. El gobierno nacional logró emocionarme hasta las lágrimas cuando volvió a estatizar nuestra petrolera. Leí y escuché también a los grandes medios, en este país no hay seguridad jurídica, con qué les vamos a pagar a Repsol, eso no se hace con el primer mundo. En nuestros últimos viajes, con mi mujer, cada vez que nos cruzamos con un camión de YPF, lo saludamos con un: chau Galuccio, seguí manejando así. Y luego nos reímos, a carcajadas, inevitablemente. Esta ceremonia pseudo nacionalista que termina en festejo, viene, en el fondo, de una satisfacción: Carlitos ya no llora (tanto).

En este segundo tiempo, recorriendo Neuquén, he pensado mucho en Galuccio, pero por otras razones. He pasado por la zona de Vaca Muerta. Me hablan de situaciones casi inverosímiles. Dos ciudades para quince mil habitantes cada una, que se construirán en la zona desde cero, como se dice. Escucho decir de la historia, que cambiará la historia de Neuquén. Veo el primer cambio, no hay pueblo de la cuenca petrolera que no tenga varios casinos: chimangos vaciando los bolsillos de los trabajadores.

Sigo leyendo la contratapa de Osvaldo. Admira el fanatismo de su padre, o mejor dicho, la conciencia de esa época, década del sesenta, sobre todo la conciencia del empleado público: todo era nuestro, había que cuidarlo, había que defenderlo. Creo que hoy no suceden estos patriotismos (qué palabra). Vuelvo a Neuquén. Dicen que gran parte de la provincia (y aún gran parte de Mendoza) navega sobre mares de petróleo. El problema es que queda lejos, muy lejos, muy abajo. No importa, nos adherimos al fracking. Pero el medio ambiente? Y el futuro? No importa, la cosa es ahora, el autoabastecimiento que prometió Frondizi está al alcance de los tanques. Y quién va a traer la tecnología que domine al fracking. Quién si no Chevron, la mejor. Pero tuvo problemas en Ecuador. No importa, esto es Argentina. Es éste un recurso nuevo, en aumento, hay que aprovecharlo, dicen. Vamos, pienso, aprovechemos, que sufran los que vendrán, la tierra vaciada, algún terremoto, agua salada, no estaremos para verlo. Parece un último manotazo de ahogado para autoabastecernos. Casi nadie se opone, menos los que tenemos auto.

Llego al final de la lectura, disfruto, me reconforta la ternura de Osvaldo: "Quisiera que me explicara (mi viejo) qué carajo hacíamos los dos en un camino de Neuquén rumbo a las torres de YPF, mientras en el transistor se apagaba la voz de Julio Sosa y el locutor anunciaba que Frondizi había sido depuesto por comunista y vendepatria".

Termino de leer y doblo la hoja amarillenta del diario. Queda hacia arriba el título de la nota del entrañable Osvaldo Soriano: "Algunas Caídas". Queda también expuesto el nombre del director del diario de entonces: Jorge Lanata. Recuerdo el año, 1992. Cuánto tiempo es necesario para cambiarse de camiseta. Cuánto para volver a caerse.

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