CONTRATAPA
› Por María del Carmen Marini
En tiempos de mi abuela, si una chica "había puesto los ojos" en un caballero esquivo, podía apelar a alguna estrategia. Por ejemplo, que se cayera al pañuelo perfumado, o el fino guante de gamuza, al pasar distraída, con la mirada perdida, frente al joven en cuestión. También cabía el grácil desmayo, que he visto en películas de época, pero convengamos: esa era una apuesta mucho más fuerte, y había que tener dotes de actriz para intentarlo.
En cuanto a los avances de los varones de la especie, han variado sus estilos, y solo quedan resabios de los modos avasallantes de conquista. Una amiga relató, que viajando con su hija por Oriente, en Egipto contrataron a un taxista para un día de excursión. Y que cuando concluyó el paseo el taxista se declaró enamorado de la hija y le planteó cambiársela por un camello. Como ella se mostró sorprendida y consternada, aumentó la oferta: Dos? Tres camellos? Siguió insistiendo hasta convencerse de que no habría trato. Alguien acotó: "Qué vas a hacer con tres camellos en Funes. Te arruinan todo el pastito?".
Pero ésta es una modalidad de conquista, que al menos a nosotros, suena extravagante.
Entre esos tiempos de mi abuela y éstos, sin duda hay cambios. Tomé la medida leyendo el libro El cansancio de las pasiones, de mi colega Bettina Calvi, y me espantó la magnitud del miedo al compromiso, propio de los "amores líquidos" que allí se describen, como me sobresaltan algunos relatos de consultantes agobiadas por las penas del desamor. Es más, agobiadas por la dificultad de establecer algo parecido a una relación, la cual después puede devenir en dicho desamor. Hasta el desamor es preferible a la nada misma.
Recordaba, en relación a esto de los amores, que Eugenia de Montijo tuvo en claro qué responder cuando Bonaparte II le preguntó: "-Cuál es el camino para llegar a su corazón?"
Dijo: "-El camino es uno sólo y pasando por la Vicaría". La Vicaría era el lugar en el que se asentaban las bodas, antes de la existencia del Registro Civil. Convengamos que según las estadísticas, ahora también el Registro Civil está en desuso.
Y es que en tiempos de Eugenia, para jóvenes como ella, no se conocía (ni se concebía) otra manera de llegar a la relación amorosa que no fuera a través de los más rigurosos votos matrimoniales.
La última noticia que tuve respecto del tema de los amores en la actualidad fue desoladora. Una joven, después de varias salidas con un chico que parecía muy interesado en ella, decidió tomar el toro por las astas. Le preguntó si tenía intenciones de que siguieran viéndose y cómo. Parecía que ella debía entrar en el "casting", según la desafortunada pero ilustrativa expresión dicha con toda naturalidad. Fue esa naturalidad lo que me resultó más sorprendente del relato.
Entre aquella respuesta contundente de Eugenia de Montijo, planteando sus condiciones indeclinables y la mansa aceptación de la joven de la anécdota que se somete a entrar en el casting en la esperanza de ser elegida, qué conceptos y afectos se juegan y se jugaron?
Qué valoración de sí implica plantear condiciones y qué consecuencias puede tener el sostenerlas o el declinarlas en relación a la propia autoestima (que algún vínculo tiene con el narcisismo) pero también con el lugar asignado ante el otro en el juego amoroso en que se miden magnitudes de afecto y de poder.
Pero también escuchamos cuestiones referidas a chicas frescas, inteligentes y valientes que se animan, con diferente resultado, a tomar iniciativas con sinceridad, cuando las inquieta algún encuentro. Digo resultado incierto porque puede suceder que el interpelado huya despavorido o puede que acepte y valore la franqueza y la retribuya. La última audaz que escuché, planteo las cosas así: "Necesitaba saber lo que le pasaba, y le dije: No puedo ser más tu amiga porque me gustás. Quiero ser algo más". Y como cuando ella se acercó a darle un beso, fue correspondida, ya supo lo que necesitaba saber, y así se quedó lo más tranquila.
A veces pienso que pareciera que van quedando en el desván de las cosas viejas aquellos modos de acercamiento, éste y otros equivalentes, en que era importante conectarse con otro. En mi experiencia, la de mi generación, sucedía que después de conocer a alguien, te pidiera el número de teléfono. Eso marcaba la esperanza y la posibilidad de reencuentro.
Y cuánto de eso ya no va? Venía pensando en esto, y en otras cosas, cuando el domingo, en el cine El Cairo, tropecé y caí estrepitosamente. Nada que ver con los desmayos elegantes de los que les hablaba. Me desparramé en el piso, maldiciendo como un camionero de Moyano, mejor: como Mirta Legrand la vez que se deschavetó. En eso estaba cuando un caballero alto, delgado y canoso me levantó amablemente, y me preguntó si me había lastimado. Le dije que solo el amor propio, por el ridículo. Entonces inició una conversación. Me contó que los domingos eran muy tristes para él, que se sentía melancólico, que era viudo y se encontraba solo. Entonces preguntó: "Y usted?". Me apresuré a decirle que no. Y cuando preguntó por qué no estaba allí mi compañero, le respondí que él se había quedado en el taller, terminando un carrito de madera, el Leonardo Da Vinci (hasta nombre tiene), que serviría para acarrear cosas desde el fondo a la casa. Pero que tenía que encontrarme con una amiga. Entonces, rápido como el rayo propuso: Y me la puede presentar? Le aseguré que sí, y cuando llegó mi amiga, charlamos, compartimos el rato y se obró el milagro: Se intercambiaron los números de teléfono! Y ojo!, no el del celular, sino el del teléfono fijo.
Me quedé encantada. En tiempos de deleznable amor líquido, había podido quién sabe? hacer de Cupido, entre mi amiga y el señor amable.
Algunas otras amigas que conocieron el hecho se admiraron y me pidieron que esté atenta, por si aparece alguien que les interese. En ese caso, me avisarán para que me tire al suelo.
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