Jueves, 16 de octubre de 2014 | Hoy
Por Luisina Bourband
Señoras y señores, desde ya les prevengo que este escrito no tratará el piropo de los hombres hacia las mujeres, sino exactamente lo contrario.
Sobre este tema hemos tenido exposiciones de diversos grupos, igualitarios, feministas, antipatriarcalistas, antimachistas, y demás, a raíz de la torpe declaración de un hombre público desgraciadamente presidenciable, de la élite gobernante unitaria de este país.
Este es uno de los temas tangenciales que ha dejado el mundial, aunque ahora parezca tan lejano. Dirán "un tema femenino", como lo dijeron durante todo un mes sobre elogiar lo churros que son los iraníes, preguntar sobre el diseño de las camisetas, o si Mascherano está casado, en el medio de la tensión del partido.
Este escrito es su efecto y parte de la conversación surgida en una reunión amigable con gente querida durante los días que se jugó el Mundial. Mis amigas, simpatizantes de causas feministas, dicen en este diálogo: "¡Qué bueno que está Lavezzi, me lo como de a pedacitos!", o "Si lo agarro le hago de todo", y demás declamaciones desbocadas que no son pertinentes de reproducir en un medio masivo de comunicación. No es necesario haber tenido una reunión para escuchar esto, ni tener amigas feministas. El Facebook se inundó por aquellos días de fotos del agraciado torso tatuado del muchacho, adornadas de frases procaces y coronadas por las decenas de comentarios de mujeres que prometían desde sexo loco a amor incondicional, con todas sus variantes. En esa reunión bromee: "Cuidado que las van a denunciar en INADI, por cosificar al varón", provocando la risa de algunas de las participantes, no de todas, por tomar una institución seria y moderna como palanca para lo cómico.
Eso tuvo sentido en tanto trajo lo que contestó una voz que venía de esa masa de mujeres, unificada en una sola risa: "Ahora nos toca doscientos años a nosotras". Risas y más risas. ¿Querés más café?, ¿Un alfajor?
Ya se sabe que el chiste vehiculiza lo imposible de decir bajo un modo tolerable.
No se preocupe el lector, no iré por la tangente esperada. No diré que lo que está dicho allí es que el pedido de igualdad esconde la lucha por el poder, para que alguno siempre termine venciendo.
Me parece mucho más destacable lo que está dicho sin decir, sin saber.
Que es absolutamente necesario objetalizar al partenaire para poder acceder a él sexualmente. Esto trasciende las intenciones moralistas o las motivaciones ideológicas, que a veces se confunden; las bienintencionadas maniobras para purificar un lenguaje, o la necedad de los intentos de censura que nunca faltan, en ningún momento histórico.
Pochito, cucurucho, papito, bombonazo y demás epítetos lo acercan, y al mismo tiempo lo desconocen. Lo vuelven material para la fantasía, lo recubren con un no querer saber nada de él, justamente para poder abordarlo, al menos virtualmente.
Queridas mujeres, a las que les gusta tanto la igualdad: les pasa lo mismo que a los varones. No pueden evitar cosificar, llevar al nivel de objeto al hombre, para volverlo apetecible, y en ese ademán, mostrar la diferencia sexual. Y para nosotras, entonces, también corre la diferencia entre piropear y abusar. Y no estoy diciendo que esto sea un gesto femenino, sino planteando lo que no podemos reconocer de nuestros actos, en su núcleo menos digerible.
El piropo es un acto, que camina por la cornisa de la ambigüedad, entre la impotencia y el deseo. El piropo es lo que hombres y mujeres tienen, con lo que cuentan. Burdamente, a veces, aleja. Poéticamente otras, propicia un posible encuentro. Palabras. Con eso contamos todos. Censurarlas, querer domesticarlas, y volver el acto de lenguaje una comunicación armoniosa, neutral, aséptica, simplemente imposible. Hay cosas que no se dicen bien, a veces la palabra es áspera. Por lo tanto nuestro ídolo futbolístico también puede enojarse, o molestarse, tiene todo el derecho. ¿O a eso no lo pensaron? Ah, cierto que considerar semejante cosa raramente frene a alguien.
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