Miércoles, 5 de noviembre de 2014 | Hoy
Por Homs
Salve, consumidor de sangre, que sales de la casa de la mortaldad: no maté las bestias propiedad del dios,
Salve, consumidor de entrañas...
El libro de los muertos
alma es un istmo que se pasa a pie.
Cordero del Señor alimentado a corticoides.
Refucilos, setenta y siete años antes, caen sobre ciruelos que supuran el bordó de sus frutos.
Una cosa que se evade.
Excoriación.
Ampollas de aguas agrias.
La enfermedad dentro de la materia coagula con saña.
Así es. Y así será. Lleva la muerte inscripta al reverso de su faz dictaminan tanto religión como ciencia.
Atravesando el mismísimo infierno, envuelta en los caños de una sonda como único vestido, la nena va.
Un final enfurecido, mieloma mediante, hace estragos en su cuerpo.
Un magma con talidomida exacerbado.
Se muere la nena. Un cáncer la devasta.
Cristo, desde la cabecera de la cama, vierte sobre las escaras alquitrán.
Jacintos amarillos contrarrestan el flujo de tanta pestilencia.
Sus efluvios le dan batalla a la infamia.
hálito vejado
de su vagina, por la que fue mujer, sintió placer y le nacieron hijos, una sonda le colgó hasta después de su muerte.
Harpías sulfurosas se ensañaron con su sangre.
Después y mañana son el hedor de tanto remedio, fantasmas vacíos en las sábanas sucias de la camatrampa.
Soliloquio de fármaco: soy agente concebido para quemar. El sostén del credo y no un elemento de prevención.
En un año viejo yéndose la muerte avisó a las puertas de la cocina:
Estas puntas que nacen del piso son parte del milagro.
Multiplicación de males. Mecánica accidental a merced de mi antojo.
Alemites y páncreas.
Valvular todo.
¿cuántos glóbulos blancos tolera el plasma?
¿cuántos glóbulos negros el alma?
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