Domingo, 23 de noviembre de 2014 | Hoy
Por Hernando Quagliardi
Siempre le rondó la idea de irse en un barco, siempre vio las cosas del otro lado. Jugar-lo-que-se-dice-jugar es un asunto serio y el arte también lo es, a pesar del malentendido. Niño solo en casa grande con mujeres cerca que le sacaban los libros para que entrara un poco el sol. Era un caracol gigante de manos inmensas, mirando desde su gran altura, la que bien pudo ser objeto de burla en un país de pigmeos. Entonces irse, después de haber andado por dentro y haber leído tanto.
Yo también inventaba juegos con los que dialogar el desamparo y escribía, plagiando un poco, versos románticos y dramáticos. Eso sí, me faltó confianza, valentía para irme, fe para jugarme. Todo eso que a él le sobraba.
Mi plan ahora es trabajoso, comenzó el día en que me saqué el traje y la corbata de los "famas". Maduré lo bastante como para cambiar todas las razones y convertirlas en pura intuición, en irracionalismo avant la lettre. Sin embargo, cuarenta años de educación capitalista y occidental no pasan en vano. El Endimión interior se ríe de mis planes. "Hacés como si fueras libre -reclama- pero ya vas a ver cuando..."
El temor al "cuándo" y al "cómo" es más fuerte que el miedo al ridículo, al que voy superando por etapas, como lo prueban este sombrero y este viejo piloto. Y mejor no digo nada de la pipa, no vaya a ser que me la confisquen en el mismo momento de subir al barco (cuestión de liberar el ambiente de humo, como todo el mundo sabe y acepta.)
No voy a pretender París así de entrada. La gente hoy viaja mucho y está sola, y saca a crédito el próximo periplo, cada vez más exótico. Sin embargo sabemos que ese no es el "Viaje". Además, los barcos que salen del puerto de Rosario no tienen tanto recorrido. Imposible arribar a Barcelona y comprobar si me acuerdo de los colores y las formas del parque Güell. A lo sumo tocaré tierra acá no más, en Victoria o Ramallo. En fin, que a esta etapa debería saltarla, no sé muy bien para qué estoy preparando la maleta.
Igual que una máquina del tiempo, conocer el destino de antemano, es una gran ventaja. El otro Julio no contaba con esa suerte. Tenía que ver muchas jugadas hacia adelante como un maestro de ajedrez para vislumbrar que el mundo estaba ahí, al alcance de la mano. Por eso, un hombre común, el Johnny Carter de "El Perseguidor", destilaba tanta angustia como los personajes de la "Montaña Mágica" de Thomas Mann, aunque se ubicara más abajo o por el medio.
Cuando decimos "mundo" nos referimos al que creaba desde el revés de las cosas, en contra de los "cómo" y los "cuándo" de la época. Mundos perfectos, hechos de fenómenos aparentemente triviales que expanden la realidad y la ponen en tela de juicio: subir una escalera, viajar en el metro o pasear por la calle, convocan al extrañamiento. Bruscamente supimos que las manos suelen entrar por las ventanas y que cuando desconfiamos de ellas quitando de su alcance un cuchillo, se percatan y se van para siempre, sumiéndonos en la más terrible soledad.
Lo que viene después es fácil: desangrarse en años de escritura coherente (y en español) entre algunos trabajos menores con los que ganarse el pan, en los que aquellos episodios se conectan con esa forma de asedio a la retórica tradicional, atacando a la literatura desde adentro, seduciendo al símbolo con la experimentación y las vanguardias, hasta lograr que desaparezca la trama o que la invente el lector, apuesta máxima desde el tablero de comando pintado en la vereda de "Rayuela".
Y el juego, siempre, donde un gato es un teléfono comunicando con la cola enhiesta, siglos de mensajes desatendidos delante de la poltrona donde leemos el diario. No lo vimos pero estaba ahí (Ahí, pero dónde, cómo). Igual que una melodía de jazz que se está tocando mañana. ¿Ven que es fácil? Solamente una colección de buenas obsesiones: Keats, Poe, Lautreamont, Cocteau, el Almanaque del Mensajero de 1944, el jazz, el box, los tangos, los cuadros y papeles pegados en el muro que pintan por su cuenta y cargo, un paisaje de Matisse.
-Su texto... ¿Cómo me dijo que se llamaba? -me pregunta un editor local.
-Julio -le susurro.
-Ah sí, Julio, su texto es un híbrido, flota entre un surrealismo pasado de moda y un non sense difícil de leer ¿sabe? Creo que está sobresaturado de significados.
El escritor es un hombre trabajado por el rechazo. Me acuerdo cuando Guillermo de Torre, me... perdón le rechazó "El Examen" porque contenía palabrotas de grueso calibre (horror academicus) y se perdió la más fabulosa novela de anticipación sobre ciertos rasgos de los gobiernos sudamericanos de la década del 50.
Entonces, la coartada del viaje. Algún día escribiré un modelo nuevo dentro de los imposibles y gastados artefactos de la literatura. Seré odiado por mis congéneres, causaré desconcierto, me achacarán exilio burgués, estorbo de las vigilantes revoluciones. Pero seré también leído por los jóvenes porque les habré planteado los problemas de su generación y luego me volveré viejo y snob y seré relegado en las tercas bibliotecas que guardarán mis libros por las dudas, porque todo vuelve. (¿No es esa la noción de clásico?)
Dice Fabián Casas en Ensayos Bonsai: "...Cortázar tiene razón. Quiero que vuelva. Que volvamos a tener escritores como él: certeros, comprometidos, hermosos, siempre jóvenes, cultos, generosos, bocones. No esta vulgar indiferencia, esta pasión por la banalidad, esta ficcionalización con los peores tics de la televisión de la tarde..."
Muchos quieren ser como sus héroes, pero yo quiero ser Julio. En todos casos escribir la autobiografía del otro Julio. Por eso apuro la copa, prendo un cigarrillo y salgo rumbo al puerto. Me alienta la esperanza de encontrar el giro vital que va desde el "Yo" al "Nosotros".
No sé quién me ha dicho (el Endimión, seguramente): "Tendrás que ser menos misántropo o bien parecerlo."
Tarde, el barco está zarpando.
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