Domingo, 30 de noviembre de 2014 | Hoy
Por Javier Chiabrando
Se habla de la crisis del ébola, de su capacidad de contagio, pero nadie menciona la capacidad de contagio del kirchnerismo. Esa es la comprobación de que en el panorama internacional venimos después de Africa. El último, culo de perro. Bueno, entonces no se olviden de que Chiabrando lo dijo primero: el kirchnerismo es contagioso y no hay vacuna a la vista, lo que se podría traducir en la frase: después de una década, todos somos kirchneristas.
Es una broma pero no lo es. Es imposible hacer cualquier análisis de la realidad argentina sin partir del kirchnerismo y -la mayoría de las veces- llegar al kirchnerismo. Estación de llegada y de partida de las ideas, las que sirven y las que no, las que sobreviven y las que no, las de verdad y las chicanas. El primer culpable es el kirchnerismo por su voracidad, por no saber quedarse quieto, su manera de hacer política, sin pausas, sin domingos, sin feriados, sin siestas. Ahí donde hay un lugar vacío, lo ocupan. Luego negocian. Donde falta una idea la ponen. Luego la discuten.
Eso, y la incapacidad de la clase política opositora al gobierno ha obrado el milagro de que todos seamos kirchneristas. Hasta el Papa se volvió kirchnerista. Es que una cosa era ver el mundo desde Argentina y otra es ver Argentina desde el mundo. Al tipo lo dejaron una semana rodeado de Rajoy, Berlusconi, Merkel y unos curitas con más prontuario que el Gordo Valor y comenzó a extrañar las cadenas nacionales de Cristina. Un día de éstos propone canonizar a Néstor, y agarrate Catalina.
Los kirchneristaskirchneristas se levantan cada mañana, besan la estampita de Santa Cristina y salen a la vida. Los que fueron kirchneristas y ya no lo son (Donda, Ocaña, Losteau y otros) salen a la calle sin besar la estampita y preguntándose por qué se bajaron del barco que aún navegaba para subirse a un chinchorro llamado oposición que hace agua por todos los costados.
Binner y Pino, a los que uno podría (con esfuerzo), ubicar en la izquierda, son kirchneristas porque se preguntan cómo es posible que el gobierno haya llegado tan lejos con las mismas ideas que ellos tuvieron alguna vez. Carrió es kirchnerista porque no piensa en otra cosa que en Cristina e intenta hacer política con la misma energía, energía mal dirigida pero energía al fin.
Cuando hablan de derogar leyes, son las leyes kirchneristas. Los que se quejan de la inflación le piden soluciones al gobierno kirchnerista. Lo que se benefician (los carniceros, por ejemplo), se la agradecen. Todos los abogados de país son kirchneristas porque no les queda otra que aprenderse los nuevos códigos. Y así hasta el infinito y más allá, como diría Buzz Lightyear, que seguro que ahora que el gobierno mandó cohetes a la luna, también es kirchnerista.
Lanata, Majul, Morales Solá y Nelson Castro son kirchneristas porque sus patrones no los dejan hablar de otra cosa. Odian tener que hacerlo, porque es darles vueltas y vueltas a la misma noria sin que el agua salga del pozo. A ellos les gustaría hablar de la gran gestión de Macri, de las ideas de Massa, de la construcción política del radicalismo, de la estatura de estadista de Carrió, pero mientras eso no exista, tienen que seguir siendo kirchneristas.
Intentaron encontrar la vacuna pero no hubo caso. Se la pidieron al mercado, que la quiso fabricar con corridas cambiarias y sustos a la clase media pero el gobierno les devolvió allanamientos, destape de ollas, acuerdos con China y licuadora en doce cuotas (cuotas que en este país se vuelven votos, ya lo vimos).
También le pidieron la vacuna a la mesa de enlace del campo, que intentó fabricarla cortando rutas y almacenando granos para que no entraran dólares al país. El resultado fue que esos granos bajaron y ahora la mesa de enlace, más kirchneristas que nunca, le pide ayuda al gobierno para recuperar lo que perdieron, porque con la democracia se jode pero con el bolsillo no.
La vacuna casi llega desde el exterior, más exactamente de los EEUU. Se llama Buitrecilina, viene inyectable y por vía oral, aunque ellos sugieren la vía anal, sea en supositorio (grande como una berenjena) o enema (tamaño trombón). Pero tampoco dio resultado porque la cepa perniciosa del kirchnerismo mutó y se fortaleció contagiando organismos internacionales como la ONU y hasta el FMI, que salieron a decir que la vacuna era más trucha que la que te curaba de la fiebre porcina.
Hablando de buitres, esos sí que son kirchneristas. Saben que si tienen chances de cobrar lo van a hacer con el kircherismo en el poder, que es el gobierno que más voluntad ha demostrado de pagar los platos rotos del pasado argentino. Los otros son más mansitos pero impredecibles. Cada vez que se imaginan negociando con Carrió les entra un frío en el espinazo peor al que sufren cuando les bajan las tasas de interés. Y por las dudas ya tienen contratada a Pamela Anderson por si les toca negociar con Redrado o Losteau; tetas famosas y de plástico por "firmá acá que después leemos la letra chica".
Creo que como en ningún otro país del mundo, las tradicionales definiciones de la política quedaron anuladas, quizá con excepción de derecha o izquierda, sólo quizá. Acá, decir de centro, social democracia, conservadorismo, liberalismo, casi nada significan. Incluso los conceptos estatista o privatizador deben ser pasados por el tamiz que propone el kirchnerismo.
Podría seguir así hasta la semana que viene. Aun aceptando que el kirchnerismo es sólo un relato, si hablamos de política nos referimos a ese relato y no a otro, lo que no deja de ser curioso porque un relato opuesto al del kircherismo sería fácil de crear. (Me corrijo: quizá el relato de la oposición es el que cuenta su propia frustración e impericia; interesante idea para seguir en otra nota). Lo que sí es difícil de crear es un "ismo", que no nace en una agencia de publicidad ni repitiendo como loros cosas en la televisión.
Agotada las posibilidades de encontrar una vacuna y de crear un relato alternativo, lo que queda es dejar que la enfermedad se vaya diluyendo hasta desaparecer por no tener nadie más a quién contagiar, como debe haber sido con las pestes antes de la penicilina. También existe la chance de que los contagiados creemos anticuerpos y un día, como en las películas de ciencia ficción, mutemos en algo diferente a lo que somos: zombis, clase media, piojos resucitados. No olvidar que en muchas de esas películas terminan comiéndose uno a los otros. Y los que ganan siempre son los que tienen las armas más largas, los dedos más rápidos, los abogados más caros, la bomba atómica.
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