CONTRATAPA
› Por Eugenio Previgliano
Yo primero pienso que me tiene algo percutido con esto de la guerra, despues sospecho que lo hace por eludir otras cuestiones, al rato supongo que no puede dejar de hablar de la guerra porque está preocupada, poco despues imagino que me habla de la guerra por no seguir con nuestra guerra personal, pero finalmente miro fijamente el espejo, enorme y fuertemente iluminado y encuentro que las cicatrices que llevo en el rostro me siguen resultando interesantes, sugestivas, curiosas y en estos últimos años, a causa de arrugas y anfractuosidades nuevas cicatrices y distintas texturas que mi cara ha ido tomando, me parecen además, una especie de metáfora de mi existencia, como si llevara en la piel una especie de escritura loca, ciega y boba que no habla pero deja entrever el resplandor de esta personalidad tortuosa que me he ido forjando en casi cincuenta años de leves aventuras y persistentes rutinas.
No es cierto, ha dicho ella con su voz grave de coloradita radiante, que esa cicatriz te la hayas hecho en la toma de Garín. Yo lo recuerdo claramente y sé que dijo esto porque le miraba las pecas esas que siempre lleva en la piel de sus hombros mientras hablábamos y hasta tuve que hacer un esfuerzo bastante importante para no sucumbir a sus encantos ahí mismo mientras ella decía que lo sabía, que yo, cuando fue la toma de Garín, tenía no más de once años.
Todas las guerras son injustas y absurdas, me vi tentado de decirle entonces, pero antes me sentía obligado a declarar mi convicción respecto de la necesidad y oportunidad de la existencia del estado de Israel, mis anhelos de que antes que una guerra por la prevalencia de una raza,una etnia o un conjunto de creencias, se desarrollara un conflicto anticolonialista que apunte a la liberación de sociedades, naciones y territorios; me sentí motivado para decirle un párrafo sobre lo confuso que resulta, para el que no es parte, entender la adhesión de gente culta y simpática a una narración que se nutre tanto de historias ciertas como por ejemplo el tenaz recuerdo de la shoá, atrocidad que resultó antes de la cultura europea de la que eran parte los hijos de Abraham que de la vilipendiada cultura árabe, pero se nutre también del mismo modo y sin solución de continuidad, poniéndolas en pie de igualdad con mitos duros y ciertamente encantadores como el éxodo que guió Moisés o el coraje de Judith frente a Holofernes; y ahí nomás pensé en decirle también que, respecto del apoyo del Occidente de J.W. Bush y su caniche Blair, cabría preguntarse si del mismo modo no les gustaría y mucho apoyarlos en una invasión a Siria, a Irak, a Iran y quien sabe si no a Libia, a Mozambique, o si cuadrara a la triple frontera del Paraguay. Todo esto lo pensé y terminé callando, mirando otra vez mis cicatrices mientras la maquilladora me pasaba suavemente polvo base sobre la cara, sobre la piel del cuello, sobre unos intersticios que yo pocas veces miro y que sin embargo la maquilladora sabe acomodar para que las luces, las sombras, la proyección, la distancia y la geometría no resulten entorpeciendo la imagen que de mi rostro dará la película.
Ví tambien por el espejo a la maquilladora con su pequeño pincel seguir con el trabajo sobre mis cicatrices, sobre mis arrugas, sobre los pliegues de la piel mientras pensaba, con una sonrisa amarga, en esas cosas que ella cuenta a diario, sobre sus parientes, sobre sus hijos, sobre sus sobrinos, sus primos, personas con los que seguramente ha compartido muchas y pocas cosas y a quienes la guerra expone a diario a esas atroces vicisitudes que en otros días parecen lejanas, inventadas, fábula, narraciones vacías.
Nos defendemos dice como si fuera parte porque tenemos derecho a defendernos, porque tenemos derecho a una vida cotidiana, a las rutinas que hacen a los tiempos de paz, porque los judíos tenemos que tener un hogar, un lugar en el mundo, una vida plena en un sitio cómodo, seguro, satisfactorio, donde no tengas que pensar si tu hijo volverá en tiempo o tendrás que buscarlo en la morgue entre las víctimas de un ataque suicida, donde no tengas que mirar al prójimo con sospecha, donde puedas creer en los demás, más allá del color de su piel, de sus creencias, de su filiación. Nos defendemos porque tenemos memoria dice de todo lo que nos ha ocurrido, de lo que ha sido en el pasado cuando no teníamos medios, cuando eramos pobres, desheredados, cuando no teníamos Fuerza de Defensa, agrega.
Yo la escucho y pienso en qué clase de defensa es esta que apunta a destruír la completa infraestructura de una nación a la que no se le ha declarado la guerra, que siembra la ruina, la desolación y la barbarie en un pueblo digno, estimable y que en tanto semejante a otros merece y debe ser respetado, ayudado y cultivado por todas las naciones libres del mundo, qué clase de defensa es esta que se ensaya ejerciendo una violencia indiscriminada sobre personas desarmadas y pobres, sobre ésos que quedan en las locaciones listos para ser filmados como cadáveres para la televisión global, contra los que no tienen nigún recurso para defenderse o escapar, qué clase de defensa es esa que se funda sobre los intereses de los poderosos amos del planeta para abogar por su causa sin que sus acciones militares resulten efectivas para una verdadera defensa.. Y seguramente se lo diría, le preguntaría sobre estas y otras cosas sin animosidad alguna y aún mirándole las pecas esas que casi en todo el cuerpo le dan esa textura suave, rugosa y excitante, pero entonces me llaman para que haga una pasada de la escena que vamos a filmar y entonces livianamente me besa la mejilla y entonces salgo del trailer y cuando salgo miro las luces, y además hace frío.
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