Al mundo lo hacen los que construyen pero también los que rompen. Los que miran, en cambio, aparecen sólo en las estadísticas. Se habla mucho de los que construyen, pero no se valora lo difícil que es romper. No digo destruir por destruir, sino romper para volver a construir, romper para borrar y barajar de nuevo.
Construir y romper son actos de profundo carácter ideológico. Se construye una sociedad de paz y justicia para romper otra anterior de violencia y represión. O al revés. Se rompe la sociedad injusta para hacer una justa. Y las dos cosas son importantes y trabajosas; después de todo, hacer una guerra para destruir una civilización, o una revolución para destruir una dictadura, cuesta lo mismo que levantarlas: tiempo, dinero, esfuerzo, inversiones, ideas. Y todo cambio en la historia del arte es el arte de romper con el arte que existía.
A primera vista son más queribles los que construyen, pero no hay que olvidar que también se construye desde el odio (campos de concentración), el resentimiento (muros), el miedo (countries). Y se puede romper desde el amor o la justicia. El que pinta para rompedor, por ejemplo, es el Pepe, digo el Papa (mirá a Chiabrando hablando bien de un cura). Parece ser (y quizá sólo parece) que el tipo intenta romper cosas que sus antecesores (entre los que hay genocidas, envenenadores, nazis, fiesteros y tutti gli fiocchi), armaron con esmero y alguna que otra muerte necesaria.
El kirchnerismo también es rompedor. Rompió, hasta donde pudo, lo que doscientos años de colonialismo y cipayismo construyeron con la sangre de los culos rotos de otros. Quizá algunas cosas las rompió a conciencia y otras de casualidad. Vaya uno a saber. Pero lo hizo. Rompió el estatismo para que volviera la movilización social y la militancia; rompió negociados y entuertos. No es poco en un país donde hace ciento cincuenta años un puñado de familias se dividió la Patagonia y los indios que habían sobrevivido para que les lavaran la ropa. Y de ahí en adelante no fue mejor.
Sin los Pepe que rompen: ¿qué prometerían las religiones, la política, la ciencia, los gurúes, los sicoanalistas? Sin los Pepe que rompen, el mundo sería una línea que va de la nada al todo. Los Pepe hacen que la historia no sea lineal, como dirían los posmodernistas (aunque Borges lo dijo antes en "Kafka y sus precursores"). Los Pepe rompen para luego reconstruir, rearmar, y así plantear las reglas del mundo. Si ese mundo es el que te gustaría habitar, serás uno de los felices; sino, a cacerolear, que es la antesala de romper o de que te rompan la cabeza.
Los rompedores, como los hacedores o los arjonas, existen porque hay gente que reclama sus existencias. Hace una década hubo demanda de rompedores y apareció el kirchnerismo. Ahora hay gente que quiere romper lo que se hizo desde entonces y aparecen los Macri o los Massa a los gritos de ¡rompé, Pepe! Argentina se asoma a esa etapa, que por incierta no deja de ser interesante. ¿Llegó el turno de los nuevos rompedores? ¿Van a romper lo que hay para volver a lo que había?
Macri o Massa van a recibir ayuda de argentinos que no se van a ensuciar agarrando el martillo sino que van a usar la plata que hicieron, hacen y harán (desgraciadamente) para regalar martillos automáticos a todos y todas para ayudar a romper. Si ese momento llega, la cuestión es saber si los rompedores se van a encontrar con un Falcon o con un triciclo que se desarma de una patada. Si lo que el kirchnerismo armó durante más de una década se rompe a la primera patada, no habrá servido de nada tanta discusión, marchas y literatura. Si es duro de romper, será porque es de buena calidad.
En medio de rompedores y constructores hay dos categorías de gente: los que miran y los que traicionan, ambos peligrosos, unos por acción (los traidores), otros (los que miran) por omisión. Los que miran no tienen cara hasta que la tienen de desesperación o satisfacción. No saben, o se hacen los que no saben, que la política de los rompedores y de los constructores los involucra. Cuando están con el culo al aire, protestan, y esperan a que otros vengan y lo arreglen. Cuando están felices, protestan igual, por las dudas.
Los traidores son otra cosa. A algunos es fácil reconocerlos. En el paro de hace unos días salían por la televisión, tenían caras, nombres y apellidos, CUIT y declaraciones juradas dudosas. No digo que sean traidores porque no apoyan al gobierno, digo que lo son y lo serán, porque hoy apoyan una cosa, mañana otra, se desdicen a cada rato, y se ríen a cuenta de las traiciones que van a cometer, porque Massa o Macri ya los tienen entre sus traidores preferidos: conocen sus precios, sus berrinches, la marca del champagne que toman y si las prefieren rubias o morochas; y están dispuesto a pagar lo que ellos pidan.
También están los traidores que no tienen cara. Los que, aprovechando alguna estampita vieja, una consigna gastada, o una marchita, van a cambiar de bando a la primera ocasión. Esos son doblemente peligrosos porque unos los tiene al lado y no los reconoce hasta que te empomaron. Para que eso no suceda, la etapa de construir siempre debe incluir el conocimiento de que adentro de todo movimiento hay un Caín, o varios.
El peronismo tiene una larga historia en eso; hay sindicalistas e intendentes que ya no hablan sino por consignas porque ya no recuerdan de dónde venían y hacia dónde se supone que iban. Un día se despertaron en una cama al lado de Massa y se asustaron cómo si los hubieran llevado ahí a después de invitarlos tomar unas copas en una boite, y vuelven al redil con cara de boludos, como si en lugar de traicionar hubieran eructado en la mesa.
Pero, si uno le cree a los que saben, a pensadores como Aguinis, Kovadloff y Sebreli, que analizan el país desde sus sillones de pana que dan a avenidas lujosas y lo más parecido a un obrero o a un negro que vieron son los que pintó Castagnino, se viene la etapa de ¡rompé todo lo que hicieron los K, Pepe! Si esos Pepe llegan al poder, van a intentar romper todo rápido, en los primeros seis meses, que es cuando (se dice) se tiene el capital político intacto.
El misterio es cómo van a hacer para conformar a los que ven cómo se rompen sus planes, sus trabajos, sus ahorros. Qué va a pasar cuando el obrero de paladar negro, que vio todos estos años como se defendía su trabajo, vea que le vuelven a hablar de achique, de bajas de sueldos, de desocupación. Eso sin contar con que luego de doce años se van a encontrar con un kirchnerista debajo de cada baldosa.
Y si no llegan los rompedores de turno, al kirchnerismo también se le viene el duro desafío de encontrarle un nuevo sentido a su construcción, revitalizarla, dotarla de nuevos bríos, encontrar insatisfacciones y cubrirlas; quizá una nueva mística, y por qué no, un nuevo relato, o una nueva versión de ese relato, que incluya más épica, ideales nuevos, una noción de futuro que obligue al pueblo a seguir marchando.
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